Jesús y nosotras

Después de tiempo sin vernos, me lo encuentro, me mira, me sonríe, me abraza y me dice: ¡Qué alegría verte!
Nos pusimos al día de nuestras vidas, las palabras salían solas y después de unos minutos, seguimos nuestro camino con el dulce sabor de habernos vuelto a ver. Aquel breve espacio en el que transcurrió todo, dejó durante horas una tonta sonrisa y unas ganas terribles de contárselo a todo el mundo. No sé qué «magia» operó para que este fugaz encuentro se quedara tatuado en mi corazón y cada vez que vuelve a mi memoria, retorna la curva a mi cara.
Supongo que algo parecido, pero más profundo y transcendente, vivieron las mujeres con las que Jesús se hizo el encontradizo. Todas ellas percibieron su mirada, fueron tenidas en cuenta, sonreídas y abrazadas por aquellos ojos, manos y gestos que Él les regaló. Por una vez alguien las consideraba merecedoras de atención. Por una vez, alguien se percataba de su opresión y las liberaba de todas aquellas normas que las mantenía en una impureza constante. Por una vez, alguien les tendió la mano y las condujo a su liberación. Él las trató como personas.
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Militante de la HOAC de Canarias
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