Los pobres, en primer lugar

Los pobres, en primer lugar

Este domingo, día 13 de noviembre, celebramos los católicos la Jornada Mundial de los Pobres, que ya va por su sexta edición.

Esta Jornada fue instituida por el papa Francisco al clausurar, en noviembre de 2016, el conocido como Jubileo de la Misericordia y con la intención, según sus palabras en aquel momento, de «estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche» y lograr que «las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos».

En el mensaje convocando la Jornada del pasado día 13, el Papa nos dice que “La Jornada Mundial de los Pobres se presenta también este año como una sana provocación para ayudarnos  a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del mundo presente”. Quisiera quedarme con tan sugerente afirmación: La Jornada se presenta como “una sana provocación”. ¿Es provocante hoy en día hablar de pobres y de pobreza?

Parece ser que sí, y mucho. Casi coincidiendo en el tiempo con el mensaje de Francisco convocando la Jornada de este año, dos personas de resonancia pública en nuestro país, y a las que desde nuestros presupuestos antropológicos hemos de considerar, mientras no se demuestre lo contrario, como personas de bien, se han manifestado en contra de que se hable de pobres y de pobreza. Ante tales manifestaciones, es fácil entender que las palabras del Papa, escritas desconociendo las manifestaciones de estas personas, sean consideradas por muchos como una provocación.

A principios de octubre pasado, y sin pruebas que demuestren previamente una deliberada coincidencia, una de esas personas, el señor Garamendi, líder de la patronal CEOE, pedía “no hablar de pobres” y “no hablar del Gobierno de la gente”, porque eso, en su opinión “radicaliza a la sociedad”.

Por las mismas fechas, el señor Feijóo, líder del principal partido de la oposición, el Partido Popular, decía que “es muy antiguo volver a hablar de ricos y pobres”.

No es objeto de esta reflexión entrar al fondo de las propuestas del Sr. Garamendi, ni tampoco debatir sobre algo efectivamente muy antiguo, como es el de la división del mundo entre ricos y pobres. Gente más preparada que nosotros y conocedora de los datos con mayor rigor, ya ha contestado a ambos personajes públicos haciendo hincapié  en que posiblemente lo que crispe la sociedad no es hablar de pobres sino la brecha social existente en nuestro país, que además se ha visto incrementada como consecuencia de la pandemia.

Por aquellos días, los posteriores a las declaraciones de los señores Garamendi y Feijoó, recuerdo que, al hilo de una de esas cosas que circulan por Facebook y que se me ocurrió reproducir en mi muro, un amigo de los que ayudan a pensar me decía lo siguiente “¿De verdad que ‘hablar’ de pobres y ricos, sin ofrecer ningún tipo de propuesta sensata sino un catálogo de diferencias conduce a alguna cosa?”

Cuando leí esas palabras de mi amigo, inmediatamente me vino a la memoria una cita que trabajo mucho en mi condición de estudioso de la Doctrina Social de la Iglesia, y también de difusor de la misma: “Al ejercicio de este ministerio de evangelización en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la  Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias. Pero conviene aclarar que el anuncio es siempre más importante que la denuncia, y que esta no puede prescindir de aquel…”. La cita corresponde al último párrafo del punto 41 de la encíclica de Juan Pablo II Sollicitudo rei socialis (La preocupación por la cuestión social).

A la vista de esta cita, creo que mi amigo tenía razón en parte, solo en parte. Porque al hecho incuestionable de que siempre las propuestas en positivo son más importantes que la denuncia, eso no quita un ápice a la obligación moral de, en la lucha por la erradicación de la pobreza –cosa en la que creo coincidimos todos–, y partiendo del hecho –también incuestionable– de que, en un mundo con recursos suficientes para que, haciendo un uso racional de los mismos, todos puedan participar en el banquete de la vida, dar a conocer que la pobreza siga siendo el mayor azote de la humanidad. Aunque eso, como dice Francisco, “suene a provocación”.  Al menos, visto desde nuestro lado.

Porque desde el otro lado, el de los pobres, el mayor peligro, o la “provocación”, consistan con toda seguridad en que, para “no radicalizar la sociedad” o para “no ser antiguos” los borremos del mapa, los ignoremos y los descartemos. Cuestión que preocupa muy mucho al papa Francisco.

En su primer documento como Papa, aquel que los obispos de Roma aprovechan para indicar los ejes principales por los que desean que transcurra su pontificado, el conocido como Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio), en el punto 53 del mismo, que titula No a una economía de la exclusión, dice lo siguiente: “Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son ‘explotados’ sino deshechos, ‘sobrantes’”.

Si por no radicalizar la sociedad o por miedo a ser antiguos no hablamos de pobres, si los ignoramos, si los excluimos del centro de las políticas sociales, les estamos negando sus derechos de ciudadanía. En la antigua Grecia, uno de los signos por los que se reconocía la ciudadanía era el de la “pertenencia” a una determinada comunidad.

No hablar de pobres es condenarlos al “descarte”, a la no existencia, a la no pertenencia a nuestra sociedad. Entre tranquilizar nuestra conciencia ignorándolos o ser provocativos poniéndolos en el primer plano de la vida política y social, preferimos mil veces esto último aún a riesgo de ser criticados como radicalizadores sociales o antiguos.

Aunque evidentemente, como dice mi amigo y decía Juan Pablo II, también haya que ofrecer soluciones. Lo veremos en reflexión posterior.

Pero hoy he sentido la necesidad de ser “provocador” y poner a los pobres en primer lugar pese a las molestias que eso acarrea, también a nuestras conciencias.

Porque no quiero olvidar que Francisco en su mensaje para la Jornada de este año hablaba de “sana provocación” no solo por hablar de las pobrezas existentes, sino también y sobre todo “para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida”. Que efectivamente no se puede separar de la existencia de las pobrezas de hoy en día.

 

¿Necesitas ayuda? ¿Algo que aportar?