José Laguna: “Cuidar hoy en día no es una opción, es un imperativo”

José Laguna: “Cuidar hoy en día no es una opción, es un imperativo”
El editor, músico y teólogo participa el jueves en Murcia en el ciclo de Líneas Rojas para hablar del cuidado como horizonte político

La línea de pensamiento de Pepe Laguna, miembro del Área Teológica de Cristianismo y Justicia —donde ha publicado varios de sus cuadernos— y autor de Cuidadanía: Del contrato social al pacto de cuidados (PPC, 2021), enlaza con la crítica feminista, con una visión del mundo que reivindica que los cuidados estén en el centro del debate, no solo porque estemos en pandemia y que, por tanto, toque cuidarse, porque estamos enfermos.

A su juicio los cuidados deben estar en el centro de la reflexión social y política por una cuestión de la sostenibilidad de la vida. La vida social y la vida natural están en peligro. “El colapso ecológico, en el fondo, es un síntoma de esa crisis que algunas economistas llaman del mundo de la reproducción y de la producción”. Hemos llegado a un momento del desarrollo del capitalismo en el que el modelo productivo no solo se ha hecho insostenible con el modelo reproductivo, sino que es inviable. De ahí que “o los cuidados entran en el centro de lo que tengamos que construir, sea lo que sea, o esto es insostenible. De ahí la reivindicación del cuidado político, porque se juega mucho en ese terreno”.

Imagino que no estamos hablando solo de la vulnerabilidad del ser humano como tal, sino también de los ecosistemas, del planeta… de la especie humana en general

En el fondo hablamos de un cambio de paradigma. En una nueva gramática social el cuidado no es un adjetivo sino un sustantivo. No es tanto una sociedad con cuidados, sino una sociedad desde los cuidados. Esa sería la clave para entender este concepto y el reto para acercarlo. Porque cuando hablamos de los cuidados –depende del contexto en el que hables– como es un término que casi todas y todos manejamos por aquello de que debemos cuidarnos más y mejor, entonces lo que hacemos es olvidar su dimensión política. Yo reivindico que, como todo gira en torno a los cuidados, hay que mantener ese aguijón crítico.

¿Entonces habrá que vincular los cuidados con la situación de conflicto social que vivimos?

El ejemplo del modelo ideal de cuidado es esa imagen de los abuelos que van al colegio a recoger a los nietos, y estos salen con los dibujos que les han hecho. Si el objetivo de la cámara solamente enfoca esa parte, estamos hablando de una sociedad que parece que solo funciona así. Pero si abrimos el foco descubrimos que, aparte de los abuelos, solamente están las mamás. Entonces te preguntas por qué, ¿acaso ellas tienen una especial dotación para recoger a los hijos?, ¿qué misterio hay para que las madres se ocupen de eso y no así los padres? Aparece, entonces, la categoría de género vinculada a los cuidados. ¿Dónde están los hombres, dónde están los padres? O no quieren o están trabajando. Entonces, en el fondo, lo que estamos viendo es que, para que el modelo productivo siga funcionando, genera una desigualdad estructural de orden patriarcal que naturaliza a las mujeres como cuidadoras exclusivas.

A la hora de explicar la importancia del cuidado, sueles presentar el modelo del hombre de Vitruvio dibujado por Leonardo da Vinci como centro del mundo y aislado, frente a la figura de la homínida Benjamina, descubierta en Atapuerca, cuya sociedad se hace cargo de esta mujer vulnerable

El relato visualmente es muy gráfico y esa imagen es la que suele quedarse la gente cuando la explico, que una comunidad de homínidos se hace cargo del vulnerable. suele olvidarse que eso supone hacerse cargo del inservible, de quien no aporta nada al grupo, que no vale para cazar, ni para recolectar, es un ser descartado. Esa decisión de la compasión, por tanto, no responde a la urgencia de la necesidad, sino a una determinación, no sé si adjetivarla como política, que nos vamos a hacer cargo de un individuo que no genera ningún beneficio comunitario, y más aún, que además entorpece el progreso. La punta crítica tiene que ver con esto. Como la figura del samaritano, ya que te puedes quedar en el relato de quien le vendó las heridas, una labor asistencial necesaria pero insuficiente, o desde la perspectiva de quien le da el dinero al posadero y se organizan posteriormente las posadas, como instituciones de cuidado.

Vivimos en una sociedad en la que todos tenemos que triunfar, y me pregunto si la escuela está enseñando cómo se gestiona ese fracaso que existe en la vida

Una de las consecuencias de la pandemia es todo lo que tiene que ver con la salud mental, especialmente de los adolescentes y los jóvenes. Esa sensación de vulnerabilidad, de que nos está pasando factura la pandemia, ¿nos puede ayudar a entender más todo el fenómeno de la compasión y de los cuidados?

En el ámbito educativo, tenemos poco trabajado el asunto de la vulnerabilidad. Porque cuando en los colegios se trabaja la educación emocional, se habla de trabajo cooperativo, de una educación centrada en las emociones que consideramos positivas. Es decir, cómo gestionamos el emprendimiento o la cooperación con los demás. Pero las emociones que consideramos negativas, como el miedo, el sufrimiento, el dolor, el desamor o la vulnerabilidad, han sido realidades que no sabemos gestionar, porque no nos hemos dedicado a ellas.

Nos educamos en la felicidad, pero no en el desamor o en el fracaso. Porque vivimos en una sociedad en la que todos tenemos que triunfar, y me pregunto si la escuela está enseñando cómo se gestiona ese fracaso que existe en la vida.

Por tanto, hay una parte que tenemos que comprendernos y educarnos, con la fragilidad de lo que somos. Nos cuesta mucho reconocernos frágiles y sacar las consecuencias de todo ello. Por eso, cuando hablamos de la educación emocional, hay un campo muy amplio para poderlo desarrollar. Cuando la pandemia nos ha demostrado que somos frágiles y vulnerables, que nos vamos a morir y eso es ley de vida, no lo tenemos integrado. ¿Qué hacemos en ese momento? Pues tenemos que saber cómo gestionarlo.

-¿Crees que lo estamos gestionando bien o estamos aprendiendo algo?

Tampoco sé tanto. Lo que sí se ha manifestado es la red de cuidados que tiene la vida, que hay cuidadores y cuidadoras que nos sustentan, eso se ha hecho evidente. Como la red que emerge del fondo marino. Tengo la sensación de que la hemos visto, pero en el momento en el que la realidad vuelve a funcionar como antes, sabemos que está la red, pero vuelve a invisibilizarse. Estamos en ese periodo en el que nos quedará el susto y el miedo en el cuerpo, pero el reto está en que todavía no se hunda la red. Por eso, entre los cuidados vamos a ver cómo estaban esas redes de pesca, porque hay que repararlas. Nos hemos dado cuenta de que el Estado de bienestar es frágil, que unos pocos tenemos una sanidad pública y universal…, tenemos cuidados, pero en una situación muy precaria.

Donde se están jugando los cambios sociales, los cambios políticos es en las fronteras

 ¿En qué lugar queda en todo este debate el concepto de cuidadanía, como modelo de convivencia construido a partir de la vulnerabilidad y de la red de cuidados?

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La propuesta o la alternativa, si es cambio de paradigma, la pandemia la ha acentuado. Hemos construido nuestras instituciones de protección, de identidad y de sentido. porque tienen que ver con los derechos humanos, con la democracia. Los derechos han ocupado el centro de cómo nos entendemos como sociedades y eso ha tenido un desarrollo muy positivo, aunque se le han ido pegando otras cosas que no lo son tanto. A juicio de muchos analistas y pensadores, ese discurso que nos ha traído hasta aquí, el de los derechos humanos, ya no da más de sí.

Donde se están jugando los cambios sociales, los cambios políticos es en las fronteras. A las personas migrantes, cuando llegan, las puedes recibir con el discurso de los derechos humanos. De que tienen dignidad y les dices que se la reconoces abiertamente. Pero ellas dicen, vale, yo tengo dignidad, pero quiero derechos. Y la sociedad les responde, bueno, derechos, yo ya no puedo darte, porque mi frontera no te puede proteger. Ese discurso, al final, se nos ha hecho dolorosamente engañoso. ¿No sería el momento, entonces, de cambiar a otro modelo que dijera que yo no te defino por la dignidad, sino que lo hago por la vulnerabilidad? Y entonces, más que reclamar derechos, sería reclamar cuidados.

¿Te defines entonces por la vulnerabilidad frente a la dignidad?

No es frente a la dignidad o contra ella. Cuando yo digo todos los seres humanos somos dignos, es cierto, porque tenemos interiorizado ese discurso social. El rico, el pobre, el emigrante…, todos y todas somos dignos. Y eso nos tendría que servir para que cuando lleguen a las fronteras esa dignidad tuviera un reconocimiento. Pero si no encuentro reconocimiento y protección reales, entonces o bien impugnamos el discurso o lo cambiamos…

El discurso dominante, próximo a los postulados de la extrema derecha que van calando, no llega ni al primer momento porque cuestiona la dignidad y, por tanto, ¿dónde quedaría el momento de hablar de la vulnerabilidad?

Lo que dice la crítica feminista es que cuando construimos universales a partir del cuerpo tenemos que hablar de vulnerabilidad. Porque como sociedad hemos construido universales como la democracia o los derechos humanos, que nos han servido en determinado momento. Pero cuando los aterrizas en el cuerpo la dignidad se puede poner en cuestión. Si tu imperativo es el de la vulnerabilidad, lo que define tu acogida es si tu Estado, si tu institución, es capaz de cuidar a esas personas. Y luego ya hablamos de derechos y demás cosas. ¿Somos sociedades cuidadoras? ¿Tenemos instituciones de cuidado? Porque si no las tenemos, cuando el otro llega dice que me reconoces como vulnerable, me reconoces una dignidad, pero no me ofreces nada para el cuidado. La dignidad tiene que ver con aquello que no se compra ni se vende, en el fondo no es un elemento que uno posee, sino que solo se puede entender desde la vulnerabilidad.

¿Cómo encajaría este planteamiento de los cuidados en un asunto como la reciente reforma del mercado laboral, cuando uno de sus ejes ha sido el de combatir la precariedad, especialmente entre los jóvenes?

Pues tendría que ver cuando pensamos en el Estado de bienestar, con todas las instituciones de cuidado, como los servicios sociales, pero también con la política fiscal. Tiene que ver con una sociedad que se dota de recursos para asegurar la viabilidad de los cuidados. El problema es que estamos en un momento de crisis del Estado de bienestar, no solo porque se ha ido fragilizando al no alimentarlo, sino porque estamos en otro momento del capitalismo neoliberal que, para seguir sobreviviendo, necesita cargárselo, porque el traje se le ha quedado pequeño. Y no podemos seguir por ese camino, porque, por ejemplo, en el conflicto ecológico está claro. Los ecologistas más radicales, o más lúcidos, ya dicen que hemos llegado a un momento en el que no hay posibilidad de regeneración. Que podemos decrecer, podemos reducir nuestro consumo, pero como hemos agotado los tiempos de reproducción, el tiempo de barbecho, pues esto se va al garete. Lo único que podemos hacer es gestionar el funeral.

Como no cuides el planeta, estás condenado a desaparecer. Como no cuides las relaciones sociales, la democracia, el Estado de bienestar, se extinguen

En Murcia salen miles de agricultores a manifestarse a la calle, denunciando que el campo no tiene futuro y quejándose, entre otras cuestiones, por la limitación a los cultivos en el entorno del Mar Menor. Paralelamente se han conseguido las firmas necesarias para impulsar la ILP para dotarlo de personalidad jurídica. ¿Estamos hablando de cuidadanía cuando se lucha por su protección, o nos quedamos solo en la parte de la dignidad del entorno?

El ejemplo del Mar Menor es muy bueno y a mí me ha interesado mucho porque tal y como lo tenemos configurado o entra en el mundo del Derecho, para que algo sea protegido, o se queda al margen. Y eso es un valor. Pero me pregunto si no hemos creado una sociedad que necesita el mundo del Derecho para proteger un entorno. Yo creo que ese hecho tiene una perversión tremenda. Es verdad que el Derecho nos vale para proteger, pero en el fondo estamos alimentando un discurso que vacía de protección aquello que no está incluido en el Derecho o en el mercado. Podemos entender entonces que el cuidado tiene que ver con otra dimensión, por ejemplo, el trabajo doméstico es cuidado. De reconocer ese trabajo y que hay que hacerlo. Pero claro, si el reconocimiento es solamente salarial igual estamos construyendo un espacio extraño. Porque, en este caso, el Mar Menor debemos protegerlo simplemente por sí mismo. Uno no protege a su hijo porque haya entrado en el marco jurídico de los derechos humanos, sino porque entraña un valor y ese valor es el que el que supone. En el fondo es algo tan obvio como que debemos tener cuidado, porque si no cuidamos, estamos condenados a extinguirnos. Cuidar hoy en día no es una opción, es un imperativo. Porque como no cuides el planeta, estás condenado a desaparecer. Como no cuides las relaciones sociales, como no cuides la democracia, como no cuides el Estado de bienestar, se llame como se llame, se extinguen. La imagen del conflicto ecológico se traduce muy bien para hablar de otras crisis que tienen el mismo esquema. De ahí que los cuidados son vitales a la hora de pensarlos.

 

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