¿Qué futuro para la participación de los trabajadores en la empresa?

¿Qué futuro para la participación de los trabajadores en la empresa?
Imagen | Sirichai Puangsuwan (vecteezy)
La defensa de la participación en las empresas de las personas trabajadoras parece haber perdido vigencia dentro de la Doctrina Social de la Iglesia ante la expansión de la economía global y las grandes corporaciones. El profesor González Fabre reconstruye el planteamiento eclesial tradicional e indaga en posibles caminos para su actualización.

El enfoque tradicional

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI) es un documento del entonces Pontificio Consejo Justicia y Paz escrito por encargo de Juan Pablo II y fechado en 2005. Hace casi 20 años de ello, por tanto.

Tomaremos su promulgación como la divisoria entre el pasado y el presente de la DSI. El Compendio incluye hasta la última encíclica social de Juan Pablo II (Centesimus annus, 1991) e integra algunas perspectivas posteriores principalmente sobre la globalización (CDSI 310ss), pero por fecha no puede considerar las encíclicas sociales de Benedicto XVI (Caritas in veritate, 2009) ni de Francisco (Laudato si’, 2015; Fratelli tutti, 2020). Por la misma razón, no puede afrontar realmente el efecto de la digitalización sobre la producción y el trabajo.

Veamos cómo recoge la posición tradicional de la DSI sobre la participación del trabajo en el capital:

«El trabajo, título de participación. La relación entre trabajo y capital se realiza también mediante la participación de los trabajadores en la propiedad, en su gestión y en sus frutos. Esta es una exigencia frecuentemente olvidada, que es necesario, por tanto, valorar mejor: debe procurarse que “toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse, al mismo tiempo, ‘copropietario’ de esa especie de gran taller de trabajo en el que se compromete con todos. Un camino para conseguir esa meta podría ser la de asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a la propiedad del capital (…)”. La nueva organización del trabajo, en la que el saber cuenta más que la sola propiedad de los medios de producción, confirma de forma concreta que el trabajo, por su carácter subjetivo, es título de participación: es indispensable aceptar firmemente esta realidad para valorar la justa posición del trabajo en el proceso productivo y para encontrar modalidades de participación conformes a la subjetividad del trabajo en la peculiaridad de las diversas situaciones concretas» (CDSI 281).

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La idea más interesante de este pasaje es la conexión entre participación en la empresa y subjetividad del trabajador. Esa subjetividad tiene dos filos: uno hacia la contribución personal del trabajador a la empresa; y otro hacia dentro de la persona trabajadora: el trabajo como lugar de realización de sus potencialidades personales. Al crecer como sujeto de la producción lo hace, a la vez, en el mismo proceso, en numerosos e importantes aspectos de su ser persona. No es difícil ver cómo ocurre esto: por ejemplo, aplica su capacidad intelectual a mejorar las tareas que se le encomiendan en la empresa, haciéndola más eficiente y funcional para todos; desarrolla habilidades e intuiciones hasta volverse un experto en su campo; se integra en equipos de producto y otros grupos de trabajo, con lo cual constituye el tejido de la organización empresarial y se convierte él mismo en un experto en relaciones humanas…

La DSI aprovecha la primera dimensión subjetiva del trabajo –donde el «capital humano» que cada trabajador aporta es cada vez más relevante para el éxito de la empresa–, para promover el segundo –el crecimiento del trabajador como persona a través de su trabajo–. Y propone claramente la conexión entre ella y la participación del trabajador tanto en la gerencia, como en los beneficios y en la propiedad misma de la empresa.

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