“En la ambulancia me dijeron que era un milagro que estuviera vivo”

“En la ambulancia me dijeron que era un milagro que estuviera vivo”
“Ya que no me quedé ahí”, exclama Rafael sobre la caída de seis metros de altura que sufrió hace siete años, “quiero tener una vida”. Desde aquel fatídico día, sufre dolores insoportables a los que hay que añadir el laberinto judicial que tiene que pasar cobrar una pensión suficiente.

Rafael Laguna Molina, casado y padre de dos hijos, vecino de Pinos Puente, Granada, trabajaba en el mantenimiento de instalaciones frigoríficas y caloríficas. Había cursado FP de segundo grado y le gustaba hacer deporte.

El 2 de octubre de 2015, durante sus días de descanso, recibió una llamada que le iba a cambiar la vida. Le comunicaron que al día siguiente tenía que volver a poner en marcha la cinta transportadora de una máquina de hielo que se había estropeado.

“Tuve que subir a la zona entre el techo de la nave y el de las cámaras frigoríficas que era transitable, aunque estaba siendo reformado. No era todo lo firme que debía. Le advertí a mi compañero que no podíamos estar en el mismo espacio”, rememora.

“Me vi en caída libre, a una altura de seis metros, inclinado hacia atrás porque había estado sentado”

Mientras estaba recogiendo las herramientas, tras horas de trabajo, su compañero, que ya había acabado su parte, pasó cerca de él. “Oí un crujido fuerte y antes de que me diera tiempo a hacer nada, me vi en caída libre, a una altura de seis metros, inclinado hacia atrás porque había estado sentado. Me golpeé en el culo y en la cabeza. La caja de herramientas, debajo de mi cuerpo, quedó como una tabla”. Aterrizó entre dos bancadas de motores.

Algunos de los trabajadores que había en la nave lograron acceder al lugar donde estaba tumbado. “Primero intentaron levantarme, pero no pudieron. Me doblaron las piernas, porque no podía moverlas, había sangre. Llamaron a la ambulancia. Los primeros en llega fueron los policías, luego llegaron los sanitarios, recuerdo que una de las médicas no dejaba de mirar al techo y luego a mí. Ya en la ambulancia me dijo que era un milagro que estuviera vivo”.

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Las primeras pruebas médicas arrojaron un resultado especialmente preocupante. Había varias vértebras de la columna estaban fracturas, pero el mayor riesgo estaba en la invasión del canal medular de una de ellas. Ese nivel de desplazamiento había dejado tetrapléjico a más de una persona.

Pasó una semana hasta que la inflamación remitió lo suficiente para poder intervenir. “Me pusieron unas placas de titanio puenteando la fractura destrozada, tres vértebras se convirtieron en una. Había más daños, otros discos abombados y varias fracturas, pero al principio parecía que todo había salido bien. Pensaba en Neymar, que se había lesionado también en la espalda y su tiempo de recuperación era de tres meses”.

Los dolores intensos ya no le han abandonado

A los pocos días de la intervención, empezó a andar, hasta que un día notó que se le dormía un pie. Volvieron a inmovilizarle en la cama confiando en que fuera un efecto pasajero. Transcurrido un mes, aparecieron los dolores intensos que ya no le han abandonado. “El dolor en la espalda era bestial, si movía los brazos me pasaba hasta las costillas”.

Le recetaron parches de fentanilo, un derivado de la morfina, pero mucho más potente. Pero el sufrimiento no desaparecía. Su equipo médico se planteó retirarle, pasado un año, las prótesis, por si fueran la causa de sus padecimientos. Lo hicieron en abril de 2015. “El cirujano me explicó que las placas y tornillos que me quitaron estaban bien, así que habría que seguir esperando. Ya me podía olvidar de volver al trabajo. La columna se había acortado y desplazado, iba a seguir igual con los dolores o peor”. Ya sin prótesis, el Instituto de la Seguridad Social le concedió la incapacidad permanente absoluta revisable al año siguiente.

En la unidad del dolor le explicaron que su cuerpo estaba desarrollando cada vez más tolerancia a los calmantes. Las dosis iban subiendo en cantidad. A la morfina le añadieron oxicodina, otro opiáceo. Sus padecimientos no remitían.

“Si denunciaba, iba a meter a la empresa en problemas”

Al llegar 2019, la mutua de accidentes laborales, que un primer momento había propuesto la incapacidad absoluta, pidió revisar su caso. “Es verdad que no había medidas de seguridad, pero el primer consejo de la que entonces era mi abogada fue que económicamente ya había conseguido lo máximo y que si denunciaba iba a complicar las cosas y a meter en problemas a la empresa. Como nos habíamos llevado bien, no hice nada”, reconoce Rafael, que ahora sabe que de haber denunciado en su momento y haberse reconocido su accidente como laboral, la empresa y no la Seguridad Social, habría corrido con un 25% de recargo en su pensión.

La inspección de la Seguridad Social volvió a evaluar su situación, cambiando su diagnóstico a incapacidad total, lo que supone considerarle apto para otros trabajos y una merma en su pensión. Desde julio de 2020, cobra el 55% del salario que tenía, en vez del 100% como había estado percibiendo desde el siniestro.

“Me pusieron hasta un detective privado que con engaños me sacó unas fotografías”

Finalmente, el juicio se celebró a finales del año pasado. “Me pusieron hasta un detective privado que con engaños me sacó unas fotografías con un metro en la mano, y aunque el juez no lo tuvo ni en cuenta, en la sentencia mantuvo la incapacidad total”.

Rafael, que en el tiempo transcurrido sufrió un percance doméstico en el que se fracturó el brazo y muñeca izquierda y le detectaron una insuficiencia cardíaca, no lo entiende: “¿quién contrataría a una persona que tiene que tomar estupefacientes para el dolor? No he vuelto a coger a mi hijo pequeño en brazos desde que cumplió el primer año. Si no puedo ni conducir, no solo por tener las facultades alteradas sino por que daría positivo, quién se va a fiar de mí”.

Su abogado ha recurrido la sentencia ante el Tribunal Superior de Justicia, para que revise si el fallo judicial se ajusta a la legislación vigente y a la jurisprudencia en la materia. Pero para llegar a la resolución definitiva todavía quedan otros meses de espera.

“Ahora no puedo trabajar, ni correr o ir al gimnasio, que me gustaba mucho. No puedo llevar un ritmo horario fijo, no sé cómo me encontraré cuando me levante”, se queja Rafael. En una de sus muchas noches de insomnio descubrió por internet, la existencia de Asociación de Víctimas de Accidentes y Enfermedades Laborales de Andalucía (AVAELA): “mandé un correo y aunque, por la pandemia no les conozco personalmente, me he pasado horas hablando con ellos”.

“Mi vida social se ha reducido mucho. Por lo que sea, las amistades se alejan. Es normal, un rato, te aguantan, pero no pueden estar siempre, tienen otras cosas que hacer”, explica Rafael, consciente de su necesidad de encontrar otras personas que entiendan por lo que está pasando, porque están en situación parecida. “No es solo el asesoramiento judicial que pueden prestarte, es también el apoyo psicológico”, afirma sobre el papel que desempeña AVAELA.

“Igual que cuando vuelves a andar, lo siguiente que quieres es correr, me planteo que ya que estoy vivo, tengo que aferrarme a lo positivo para vivir lo mejor posible”, sentencia antes de dar por terminada la conversación.

 

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