La otra vida nueva

La otra vida nueva

Jesús no quiere ser imitado sino seguido, esa es la razón por la que envía el Espíritu, para que nos ayude a hacer posible hoy el proyecto de humanización con el que Dios ha soñado siempre.

Y Jesús invita al seguimiento que requiere radicalidad. Invita a que sus seguidores a que opten, no vayan a medias tintas: «El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12, 30), y los discípulos muchas veces, ojo, muchas, no entendían nada.

Pero hay un acto de fe de Pedro, no entendemos nada, pero confiamos en ti: «A quién iremos si solo tú tienes palabras de vida» (Jn 6, 68). Pero esta radicalidad está regida, informada, estructurada desde el amor. No es una carga pesada como la ley mosaica montada sobre el deber y el cumplimiento. Con que ternura tendrían que sonar aquellas palabras de Jesús: «Vengan a mí los que están cansados y agobiados que yo les aliviaré…» (Mt 11, 25-30), y porque el amor nos ata, nos vincula, nos compromete, nos lleva a correr la suerte de los que queremos y, muchas veces, a querer sustituir en el sufrimiento a quién amamos… es yugo, pero yugo suave que se lleva con mansedumbre, con alegría, sin victimismos y eso solo lo puede hacer el amor.

En las parábolas del Reino, del capítulo 13 de Mateo, no nos hablan de la otra vida, están llenas de tierra, de masa, de harina, de mar y peces, de redes y pescadores. Nos hablan de la vida y cómo Dios se deja tejer en ella.

Y comienza con la del sembrador (Mt 13, 1-23). Cómo se sentiría Jesús al contar esta parábola. Si miramos los capítulos anteriores las controversias nos indican que hay un Jesús rechazado por las autoridades; un pueblo que le admira pero que se pregunta por su identidad, y unos discípulos que le siguen más por lo que ellos se imaginan qué es que por lo que realmente Jesús les transmite con sus obras y palabras.

Las parábolas son la sabiduría acumulada por Jesús ante la experiencia que va teniendo. Una parábola, la del sembrador, nos ayuda a mirar como también nuestra tarea evangelizadora tiene resultados iguales y nos invita a la esperanza, a la constancia, al realismo y la paciencia. No es el éxito lo que suele acompañar a la evangelización.

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La parábola de la cizaña (Mt 13, 24) es toda una enseñanza a no precipitarnos, a no juzgar y en estos tiempos donde este sistema a mostrado con la pandemia su vulnerabilidad necesitamos romper la dinámica cainita en la que se nos ha querido meter. No podemos dejarnos llevar por los karmas y las noticias falsas que se repiten, que ocultan la realidad.

Y se le ha querido dar un toque «democrático» (nos afecta a todos por igual); sabemos que no es real, hay unos, los empobrecidos, que la sufren más, y tienen menos posibilidades, y hay que decidir si es la economía quien marca los cambios o es la defensa de las personas. Estar atentos a mirar la realidad para denunciar la cizaña y saberla arrancar para que no ahogue a nuestro pueblo.

En este totum revolutum de información, no dejemos de ser grano de mostaza (Mt 13, 31) está y crece y coloca en sus ramas las preguntas que nadie se hace: ¿cómo les está afectando esta pandemia a los refugiados que viven en las fronteras del primer mundo en condiciones de hacinamiento, casi sin agua y sin condiciones higiénicas?, ¿cómo está afectando a tantas tribus amazónicas por cuyos ríos circula la enfermedad sin control y no están en las estadísticas? Son los «invisibles» que en nuestras ramas se hacen visibles. Somos levadura (Mt 13, 33) que tiene que prestar el servicio a la esperanza en esta sociedad ahora desconcertada.

La red (Mt 13, 47) está llena de información, hay que sentarse ante ella y buscar lo bueno, lo verdadero, no dejarnos llevar por las apariencias, estar pendiente de lo que parece que no se ve o no se quiere dejar ver. Sentarnos delante de la red para darnos cuenta que no somos el ombligo del mundo, solo el 0,01% de la vida de la humanidad y no poner en saco roto todo lo aprendido.

Nosotros sabemos cual es el tesoro (Mt 13, 44), Jesús es una propuesta de liberación, una propuesta de humanización que hoy más que nunca tenemos que ir haciendo presente como levadura en la masa. ¿Qué estamos dispuestos a vender para adquirir este tesoro?

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