Profetizando calamidades

Profetizando calamidades

“En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aún en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia. Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia”.

Estas palabras, ya muy lejanas en el tiempo —fueron pronunciadas el 11 de octubre de 1962 por Juan XXIII, en el discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II— han venido a mi memoria con ocasión de un importante evento diocesano ocurrido en la diócesis de Orihuela-Alicante durante los pasados días 19, 20 y 21 del presente mes de enero del año de gracia 2024, en los que se ha celebrado la Feria Diocesana Lux mundi.

No es mi intención analizar todo lo ocurrido durante la celebración de ese evento diocesano por el que han desfilado, según informaciones de prensa, más de siete mil personas a lo largo de los  tres días que ha durado el mismo. El Espíritu sopla donde y como quiere y con Dios se pueden encontrar en cualquier tiempo y lugar aquellas personas que lo buscan con sincero corazón. No obstante, quizás en una reflexión posterior, habremos de valorar si es ese el camino por donde debe ir una auténtica evangelización.

Pero una conferencia inaugural del evento que comentamos, a nuestra pequeña escala diocesana, me ha hecho recordar a san Juan XXIII y su discurso inaugural del Vaticano II.

Pese a que entre ambos acontecimientos median más de 61 años, no puedo evitar recordar que, así como el papa Francisco, además de generar una etapa esperanzada en la vida eclesial, viene sufriendo una feroz campaña adversa ad intra y ad extra de la Iglesia, Juan XXIII, junto a muchas esperanzas generadas, igualmente tuvo que sufrir una fuerte campaña contra su pontificado y contra la convocatoria del Vaticano II.

¿Para qué convocar un Concilio, se decía entonces, si no hay en este momento herejías que condenar ni problemas disciplinares que corregir? ¿Para qué hacer venir a Roma a  los obispos de todo el mundo si, tras declarar el Vaticano I el dogma de la infalibilidad del Papa, ya no hacen falta más concilios pues él solo puede decidir sin necesidad de concilios mediante?

Lo cierto es que aquel buen papa tuvo que realizar ingentes esfuerzos para hacer ver que el Vaticano II no era un Concilio convocado para condenar herejías o para disciplinar a nadie, sino que era un Concilio convocado con fines pastorales, para abrir las ventanas de la Iglesia y que el soplo del Espíritu entrara dentro de ella.

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Por ello en el discurso inaugural del Vaticano II tuvo que disentir de los “profetas de calamidades” que sólo veían en el mundo “prevaricación y ruina” y se comportaban “como si nada hubieran aprendido de la historia”.

También diría en aquel discurso inaugural que “en nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad”, y aunque reconocía problemas  “teniendo en cuentas las desviaciones, las exigencias y las circunstancias de la edad contemporánea”–, ofrecía una visión optimista “en el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra de los mismos hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan hacia el cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo ello, aún las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia”.

Frente a aquella manera, la del buen papa Juan, de afrontar la realidad de 1962 de una forma positiva, aquí nos hemos encontrado con otra forma de mirar la realidad presente, la del 2024. Nos encontramos, según esta visión más próxima a nuestro “ahora y aquí”, en un momento cultural caracterizado por una tendencia a la estatalización.

Según esta manera de ver la realidad, “estamos construyendo una sociedad para que no haya iniciativa social, sino para que el Estado sea omnipresente y lo controle todo”, y no se puede hablar de educación pública o privada “ya que los términos están viciados al no haber libertad de enseñanza”, cuestión que, en una pirueta sorprendente, se liga con el “pin parental”, convertido en una “blasfemia”, siempre según esta visión, que además se relaciona con esa supuesta falta de libertad, “Qué cosa más obvia, que un padre tenga la última palabra sobre la educación de sus hijos”.

¡Curiosa manera!, en mi humilde opinión, de analizar una realidad. ¿Realmente la situación presente en las relaciones entre el Estado y las personas, además de los cuerpos intermedios entre ellos existentes, están en la misma situación que cuando Pío XI escribió su encíclica Quadragesimo anno?

Pero lo más llamativo de esta peculiar manera de ver la realidad presente es que, mientras el papa Francisco nos propone como método para encontrarnos y ayudarnos mutuamente, y así construir fraternidad, el diálogo y la amistad social (capítulo sexto de Fratelli tutti), tendiendo puentes (punto 216 de la misma encíclica e incluido en el mismo capítulo sexto), aquí se propone una Alianza, que por la forma en que se presenta –la secularización y el ataque a la familia como fondo de la crisis social– huele más a frente que a alianza.

Pero sobre todo, llama mucho la atención que, mientras el papa Francisco en su invitación a la fraternidad mediante el diálogo y la amistad social, llama siempre a tener presente a los últimos (“la inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos”, Fratelli tutti, 69), aquí se invita a una alianza cuádruple entre empresas, familia, escuela e Iglesia.

Distintas maneras de ver la realidad y de ofrecer respuestas a situaciones sociales.

 

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