Empatía con quien nada tiene

Empatía con quien nada tiene
Foto | www.arrelsfundacio.org/es
En recuerdo de quienes no han vivido en las condiciones humanas que el resto de personas en una sociedad desarrollada como la nuestra, donde no han participado de los medios de producción, ni de consumo, ni de derechos…

En España hay 30.000 personas sin hogar, en nuestras ciudades también existen conviviendo con nosotros.

Ismael es un hombre de 71 años que ha vivido durante 30 años en las calles. Era comercial, autónomo y casado. Su afición al alcohol y sus salidas nocturnas hicieron que su matrimonio, su negocio y sus amigos desaparecieran en pocos años. Se rompió su vida, sus lazos afectivos y su refugio fue la calle, buscó trabajos esporádicos que le duraban horas o días y a veces sin ser remunerados, por lo que su opción fue rebuscar entre contenedores alimentos, ropa y utensilios para revender o intercambiar.

Pasaron los años y se fue acostumbrando a la soledad y a vivir con lo mínimo, pasando frío, calor y hambre, sintiendo que sólo le ha ayudado el alcohol y sus compañeros de calle. Cuando sus hijos se hicieron mayores, la madre les contó que su padre estaba vivo y los motivos que le llevaron a abandonarlo. Y ocurrió que uno de los hijos salió a buscarlo por las avenidas, parques, albergues, portales, donde duermen las personas sin hogar, durante días, meses, hasta que logró encontrarlo.

Su aspecto sucio, desaliñado, huraño, pasado de alcohol, lo hacía irreconocible, tan sólo por su nombre y apellidos pudo saber quien era. Ismael se mostraba distante y desconfiado por lo que el hijo tuvo que visitarlo en repetidas ocasiones para iniciar lazos de cercanía que ayudaran a comprenderlo.

El hijo le buscó una habitación alquilada para vivir, pagando todos sus gastos. Cuando enfermó le cuidó, le lavó, le proporcionó sus medicamentos, sus alimentos…

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Sin embargo Ismael se fue, huyó de esos lazos afectivos que podían volverse a romper, huyó tal vez porque quería continuar viviendo así y se refugió en la calle nuevamente y en el alcohol.

Cambió de ciudad, sin embargo la edad ya no le permite vivir como antes. Ahora está hospitalizado por una caída fortuita que lo va a tener muchos días postrado y el hijo, avisado por él mismo, aparece nuevamente a hacerse cargo de sus cuidados y atención hasta que su padre se lo permita.

Este hecho real puede suscitar sentimientos en nosotros como personas de buena fe. Sentimientos de compasión, de más sensibilidad ante las personas de mayor exclusión social, incluso de acompañamiento, de acercamiento… ¿Es eso suficiente?

Quizás no lo es. Debemos exigir que se implementen programas de atención, centros sociales, viviendas de acogida, procesos de inserción, que respondan a las necesidades de las personas sin hogar, de los transeúntes.

¿Desde dónde? Desde las administraciones responsables de los servicios públicos, desde las instituciones en las que trabajamos, desde nuestros compromisos, entidades sociales, sindicales, movimientos vecinales,… allá donde reconozcamos el amor fraterno y el reconocimiento de Cristo en el rostro de los abandonados y abandonadas. Allá donde Jesús se hace prójimo en las personas excluidas de aquí y de allá, del Norte y del Sur, de todo el planeta que tan cerca lo sentimos día a día.

Cómo militantes de la HOAC es nuestra prioridad acompañar la vida de las personas, colaborar en el cambio de las instituciones, en el cambio de mentalidad y sin duda todo ello desde la pobreza, la humildad y el sacrificio.

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