Derivadas de la reunión entre Yolanda Díaz y el Papa

Derivadas de la reunión entre Yolanda Díaz y el Papa
Cuando escribo este texto, lo que ha trascendido a la opinión pública, porque así lo ha trasladado la propia vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, es que se vuelve a reunir en audiencia privada con el papa Francisco. Este encuentro se produce el día dos de febrero y es el segundo entre ambos.

Independientemente de la valoración del encuentro –es de suponer que confirmará la «muy cordial» relación y la buena «sintonía» entre el pontífice y la vicepresidenta del Gobierno, como ocurrió en el «emocionante» primer encuentro de diciembre de 2021– hay al menos dos cuestiones relevantes que merecen atención.

La primera de ellas es el objetivo irrenunciable de trabajo decente, esencial para la vida de las personas y para la construcción de una sociedad que cuide de estas, priorizando a quienes lo están pasando mal, y que cuide del medioambiente, de la casa común. Un tema fundamental, como saben, tanto para la Iglesia universal como para el Gobierno de España.

El segundo, la necesidad de promover una comunidad política que sea sujeto protagonista en el devenir de los acontecimientos. El diálogo, la promoción de una cultura del encuentro, la participación… permiten tejer vínculos y construir un pueblo con mayores dosis de justicia social, de bien común y de fraternidad. En esta lógica, se entiende mejor que «nadie se salva solo» y que «todos somos responsables de todos».

Estas dos claves, a mi entender, tienen algunas derivadas «en lo cercano», que permitiría darle recorrido a ese interés compartido, a esa buena «sintonía» y a esas «coincidencias» que se expresan en este incipiente diálogo, que, para ser sincero, debe ser una obligación que ayude a comprender mejor las diversas realidades y responder a las necesidades de la sociedad.

Me pregunto, ¿es oportuno profundizar en ese interés compartido en el Vaticano con la Conferencia Episcopal Española? ¿Tiene sentido compartir la experiencia de tres décadas de una pastoral obrera como la que tiene este país? ¿Sería coherente estrechar lazos entre quienes construyen la eutopía –el buen lugar– y el anhelo por un trabajo decente? ¿Es caprichoso superar la «anomalía democrática» del no diálogo entre instituciones que construyen pueblo, bien común y amistad social?

«Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula, sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza», escribe el papa Francisco en Evangelii gaudium.

Se trata, entonces, de construir puentes, de tener cierta voluntad política que acerque esas «dos orillas», derribando el muro de la desconfianza, y encontrar un lugar común, en aras de un bien mayor.

Para esto, además de los «bártulos», es decir, de los temas sobre los que se coincide, interpela a la responsabilidad de quienes lo pueden hacer posible.

 

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