Un Dios que nos configura en un «nosotros y nosotras»

Un Dios que nos configura en un «nosotros y nosotras»
Foto | Priscilla Du Preez (unsplash)
Con el «fiestón» de Pentecostés damos por terminado el Tiempo Pascual desde la pedagogía que la liturgia nos regala.

Pero la Pascua no es un tiempo que pueda terminar: configura nuestra fe, configura nuestra militancia, configura la historia, por lo tanto, configura nuestro ser y quehacer. Y el primer domingo del tiempo ordinario nos coloca en una clave fundamental: un Dios que es un nosotros sustenta una Iglesia que es un nosotros y nosotras.

Muchas veces nos hemos enredado en intentar explicar el Dios uno y trino, ríos de teología cargada de ingenio, pero la Trinidad es un misterio que nos conforma como Iglesia, que quiere ser sacramento de cómo ese Dios quiere que se establezcan la relaciones entre los seres humanos. Somos relación, somos un nosotros desde los mismos sueños de Dios y que Jesús, el «Hijo enviado» (Jn 3, 16-18), nos revela. «El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos» (EG 178) (1). La vida comunitaria forma parte de nuestra identidad cristiana. «En la medida en que Él logre reinar en nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos» (EG 180).

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