El poder y la opinión pública: ¿conseguir el apoyo o la indiferencia social?

El poder y la opinión pública: ¿conseguir el apoyo o la indiferencia social?

No es nada novedoso afirmar que quienes ostentan el poder quieren conseguir que la opinión pública les apoye o, por lo menos, no los inquiete o les cuestione y, mucho menos, que entre en conflicto porque deslegitima sus actuaciones y ofrece una alternativa social desde un horizonte de justicia, solidaridad y fraternidad.

Los que ostentan el poder antes de aplicar una medida, de poner en marcha su plan, necesitan tener controlada a la opinión pública y eso lo consigue con estrategias de comunicación para configurar su pensamiento. Un caso paradigmático fue cuando el Gobierno de los Estados Unidos decidió no entrar en la Segunda Guerra Mundial, porque no era el momento, tuvo que convencer a su opinión pública y la convenció; cuando decidió que era el momento de entrar en guerra, convenció a su opinión pública de lo contrario.

Reflexionando sobre el genocidio televisado en Gaza y viendo tristemente y dolorosamente la gran indiferencia social de la ciudadanía en general, reflexionaba sobre esta realidad y me centraba si al poder le interesaba más conseguir el apoyo o la indiferencia social para que sus proyectos de destrucción y de muerte, en aras de sus beneficios económicos y geopolíticos, se pudieran llevar a cabo sin que la ciudadanía se movilizara en un gran número de personas y de una manera constante, de tal manera, que pudiera interferir en esos proyectos llenos de maldad y de inhumanidad.

Dándoles vuelta, creo que al poder le interesa más la indiferencia social que el apoyo explícito, porque para conseguir el apoyo hay que dar argumentos, ofrecer realidades, dibujar escenarios que exigen pensar para aceptar esos planteamientos, pero, el hecho de pensar puede provocar que, en un momento determinado, el pensamiento nos lleve a un posicionamiento contrario y diferente; sería la rebelión del pensamiento. El ejercicio de pensar tiene fisuras que el poder no puede dominar totalmente y puede llegar a expresar: “Esto no me convence”. En cambio, la indiferencia social es una especie de cárcel difícil de salir de ella o de romper porque hay muros “de pan y circo, de las preocupaciones de cada día, de trabajar para pagar las deudas (deudacracia), de las decepciones y fracasos, de la evasión y el refugio en las redes sociales y del sentido de la vida que pasa por tener muy dentro que mientras a mí no me afecte, no me voy a preocupar”.

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Con una persona que piensa se puede dialogar, debatir e interpelar; con una persona que muestra indiferencia es casi imposible el diálogo, porque enseguida te responden: “Déjate de historias, porque bastante tengo con lo mío”.

El poder controla la ciudadanía sumando el apoyo y la indiferencia social, dejando un margen pequeño para los que luchan y se comprometen con ese otro mundo posible, necesario y urgente.

Me comentaba un amigo sociólogo que la inmensa mayoría de jóvenes son indiferentes sociales y los pocos que se interesan por la política acaban, en su mayoría, en las filas de la derecha o la extrema derecha; un tanto muy bajo, una minoría muy exigua, se incorporan a partidos de izquierdas o movimientos sociales.

Hay dos grandes desafíos y retos. Por una parte, articular relatos de humanización y de amistad social, como indica el papa Francisco, que deslegitime a los relatos de odio, guerra y codicia. Por otra parte, encontrar caminos para romper los muros de la indiferencia social y abrir caminos para esa tierra nueva y ese cielo nuevo.

Reconociendo que me faltan muchas claves para comprender este mundo, os hago una petición: ¿podéis indicar cómo se puede articular esos relatos de humanización y de amistad social y qué caminos tenemos que construir para llegar a esa tierra nueva y ese cielo nuevo?

Gracias y seguimos caminando.

 

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