La cultura del cuidado, rumbo común para la fraternidad

La cultura del cuidado, rumbo común para la fraternidad

Francisco escribe sobre la cultura del cuidado como camino de paz «y compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos», en su mensaje publicado con motivo de la 54ª Jornada Mundial por la Paz que se celebra el próximo 1 de enero. El papa ha recordado a las personas que nos cuidan durante este tiempo de pandemia y, especialmente, a «los que han perdido a un familiar o un ser querido, pero también en los que se han quedado sin trabajo».

El texto del Papa, de 9 capítulos, sitúan su propuesta de cultura del cuidado, con aportaciones del magisterio social de la Iglesia, como brújula “para un rumbo común” que promueva la erradicación de la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, “que suele prevalecer hoy en día” en diversas formas como son: el nacionalismo, el racismo, la xenofobia y los conflicto bélicos.

La cultura del cuidado y la DSI

La propuesta se fundamenta en los principios, criterios e indicaciones de la DSI, que aportan luz y esperanza en la promoción de la dignidad de toda persona humana, en la solidaridad con los pobres y los indefensos, en la preocupación por el bien común y para cuidar la casa común. Francisco subraya el cuidado como promoción de la dignidad y de los derechos de la persona recordando la responsabilidad de acoger y ayudar a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cada uno de nuestros prójimos, cercanos o lejanos en el tiempo o en el espacio”. El cuidado del bien común, es decir, el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y cada uno de sus miembros una vida buena. Por lo tanto, señala Francisco, los planes y esfuerzos deben tener en cuenta sus efectos sobre toda la familia humana, en el momento presente y para las próximas generaciones. “La pandemia de Covid-19 nos muestra cuán cierto y actual es esto, puesto que nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, porque nadie se salva solo y ningún Estado nacional aislado puede asegurar el bien común de la propia población”. El cuidado mediante la solidaridadque se concreta en el amor por el otro, “no como un sentimiento vago, sino como determinación firme y perseverante de empeñarse “por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. La solidaridad nos ayuda a ver al otro —entendido como persona o, en sentido más amplio, como pueblo o nación— no como una estadística, o un medio para ser explotado y luego desechado cuando ya no es útil, sino como nuestro prójimo, compañero de camino, llamado a participar, como nosotros, en el banquete de la vida al que todos están invitados igualmente por Dios”. Y el cuidado y la protección de la creación, escuchando al mismo tiempo el clamor de los pobres y el de la Tierra para que pueda emerger “un cuidado eficaz”. “Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo”.

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Un rumbo común

En el mensaje, se subraya que la promoción de esta cultura del cuidado “requiere un proceso educativo y que los principios de la DSI se plantean como la brújula para esta finalidad. En este sentido, Francisco ofrece algunos ejemplos: La educación que “constituye uno de los pilares más justos y solidarios de la sociedad” y que comienza en la familia, “núcleo natural y fundamental de la sociedad, donde se aprende a vivir en relación y en respeto mutuo”, que necesita “condiciones” para “cumplir esta tarea vital e indispensable”. La escuela y la universidad y, de igual manera, en ciertos aspectos, los agentes de la comunicación social, todos ellos sujetos “llamados a transmitir un sistema de valores basado en el reconocimiento de la dignidad de cada persona, de cada comunidad lingüística, étnica y religiosa, de cada pueblo y de los derechos fundamentales que derivan de estos”. Las religiones y sus líderes, “pueden desempeñar un papel insustituible en la transmisión a los fieles y a la sociedad de los valores de la solidaridad, el respeto a las diferencias, la acogida y el cuidado de los hermanos y hermanas más frágiles”. Finalmente, cita a toda las personas comprometidas al servicio de la gente, “en las organizaciones internacionales gubernamentales y no gubernamentales, que desempeñan una misión educativa, y a todos los que, de diversas maneras, trabajan en el campo de la educación y la investigación, los animo nuevamente, para que se logre el objetivo de una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión”.

 

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