El trabajo en la era de la digitalización

El trabajo en la era de la digitalización
Foto | Filip Zivkovic (veectezy)
Vivimos en sistemas sociotécnicos que están cambiando la organización social, con una incidencia muy visible en las relaciones laborales, pero también la propia identidad de las personas, por lo que urge establecer principios éticos y alcanzar una gestión democrática de los cambios.

Toda nuestra vida, nuestra cotidianeidad, nuestra realidad se hayan mediadas por artefactos, instrumentos y dispositivos tecnológicos digitales. Convivimos con las tecnologías digitales en una suerte de simbiosis humano-máquina que difumina, de algún modo, las fronteras entre los sujetos humanos y la tecnología. Como decía Ortega y Gasset, no vivimos «con» la tecnología, sino que vivimos «en» la tecnología; la mayor parte de nuestro «mundo» es artificial y la tecnología no es un elemento separado de la sociedad.

Gracias a la expansión del uso de la telefonía móvil y de procedimientos de computación avanzados y asequibles, toda nuestra realidad y nuestras interacciones se están transformando en información cuantificable (datos) que pueden ser registrados, medidos, analizados y explotados: desde el área espacial (geolocalización), hasta los actos más esenciales de la vida, como el sueño, la actividad física o el estado de salud (a través de relojes y pulseras inteligentes, implantes y prótesis, prendas de vestir, medicamentos digitales), pasando por las mismas interacciones humanas (pensamientos, estados de ánimo, comportamientos), que se pueden registrar mediante el análisis de nuestra actividad en redes sociales. Todo lo que nos rodea incorpora sensores y módulos de comunicación, en nuestro cuerpo, en infinidad de objetos cotidianos (domótica, teléfonos, ordenadores, ropa, vehículos) y en el espacio público (cámaras de reconocimiento facial, sensores de huellas dactilares, escáneres de retina). La mayor parte de la información es generada por las personas a través de la interacción con los servicios basados en Internet y telefonía móvil.

Esta ingente y creciente cantidad de datos se maneja mediante algoritmos de inteligencia artificial, donde un algoritmo es una lista más o menos larga de instrucciones, un conjunto ordenado y finito de pasos que puede emplearse para hacer cálculos, resolver problemas y alcanzar decisiones: dados un estado inicial y una entrada, siguiendo los pasos sucesivos, se llega a un estado final y se obtiene una solución. Para que estas instrucciones sean lo más precisas posible, el algoritmo utiliza un lenguaje formal o matemático, que luego puede implementarse en diferentes dispositivos.

«Inteligencia artificial» es un término muy difuso (y hasta engañoso) pero que podemos entender como aquellos procesos automáticos (algorítmicos) que llevan a cabo tareas complejas que normalmente caracterizamos como «inteligentes». Estos procesos incluyen, por ahora:

  • Las estrategias de aprendizaje automático (Machine Learning), incluidos el aprendizaje supervisado, el no supervisado y el realizado por refuerzo, que emplean una amplia variedad de métodos, entre ellos el aprendizaje profundo.
  • Las estrategias basadas en la lógica y el conocimiento, especialmente la representación del conocimiento, la programación (lógica) inductiva, las bases de conocimiento, los motores de inferencia y deducción y los sistemas expertos y de razonamiento (simbólico).
  • Las estrategias estadísticas, estimación bayesiana y métodos de búsqueda y optimización.

Precisamente, el proyecto de reglamento europeo para la inteligencia artificial (Artificial Intelligence Act) define un sistema de IA como el software que se desarrolla empleando una o varias de estas técnicas y estrategias mencionadas y que puede, para un conjunto determinado de objetivos definidos por seres humanos, generar información de salida como contenidos, predicciones, recomendaciones o decisiones que influyan en los entornos con los que interactúa.

En definitiva, nos configuramos ya como sistemas sociotécnicos donde mantenemos una interacción física, cognitiva y hasta emocional con las tecnologías digitales. Por ello, es más correcto hablar de «inteligencias artificiales» en la medida en que constituimos sistemas inteligentes multi-agentes, con equipos de humanos y máquinas que desarrollan inteligencia colectiva y social. Dicho de otro modo, establecemos una relación humano-máquina «mutualista», con equipos de humanos y artefactos que comparten agencia (entornos sociotécnicos) y que coevolucionan (hipótesis de la mente extendida). En este sentido, la «inteligencia» no se contempla como algo individual y privativo de los humanos sino como un dispositivo social y distribuido que desarrolla inteligencia colectiva (inteligencia distribuida híbrida).

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