Educación, conciencia y sabiduría

Educación, conciencia y sabiduría
Cada vez que escribo o hablo de educación, la sangre se hace presente en mis palabras porque en el sagrado arte, en la noble tarea de educar están mi vocación y mi destino, mis anhelos y esperanzas, mis logros y realizaciones, así como mis sueños y mi vigilia. En una palabra, en ella está mi vida.

Haciendo mías las interrogantes de Edgar Morín me pregunto: «¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que perdimos con la información?».

La educación no puede estar solo ni fundamentalmente al servicio del sistema económico, sino que ha de servir para la construcción de conciencias despiertas y libres, para modelar personas lúcidas y lúdicas, críticas y respetuosas. Una educación es eficaz cuando configura a sujetos que se reconocen como alumnos eternos, cuando es capaz de seducir la atención de un niño y mantener viva su inclinación natural al asombro, a la investigación y a la creatividad. La verdadera educación no necesita motivar al alumno porque actúa y opera de manera que respeta incondicionalmente a las personas implicadas en ella, asegurándose que mantiene vivo en niños, jóvenes y adultos, el entusiasmo, la sorpresa y la admiración.

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