La letra con sangre entra

La letra con sangre entra
No hace mucho tiempo, en más de una ocasión, maestros y padres proclamaban que «a base de palos se aprende». Pero lo que más se repetía era el muy conocido aforismo «la letra con sangre entra».

Esta afirmación viene a representar todo un paradigma educativo que hoy ya difícilmente puede sostenerse y, mucho menos, defenderse.

Quiero en estas líneas rescatarlo, releerlo y trascenderlo. La evolución no se hace a base de negar lo anterior sino subiéndolo de octava, mirándolo con otros ojos y pronunciándolo con otro sentir. En definitiva, trascendiéndolo.

En efecto, «la letra con sangre entra», pero no la sangre de sufrimiento del niño sino la sangre de la pasión del maestro.

Sobre el origen de la expresión, hay quien atribuye su autoría a Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874), filósofo, periodista, pedagogo, maestro e incluso presidente de Argentina. Sin embargo, casi un siglo antes, en torno a 1780, Goya ya había pintado un cuadro titulado Escena de escuela y también conocido como La letra con sangre entra. En él aparece con claridad un maestro que está en actitud de azotar con un latiguillo a un alumno que descubre las nalgas, en la postura propicia para recibir el castigo. A la derecha, otros alumnos que ya han recibido la lección, recomponen, entre llantos, sus ropas, mientras que, en el fondo a la derecha de la escena, la sombra del cuadro envuelve a otros niños que se aplican a sus tareas.

Lo sombrío del cuadro de Goya reorienta la mirada de quien lo contempla a la oscuridad que representa toda pedagogía que carezca de ternura y alegría.

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