El Mundial de Fútbol 2022 se juega en campos manchados de sangre

El Mundial de Fútbol 2022 se juega en campos manchados de sangre
FOTO | Construcción en Doha, Catar. Vía Labib Choufani

Estamos en plena vorágine de un mundial de fútbol que arrastra muchísima polémica. ¿El motivo? Su celebración en un país con serias carencias en el respeto a los derechos humanos. Pero… hagamos un poco de historia.

En diciembre de 2010 en Zúrich, la FIFA, el mayor órgano del fútbol internacional, designaba a Catar como sede del Mundial 2022 (tras un repentido cambio en el método de adjudicación de esta competición). En la votación participaron 22 representantes de la FIFA entre los que se encontraban su presidente Sepp Blatter, Michel Platini, entonces presidente de la UEFA (máxima institución europea) y Ángel Mª Villar, presidente de la Federación Española. Posteriormente, 10 de esos 22 representantes fueron sancionados o inhabilitados por casos de corrupción o violación de ética y 6 más mantienen causas pendientes con la justicia.

En enero de 2013 la revista France Football publicaba el reportaje “El escándalo Qatargate”. En este, habla de una reunión donde participan el expresidente Sarkozy (condenado también por corrupción y tráfico de influencias), Michel Platini y el príncipe heredero de Catar. Dicha publicación daba cuenta del pago de sobornos a cambio de votos por la candidatura.

Entre corruptela y corruptela, nada importa el absoluto desprecio, en ese país, a la dignidad de la mujer (totalmente subordinada al hombre) o a los derechos de quienes se enamoran, y expresan sexualmente, de manera diferente a la “norma” (la persecución al colectivo LGTBI). Sin embargo, mucho menos eco social ha tenido otra de las grandes injusticias criminales, consentidas en este mundial: La grave agresión a la salud, y la vida, de miles de personas mientras trabajaban en la construcción de  estadios y demás infraestructuras.

Según The Guardian, medio que ha investigado esta situación, atendiendo a los países de procedencia de la mano de obra “importada” por Catar, 6.500 personas trabajadoras –aproximadamente 12 cada semana– han muerto allí en la última década, en la construcción de  infraestructuras. Su origen: la India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka. El propio diario afirma que se ha quedado corto, ya que no pudo recabar datos de países como Filipinas o Kenia.

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Entre el 70% y el 80% de estas muertes se clasificaron como naturales, en concreto como “insuficiencia cardíaca o respiratoria aguda”. Al no ser consideradas siniestros laborales, no recibirán indemnización alguna “unas familias devastadas que se encontraron sin su principal sostén”.

La FIFA apoya la versión catarí de las “muy estrictas medidas de salud y seguridad” establecidas. Pero lo que cuentan quienes trabajaron allí habla de jornadas extenuantes de más de 16 horas, sin apenas descansos ni medidas de prevención. La realidad habla de escasa alimentación, hidratación, hacinamiento y, sobre todo, de largas horas de exposición continuada a altísimas temperaturas (la causa de muerte más probable en un gran número de casos).

FIFA, UEFA, federaciones nacionales y élites ejecutivas de los países participantes son cómplices, es decir, culpables. Todas estas instancias deberían haber exigido al gobierno de Catar:

  • Investigación independiente, exhaustiva y transparente de todas esas muertes.
  • Indemnización justa a las personas heridas y a las familias de las fallecidas.
  • Eliminación del sistema de patrocinio catarí (kafala), que convierte las relaciones laborales en un régimen de esclavitud en pleno Siglo XXI.

Mientras más “engordemos” audiencias televisivas o radiofónicas, mientras más “engrasemos” la máquina de hacer dinero de este Mundial, más cómplices seremos de una práctica criminal: Utilizar a miles de personas para enriquecer a una élite despiadada, a la que nada le importa si la consecuencia de eso son más de 6.500 personas muertas y muchísimas más lesionadas o enfermas.

 

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