Chivatos y tramposos

Chivatos y tramposos
FOTO | La verdad y la falsedad por Alfred Stevens, 1857-66. Vía Iza Bella, CC Wikipedia

La primera vez que viajé a Inglaterra lo hice con un guía italiano que, visitando las aulas de Oxford, nos refirió una curiosa anécdota. Estando en el examen para convalidar su titulación como Guía turístico, uno de los aspirantes sacó disimuladamente una “chuleta”. Una chica que lo vio, bajó de inmediato donde se encontraba el tribunal y señaló la irregularidad que estaba presenciando (incluido el responsable). Si eso hubiera ocurrido en Italia, comentaba irónicamente el guía, la chica no habría salido viva de la sala…

De manera que nos encontramos ante una chivata y un tramposo. La primera, una figura denostada y aborrecida por el imaginario popular; la segunda puede ser parcialmente aceptada y hasta suscitar simpatía y admiración. El mundo al revés: es urgente revisar nuestras categorías y dar a cada comportamiento el calificativo que le corresponde, porque la chica hizo lo adecuado ante un hábito incomprensiblemente aceptado –¿le gustaría ponerse en manos de un profesional que hubiera conseguido su titulación copiando?–

Igualmente, no nos agrada que cuando hemos sufrido una mala práctica, sea por médicos, profesores, policías o cualquier otro, el colectivo se encubra por la razón de que son compañeros, es decir, “de los nuestros”, poniendo así una fidelidad corporativa sobre lo que es de justicia. Y si alguien lo señala, puede ser mal visto y estigmatizado. Estas son los hábitos tribales que estorban la trasparencia, prefiriendo la postergación y el engaño antes que la búsqueda de criterios objetivos que resuelvan limpiamente los conflictos.

La sociedad también se convierte en tramposa cuando asume el criterio comentado de “uno de los nuestros” en su toma de decisiones. Lo vemos en las elecciones políticas: aunque mi partido haya incurrido en faltas y corruptelas –algunas de considerable gravedad–, continúo votándoles, porque son “los míos”. Y fácilmente extendemos estas líneas divisorias a muchos más aspectos de la vida, con lo que nos vamos convirtiendo en cómplices de sus delitos.

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Las personas valientes que han destapado algunos de los casos de corrupción más importantes de nuestra historia reciente son los que han salido peor parados, sufriendo desde despidos a cárcel. Y es de esta sinrazón de la que se aprovechan los matones para acosar, ante la cobardía generalizada de la mayoría que no quieren meterse en líos si no va con ellos y prefieren mirar para otro lado. Poner en conocimiento de una autoridad los abusos o las situaciones irregulares es, nuevamente, “chivarse” y abandonar el rebaño. Según la gravedad, los encubridores participan del comportamiento criminal (en lo ético y en lo legal) de los agresores. No me dolió tanto el mal comportamiento de algunos, afirmaba Luther King, como el silencio cómplice de los buenos.

No debe existir más fidelidad que a la verdad y la justicia. Solo así una persona puede mirarse al espejo. La civilización humana no comienza con el descubrimiento de los artilugios, sino cuando aparece la compasión y la ayuda a quien lo necesita. Es el momento de ir desmontando trampas y engaños para que los infractores no se sientan socialmente protegidos. Hay que romper con el corporativismo y preferir la ética al encubrimiento. Hoy que estamos en tiempo de transición y cambio, modifiquemos también los conceptos y señalemos todo lo que de injusto apreciemos a nuestro alrededor, ahí está la vía para transitar a una sociedad decente y digna.

 

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