Pepe Domínguez, partero de la HOAC de hoy

Pepe Domínguez, partero de la HOAC de hoy
Pepe Domínguez (noviembre, 2020)

Decía Rovirosa que la HOAC la fundó el divino Obrero de Nazaret, que Él fue su primer militante y que Él la sigue conduciendo a través de la historia con la mediación de las personas llamadas a ello. Pepe Domínguez ha sido una de ellas.

Lo conocí a finales de los sesenta, vestido con chaqueta y corbata un poco raídas por el uso, con una cartera voluminosa entre las piernas, sentado en la moto Vespa con la que recorría Andalucía para reconstruir la HOAC. Yo, con veintipocos años estaba iniciándome a la HOAC con Antonio Roldán y tuve la suerte de ser su chófer en una de esas giras. Durante diez días recorrimos algunas ciudades andaluzas y nos reunimos con muchas personas; él hablaba, yo escuchaba, pues no sabía qué decir. Yo solo aporté mi habilidad para conducir, a cambio recibí un conocimiento profundo de la HOAC y del trabajo que Pepe y otros militantes estaban haciendo. Pero sobre todo comprobé su extraordinaria talla intelectual y humana y su amor a la HOAC.

Siete años después coincidimos en la Comisión Permanente de la HOAC, él de Consiliario, responsable de Representación yo. Junto al trabajo cotidiano en la Comisión, también hicimos muchos kilómetros en el “dos caballos”. Recuerdo dos especialmente: Uno, de Madrid a Huesca, para hablar con el obispo Javier Osés; otro, de Barcelona a Sevilla al terminar un cursillo apostólico, salimos a las siete de la tarde, llegamos a las siete de la mañana, casi dormidos. Recuerdo una habilidad especial que tenía: No paraba de hablar, y hablando se quedaba dormido. Pasado algún tiempo despertaba y seguía la conversación en el punto exacto en que la había dejado, como si no hubiera dormido.

Gracias a este conjunto de relaciones, puedo decir lo que ya he escrito en otras ocasiones: la reconstrucción de la HOAC en Andalucía y en España no se entiende sin el trabajo y el cariño que puso Pepe Domínguez. Y me apresuro a decir, para que nadie se moleste, que no solo él, por supuesto, también Mera, Antonio Martín, Juan Fernández… y muchas personas más que gastaron su vida en esta tarea, tenemos grabada en el corazón la imagen de todas ellas, y no cabe la menor duda de que la tiene grabada Dios, que es lo que importa. Perdonadme ahora que hable solo de algunas cosas de Pepe.

Era un enamorado de Jesucristo y de la HOAC, tenía como preocupación fundamental el crecimiento, desarrollo y consolidación de la HOAC mediante la formación de una nueva generación de militantes que fuese capaz de vivir y mantener la esencia de la HOAC: La evangelización de mundo obrero como tarea fundamental, y la doble fidelidad: Al mundo obrero en sus condiciones objetivas de lucha, y a Jesucristo en su Iglesia.

Hacer esto, además, tratando de restañar las heridas abiertas y que no se repitieran los problemas internos, personales y comunitarios, que surgieron con el desarrollo del compromiso temporal y las relaciones con la Jerarquía, y que estallaron en la Reunión Nacional celebrada en Pamplona dejando a la HOAC totalmente destrozada.

Se afanó en buscar el equilibrio entre la necesaria unidad y amistad, y el pluralismo de opciones. Que los militantes de la HOAC, estuvieran donde estuvieran, desarrollaran las mismas actitudes y prácticas y buscaran los mismos objetivos: la evangelización del mundo obrero y la unidad y promoción del pueblo. El citado viaje a Huesca tuvo como objetivo y resultado la ponencia “Clase Obrera y Evangelización”, presentada por el entrañable obispo Osés en la IV asamblea general celebrada en Granada. Respecto a las relaciones con la Jerarquía, no se cansaba de recomendar y practicar el diálogo con los obispos diocesanos y con los responsables de las distintas Comisiones de la Conferencia Episcopal, especialmente con la CEAS, pero desde una concepción adulta del seglar, que debe ser el auténtico responsable del Movimiento junto con el Obispo diocesano.

FOTO | Pepe Domínguez (i), Salvador Sanchís –Saoro–, Alfonso Alcaide, Fermín Rodrigo, Toni Santamaría y Antonio Balibrea en la IV asamblea general de la HOAC (Granada, 1979)

El desarrollo de la mística fue otra de sus preocupaciones. Le dolía y sufría mucho cuando le objetaban que no había mística, que se había perdido la mística. Recuerdo que decía: ¿y qué hago?, si yo pudiera darles a los militantes la mística con una cuchara lo haría, pero no puedo. Es verdad, eso no se puede hacer. Pero soy testigo de cómo, en los cursillos apostólicos, que dimos juntos varias veces, se empeñaba a fondo en el desarrollo de las meditaciones, de las Bienaventuranzas, de la Gracia o Amor de Dios, con la fuerza y la convicción que eran características en él.

Con el mismo fin, aparte de los cursillos de Sacramentos, cristología, eclesiología, etc. se empeñó en la organizaron de los cursillos de oración en el Monasterio de La Vid, con el claretiano Nicolás Caballero, que ayudaron a generar una profunda experiencia de oración.

Tengo grabada, como experiencia personal, el proceso y el tiempo necesarios para que un obrero con poca formación aprenda, comprenda y asuma la espiritualidad y la mística que deben caracterizar a un militante obrero cristiano. Mi experiencia me dice que el proceso de maduración en la Fe se parece mucho al proceso de maduración humano: nacemos a la Fe, jugamos con ella como bebés, la soñamos como adolescentes, la idealizamos como jóvenes y la maduramos y acrisolamos como adultos y ancianos. No es un proceso lineal ni depende de la edad, depende de la experiencia compartida de relación con Jesucristo en el devenir de la vida y la lucha obrera, que necesita tiempo y acompañamiento. A veces, pretendemos que esta experiencia sea total y profunda desde el principio, o la postergamos a un futuro que nunca llega, y nos enfrentamos y dividimos al situarnos en una u otra opción. Algo de esto vivió y sufrió Pepe.

Era un vitalista, alegre, le gustaba disfrutar de la vida, decía con sorna que tenía un comer engañoso: comía muy deprisa y tardaba mucho en comer. Pero vivía con austeridad y se empeñaba con fuerza inaudita en el trabajo: doce, veinte o cuarenta horas escribiendo a mano sin parar, sentado en la mesa, cada cierto tiempo se tumbaba boca arriba en el suelo de madera, se relajaba un rato y a escribir de nuevo. Lo mismo ocurría con los viajes, con los cursillos, con la lectura de libros, con lo que fuera. A veces, cuando hacía algún planteamiento, le decíamos en broma: Pepe, eso te lo acabas de inventar, y como una metralleta empezaba a disparar nombres de autores y libros que había utilizado para llegar a ese planteamiento. Era, en sentido cariñoso, un verdadero animal.

Podría decir muchas cosas más de mi experiencia personal con Pepe Domínguez, pero creo que no es necesario ni es el momento. Sí quiero terminar con una pequeña reflexión:

Pepe, como otras muchas personas de la HOAC, gozó y sufrió mucho. Él de manera especial porque la providencia lo situó en el ojo del huracán de las tensiones que había que superar. La experiencia que yo he tenido me dice que el sufrimiento humaniza, creo que a Pepe también, al menos esto es lo que intuí la última vez que hablé con él cuando Tere se nos adelantó en el camino que él ha seguido ahora. Creo que la vida no puede ser de otra manera porque la obra de Dios nunca ha sido un camino de rosas, sabemos que el que se mete a redentor termina crucificado, porque es el camino de la lucha del bien contra el mal, de la justicia contra la sin razón, del ser persona contra la mundanidad y la alienación; y es una lucha dura en la que cada latigazo dialéctico, que das o recibes, abre una herida por la que puede entrar el odio o el amor, nuestra libertad decide, y tanto el uno como el otro dejan huellas profundas.

Ahora, para Pepe todo ha empezado verdaderamente, y me lo imagino fundido en un abrazo interminable con sus seres queridos y con todos los hermanos y hermanas hoacistas que lo han precedido en el encuentro definitivo con el Dios de Jesucristo, el divino Obrero de Nazaret.

 

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