Sínodo

Sínodo

El cura que iba en bicicleta, había regalado a sus feligreses, una estampita con la imagen de la patrona y en su reverso, el magnificat. Siempre había tenido una gran devoción por María y esta, poco a poco, le había llevado a sentir un enorme respeto por las mujeres, cuestionar el papel secundario que les tenía reservado la Iglesia posterior a los años de Jesús y agradecer la indispensable e inconmensurable labor de su sacristana y secretaria parroquial, que no tenía voz ni voto en ninguna asamblea eclesiástica.

En el magnificat, María habla de la misericordia de Dios, de su preferencia por los pobres, canta su generosidad para con ella y para su pueblo. El cura que iba en bicicleta, se preguntaba si el Sínodo de Francisco sería una oportunidad para pedir a la Iglesia, la misericordia y la justicia para las mujeres.

Sínodo: camino que recorrer juntos

El cura que todavía llevaba alzacuellos, era el párroco de la parroquia más importante del pueblo. En ella se custodiaba a la patrona y a las imágenes que salían en procesión en Semana Santa. Recibió la noticia del Sínodo con sigilo. A pesar de su obligación de obedecer al Papa, el aperturismo de Francisco siempre le había asustado un tanto. Era el consiliario de la junta de las hermandades y cofradías del municipio y últimamente estaba muy preocupado por la discordia entre ellas. Discutían por los temas más absurdos, y no eran pocas las que habían sufrido la escisión.

El cura del alzacuellos, les explicaba una y otra vez, que las procesiones de Semana Santa eran un camino que recorrer juntos, y que separarse y enfadarse, no solo era absurdo sino casi blasfemo. Pero nunca le escuchaban.

«Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según las necesidades de cada uno. Y perseverando unánimes, cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón» (Hechos 2, 44-46).

«Todos los que habían creído estaban juntos,
y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades
y sus bienes, y lo repartían a todos según las necesidades
de cada uno. Y perseverando unánimes, cada día
en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían
juntos con alegría y sencillez de corazón»
(Hechos 2, 44-46)

El cura de la pequeña iglesia del mar, la iglesia con una única campana, escondida entre el cuartel de la Guardia Civil y un bloque de viviendas condenado a la ruina y habitado por personas víctimas de la exclusión y de sí mismas, oraba cada día sobre cada palabra, del capítulo 2 de los Hechos de los apóstoles, para no perder la esperanza. Y volvió a encontrarse con ella, cuando llegó al buzón oxidado de su parroquia frente al mar, una carta del arzobispado que le convocaba, a él y a los otros dos curas de las tres parroquias de su pueblo, a un encuentro entre ellos dentro de los actos preparatorios del Sínodo. El papa Francisco había convocado unos meses antes, una experiencia sinodal, diferente y revolucionaria. Lejos de ser una reunión de obispos apartados de la realidad, en el Sínodo del papa Francisco participarían todos los componentes del Pueblo de Dios, laicado, consagrados y pastores. Francisco pretendía que todas las voces de la Iglesia fueran escuchadas, sobre todo, la de los más excluidos. Para el cura de la pequeña iglesia junto al mar, que había consagrado su ministerio a devolver la dignidad a quienes se la habían arrebatado, la llegada de Francisco, le había llenado de dicha y ahora nuevamente volvía a hacerlo. ¿Volvería la Iglesia a ser una comunidad de bienes? ¿Escucharía las demandas de sus excluidos?

Llegó la tarde de la reunión. Antes habían hablado por teléfono, el cura de la iglesia frente al mar con el cura que iba en bicicleta. Ambos estuvieron de acuerdo en que iba a ser imposible llegar a cualquier tipo de acuerdo con el tercer cura.

Sin embargo esa misma tarde, el cura que todavía llevaba alzacuellos, se iluminó y repasando la definición de «sínodo», vio la oportunidad de hacer realidad el sueño que no conseguía con sus cofradías, cocrear con los otros dos curas del pueblo un «camino que recorrer juntos».

 

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