Tras El Dorado

Tras El Dorado
Foto | Erik Witsoe (unsplash)
Muchas veces he pensado, pero no ejecutado, el enmarcar mi título de licenciada y regalárselo a mi padre y a mi madre. Siempre he sentido que les pertenecía más a ellos que a mí, puesto que con su trabajo, ejemplo y enseñanza lo hicieron posible.

Mi padre, tipógrafo y mi madre, ama de casa. El pluriempleo se asumía como necesario para poder sacar adelante a tres hijas y a tres hijos. Mi padre, empleado en un periódico local por las mañanas y por las tardes con otros trabajillos que pudieran salir; mi madre, también con varios empleos no reconocidos ni remunerados pues hacía de ecónoma, trabajadora doméstica, modista, psicóloga y buscadora de actividades sociales para su prole. Tanto él como ella asumieron, y lo cumplieron con creces, su papel de sacar adelante a su familia y de darnos mucho más que las necesidades básicas materiales, nos inculcaron el valor del esfuerzo, de la autonomía e independencia, en esto último, especialmente mi madre que, con frecuencia, me repetía: «¡Estudia, mi hija, para que consigas un trabajo y no dependas de nadie!». Ella nunca pudo hacerlo.

Era su forma de ver la vida. No querían que pasáramos por su misma experiencia de haber perdido la infancia, del hambre, de abandonar el colegio porque había que contribuir a la maltrecha economía familiar, de no conseguir completar los estudios primarios y tener dificultades para leer y escribir con fluidez… y de otras tantas carencias culturales y sociales que no pudieron disfrutar porque en la posguerra todo quedó roto.

Esta manera de afrontar el futuro de quienes estaban a su cargo, era compartida por muchas otras familias que vivían en el mismo barrio obrero en el que nací y me crié. En el ambiente se percibían las mismas inquietudes y preocupaciones para que sus descendencias se labraran un futuro mejor que el que sus predecesores habían podido disfrutar.

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También el contexto político y económico fue contribuyendo, en parte, a que esos sueños se percibieran como posibles, con la llegada de la democracia que trajo la recuperación de libertades arrebatas y el restablecimiento de verdaderos servicios públicos. Se fue configurando, poco a poco, el estado del bienestar, llegando a creer que así habíamos alcanzado la igualdad; que si, hasta ahora, esa cultura del esfuerzo nos había llegado hasta la universidad, lo demás vendría por sí solo.

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