El destino universal de los bienes

El destino universal de los bienes

El Concilio Vaticano II, siguiendo una convicción de la tradición de la Iglesia, planteó el destino universal de los bienes como criterio central para una organización socioeconómica justa: «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos de forma equitativa (…) Sean las que sean las formas de propiedad (…) jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes (…) el derecho a poseer una parte de bienes suficiente (…) es un derecho que a todos corresponde» (Gaudium et spes, GS 69).

Por tanto, ninguna forma de propiedad de los bienes puede sacralizarse ni convertirse en un absoluto, porque lo único sagrado es la dignidad de cada persona y el consecuente derecho de toda persona a disponer de los bienes necesarios y suficientes para vivir de acuerdo a esa dignidad. Precisamente, el sistema económico que domina nuestro mundo ha provocado el desastre humano y ecológico que tenemos porque ha sacralizado el dinero (el capital y su rentabilidad), convirtiéndolo en un ídolo que desplaza del centro de la vida a la persona y su dignidad, y al planeta. Ha sacralizado la apropiación y la acumulación privada y excluyente de los bienes, provocando una enorme desigualdad que no ha hecho más que crecer en las últimas décadas. Por eso descarta sistemáticamente a las personas y maltrata la casa común.

El papa Francisco, en continuidad con esa tradición de la Iglesia, es muy claro en denunciar lo que esto supone y en proponer el camino que nos puede ayudar a construir una sociedad más justa, digna y humana, más acorde con la vocación a la fraternidad de la familia humana: «Este sistema ya no se aguanta. Tenemos que cambiarlo, tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos» (I Encuentro Mundial de Movimientos Populares, octubre de 2014). «Este sistema atenta contra el proyecto de Jesús. Contra la Buena Noticia que trajo Jesús. La distribución justa de los frutos de la tierra y del trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral. Para los cristianos, la carga es aún mayor: es un mandamiento. Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la Doctrina Social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada» (II Encuentro de Movimientos Populares, julio de 2015).

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La profunda crisis social provocada por la pandemia de la COVID-19, para los empobrecidos no es sino la continuación de la permanente crisis en la que los ha sumido un sistema que perpetúa y acrecienta la desigualdad. Tenemos delante dos caminos: uno, seguir intentando en vano buscar salidas con la misma lógica de sacralización de la apropiación y acumulación excluyente de los bienes, que no hará sino aumentar la catástrofe humana y ambiental, porque es el problema, no la solución. El otro, decidirnos de una vez por caminar en la dirección del destino universal de los bienes, haciendo una distribución mucho más justa de la riqueza social. Solo en este camino podremos encontrar respuestas humanas y hacer frente al actual desastre socioambiental.

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