Barro y aliento

Barro y aliento

Toda persona, por el mero hecho de serlo, es tierra sagrada, tierra moldeada por Dios a su imagen y semejanza; tierra que cobró vida a partir del aliento que Dios insufló en su nariz, porque todos somos barro y aliento.

Desde las primeras páginas del libro del Génesis vemos como la dignidad de la persona está presente y se mantiene a lo largo de todo el relato bíblico por parte de Dios. La parte encomendada al hombre es otra cosa. No siempre esa dignidad es respetada.

El papa Francisco, en su primera exhortación apostólica, Evangelii gaudium, dejó plasmado su sufrimiento por los que son objeto de las diversas formas de trata de personas (EG 211), y también recurrió al Génesis para decir: quisiera que se escuchase el grito de Dios preguntándonos a todos: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4, 9).

Compartimos en este momento un tiempo en la Iglesia –tiempo del Sínodo de la sinodalidad— en el que estamos aprendiendo a caminar juntos. Debemos hacerlo todos, sin dejar a nadie en los márgenes y en las periferias. Pero, ¿qué pasa con quienes no pueden ni siquiera estar en los márgenes ni en las periferias porque están privados de todos sus derechos, sometidos a  condiciones de vida infrahumanas y privados de su propia dignidad? Que sean seres humanos invisibilizados por sus explotadores no los puede hacer invisibles a nuestros ojos. Nosotros debemos ser su voz hasta que esas personas, hermanos y hermanas nuestros, puedan ser visibles y hablar por sí mismos.

La polarización en la que ahora nos movemos a todos los niveles no ayuda a mejorar la situación de las víctimas de la trata de personas. Al contrario, la persona, en general, se diluye en una masa que, sin opinión propia es fácilmente manejable, y no se da cuenta de la manipulación a la que está sometida.

Debemos tener muy presente la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). En el siglo XIX (1891), León XIII publicó Rerum novarum, –documento fundacional de la Doctrina Social de la Iglesia– cuando nadie hablaba de la dignidad en el trabajo y los derechos de los trabajadores. Pío XI, en Quadragesimo anno, publicada en 1931, escribe sobre los grandes conflictos financieros que afectan a la dignidad de muchos seres humanos. Para Juan XXIII es una realidad tan lacerante que dedica dos encíclicas: Mater et magistra (1961) donde aborda las diferencias entre países desarrollados y subdesarrollados, y Pacem in terris (1963) en la que su reflexión se centra en la paz mundial y los derechos humanos amenazados. Pablo VI afronta los problemas del desarrollo en Populorum progressio (1967). Pasarán 90 años –desde la publicación de Rerum novarum-– hasta que Juan Pablo II, actualice esa reflexión en Laborem exercens (1981) y, ante un mundo que cambia, vuelva a pensar sobre el trabajo y su aplicación a la empresa moderna. Hay más textos, pero estos son los más significativos.

La DSI nos ayuda a situarnos en el punto central de la reflexión. Nos ayuda a no distraernos del tema con otros asuntos. Porque la realidad de la trata de personas tiene mucho, realmente todo que ver con la explotación laboral de unos seres humanos por otros seres humanos. La trata de personas es una de las lacras de la sociedad actual. El empeño contra esta realidad es una de las responsabilidades globales más importantes y urgentes de nuestro tiempo. No podemos refugiarnos en la indiferencia o en un desconocimiento de la realidad que viven millones de personas. Hoy en día nuestros medios de comunicación y redes sociales nos permiten saber qué pasa, dónde pasa, y con quién pasa. En tiempo real. La realidad de la trata de personas nos implica a todos.

La persona humana es lo más digno del universo. Tiene derechos humanos, naturales e inviolables anteriores a la sociedad y al mismo Estado. Que se prive de esos derechos a unos seres humanos por el afán de dominio y de ganar dinero no hace más que degradar a la raza humana si no adoptamos un posicionamiento claro, fuerte y decidido contra esta realidad. ¡Nuestros hermanos y hermanas privados de dignidad son lo primero!

Todos somos barro y aliento. Algunos se conforman con quedarse en el barro. A otras personas nos interesa que, hasta ellos literalmente embarrados, sean conscientes del crimen que cometen contra otros seres humanos, reflexionen, y se permitan respirar el aliento que Dios les da. Que nunca perdamos la esperanza de que esta lacra termine. Parte está en las manos de cada uno.

 

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Reflexión publicada originalmente en la revista del Departamento de Trata de Personas de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y la Promoción Humana, con motivo de la Jornada Mundial contra la Trata que convoca el 8 de febrero la Iglesia universal.

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