Crónica desde la frontera con Ucrania: la vida en una triste maleta

Crónica desde la frontera con Ucrania: la vida en una triste maleta

Se ha creado un movimiento social llamado “Caravana por la Paz” cuyo objetivo es comprometerse por la paz entre los pueblos, creando condiciones para ello. Hay muchos conflictos bélicos en el mundo, hay muchas violencias en todos los continentes, por intereses económicos, geoestratégicos o por el afán de acaparar porque hemos convertido el dinero en una idolatría, como afirma el papa Francisco. La paz no interesa al poder político y económico ni a la sociedad que ha convertido la codicia y la avaricia en pilares de la sociedad.

Y, desde este movimiento social, se organizó un viaje hacia Rumanía, hacia el sur, para llegar a la frontera con Ucrania. Se logró llevar dos camiones con 48 toneladas de alimentos, medicinas y ropa, aunque en un principio eran tres camiones, pero, por la subida de los carburantes nos subieron la tarifa y al final, después de un gran esfuerzo, se pudieron llevar dos camiones.

Llegamos a la frontera con Ucrania, a Isaccae, cerca de la población de Tulcea, donde pudimos compartir un trozo de vida con personas que vienen huyendo del horror de la guerra, de la muerte y la destrucción. Isaccae es un punto de acogida, prácticamente de paso, de estas personas refugiadas. Se percibe la apuesta y el apoyo económico de la Unión Europea. En este campo se les da la documentación para poder seguir su camino. Muchas personas saben dónde quieren ir porque tienen familiares, sobre todo, en Alemania, Francia e Italia. Dentro de esta acogida, se fletan autobuses que los llevan a su punto de destino. En el momento presente, hay familias que regresan porque quieren reencontrarse con sus seres queridos, porque saben que no hay combates en esa zona. Si se reiniciaran, volverían de nuevo a cruzar la frontera.

Además de la ayuda humanitaria, hicimos todo el esfuerzo por llevar calor humano, regalar sonrisas y empatía. Estas personas llegaban de Ucrania, de la zona de Odessa, en barcazas. Una llegaban en sus coches, unos destartalados, otros de alta gama, y otros andando, pero, todas las personas tenían algo, algo terrible en común: Miradas llenas de tristeza, incertidumbre, angustia y miedo. Miradas perdidas porque no saben si sus familiares siguen vivos, si sus hogares siguen en pie o se han convertido en escombros junto con sus recuerdos. Vidas rotas y destruidas por otra maldita guerra.

Hay una imagen que predomina: mujeres que llevan en una mano a sus hijos y en la otra mano una maleta. Una maleta donde llevaban toda su vida, lo más importante para sobrevivir como algunos recuerdos. Nos comentaban las personas refugiadas que siempre tenían el equipaje preparado por si se producía combates o bombardeos, incluso, dormían vestidos para no perder el tiempo; ante el primer sonido de las balas o de las bombas, saltaban de la cama, cogían a sus hijos y la maleta ya preparada y salían corriendo. Sus hijos e hijas dormían con las madres en la misma cama. El horror de la guerra tiene una imagen y es los hijos e hijas abrazados a sus madres.

Las madres hablan poco, mucho silencio y al final rompen a llorar. Nos fijamos cómo una madre intentaba no llorar y miraba con cariño a sus hija, pero, al final se les saltaron algunas lágrimas. Esa hija acaricia a su madre e intenta, también no llorar, pero, al final lloran las dos y se abrazan desconsoladas.

Posteriormente, estuvimos en los campos de personas refugiadas de Galetti, que es una ciudad también cercana a Tulcea.  Las personas refugiadas han sido acogidas en diversos edificios. Estuvimos en un una escuela que estaba abandonada y se había habilitado a tal efecto. Este campo lo organizaba los jesuitas de Rumanía.

Nos comentaba una maestra, que es voluntaria en esta acogida, que una niña le dijo que soñaba con un vestido y se lo compró. La niña durmió con ese vestido dos noches seguidas. También nos indicó, con angustia, que las necesidades eran muchas  y que tenía miedo a que esta dolorosa realidad se olvidara con el tiempo. Igualmente, nos comentaba con mucha emoción contenida que llegaría más gente y que sentía pánico de no poder atender a todas las personas refugiadas que llegaran. Se preguntaba en voz alta y con mirada perdida ¿cómo vamos a dejar a los niños en la calle? No pudo evitar que se le saltaran algunas lágrimas.

En estas situaciones surge lo mejor y lo peor de las personas y de los gobiernos. Hay gente que va para echar una mano desde la solidaridad y la cercanía; hay gente, los proxenetas, que van a captar mujeres y niñas para las prostitución. Hay Gobiernos, como el polaco y el húngaro, que rechazan a las personas africanas y árabes que vienen de Ucrania. Al hilo de esto, hay que decir que la Unión Europeo, en el Sur de Europa, han encerrado en cárceles a las personas refugiadas que vienen de Siria, de Afganistán, Iraq, Sudán, Sudán, Nigeria… Es una acogida racista e inhumana. Hay personas y gobiernos que acogen y abren fronteras simplemente por ser personas, sin importarles la nacionalidad ni el origen. Hay gente que quiere la paz y quiere construir condiciones de paz; hay gente que quiere la guerra y seguir creando condiciones para la guerra, para la venta de armas y hacer negocio con los contratos de mercenarios, que por cada persona muerta les pagan 300 dólares, militar o civil. Los ucranianos tienen pánico a los mercenarios tanto del bando ruso como del propio bando ucraniano.

Quiero terminar esta crónica con una escena y con un deseo hecho compromiso. Vimos a una niña, de unos cinco años, con una mirada rota, desgarrada, que miraba hacia Ucrania, tal vez buscando con su mirada a su padre, a sus amigos y amigas; buscando su casa, su escuela, su calle donde jugaba, sin saber el porqué de lo que está pasando, porqué le han robado su infancia.  Por eso, quiero terminar está crónica con el deseo de que esta guerra termine, que todas las malditas guerras terminen y sepamos construir, lo hacemos compromiso, un mundo donde todos seamos hermanos y hermanas. ¿Una quimera? Tal vez, pero, una quimera que merece la pena luchar por ella.

 

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