El poscongreso de Laicos | Pasó el día, pasó la romería

El poscongreso de Laicos | Pasó el día, pasó la romería
El recelo o, mejor dicho, la cautela de qué ocurrirá tras el «exitoso Congreso para los Laicos» –en palabras del nuncio– no es menor. Con el paso del tiempo se han puesto muchas esperanzas en él, tanto por los pastores como por tantos y tantas seglares que algo han escuchado de la música de fondo de dicho evento.

El anterior presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el cardenal Blázquez, dando voz a nuestros obispos convocantes del Congreso de Laicos, dedicó en su discurso inaugural en la Asamblea plenaria del 2 de marzo un apartado al mismo, del que destacamos dos párrafos:

«Fue planteado desde sus inicios, hace año y medio, como un proceso sinodal, del cual ha sido relevante el diálogo en las diócesis, movimientos y asociaciones, y no como un acontecimiento puntual. (…) La reflexión en los grupos, con introducciones y experiencias, ha girado en torno a cuatro núcleos fundamentales para la evangelización: el primer anuncio, el acompañamiento, los procesos formativos y la presencia en la vida pública. Son cuatro itinerarios que se han venido diseñando en la fase precongresual, que han ocupado el centro en los trabajos del Congreso y que confiamos proseguir convertidos ya en acción en la fase poscongresual».

Aparecen aquí varios puntos de partida de esta fase que se nos antojan relevantes tras el hito marcado por el Congreso. Existe un deseo compartido de que las conclusiones no se queden, con el paso del tiempo y como tantas otras veces, en teoría y en palabras recogidas en un libro sino que, por el contrario, tengan toda la trascendencia para afrontar los nuevos retos actuales que tenemos en la Iglesia, que deben a la vez trabajarse desde procesos de comunión y sinodalidad. Y que se vaya tendiendo progresivamente a que los centros de decisión pasen a ser comunidades de discernimiento donde también participe el laicado y, en especial, se haga notar la imprescindible presencia e implicación de las mujeres. Como bien se dice en el número 213 del Documento de Aparecida, los laicos y laicas «han de ser parte activa y creativa en la elaboración y ejecución de proyectos pastorales a favor de la comunidad», lo cual «exige, de parte de los pastores, una mayor apertura de mentalidad para que entiendan y acojan el “ser” y el “hacer” del laico en la Iglesia».

¿Qué líneas de actuación se pueden vislumbrar transcurridas ya varias semanas desde el Congreso? Si decimos que una parte relevante ha sido el discernimiento, este tendrá continuidad en la recopilación, difusión y puesta en valor de los variados y ricos diálogos de los 160 grupos de reflexión que trabajaron sobre unas preguntas comunes durante el Congreso. Es este un trabajo indicativo de que el laicado quiere asumir su responsabilidad como pueblo de Dios y por lo tanto vivir y compartir los valores que vivió Jesús.

Dicho esto, las sensaciones son de que todo, en buena parte, depende de lo seriamente que cada laica y laico se plantee su vida bautismal. Parte importante de recoger el guante del Congreso de Laicos vendrá dado por las insistencias y la implicación de cada cristiano y cristiana en la misión de la Iglesia haciendo vida nuestro compromiso adquirido en el bautismo. En este futuro próximo será especialmente importante poder garantizar un buen acompañamiento comunitario de estos procesos personales.

Es urgente cambiar las formas
de organización de la Iglesia,
enfocándolas hacia el diálogo con
el mundo y el anuncio de la vida digna

Un signo determinante del Congreso ha sido la gracia de profundizar esas cuatro vías de evangelización del laicado del siglo XXI: nuevas formas de anunciar al Jesús defensor de la dignidad de la vida (primer anuncio); cómo, sin juzgar, podemos caminar al lado del otro (acompañamiento); cómo capacitarse para una acción comprometida (procesos formativos) y de qué manera elevar una voz en favor del bien común, para que la persona esté en el centro (presencia en la vida pública). Estos campos de acción pastoral deben llevarnos a aumentar nuestro compromiso en la transformación de la realidad para acompañar a las personas que más están sufriendo la pobreza, la exclusión y la marginación y tratar de humanizar una sociedad individualizada y un mundo injusto.

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Por otra parte, a nadie se le escapa que el próximo año se cumplen 30 del documento Cristianos laicos, Iglesia en el mundo (CLIM) y no sería desdeñable una voz episcopal –acompañada de laicas y laicos en su preparación– actualizando aquel mensaje o acompasándose con el magisterio de Francisco y acogiendo la forma de hacer y las intuiciones que surgen del Congreso.

Dos aspectos más a nivel organizativo serían deseables: por una parte, que este tipo de congresos, o de eventos con otra denominación pero igualmente significantes, tengan una cierta periodicidad. El camino hacia una conversión integral en la Iglesia que sitúe a los empobrecidos para ser «Iglesia pobre para los pobres» (EG 198) debe ir marcado con mojones que marquen la ruta de una Iglesia de servicio y no de privilegios y que sean lugar de descanso para beber de las aguas del Evangelio y ser fieles al mismo.

Por otra parte, es imperiosa la necesidad de que haya un equipo de trabajo, asesor o como quiera llamársele, que colabore de forma colegiada con la Comisión Episcopal para los Laicos, familia y vida (antigua CEAS), ahora presidida por D. Carlos Escribano, cuyo nombramiento parece una confirmación del camino andado.

Habrá que incorporar en el poscongreso a buena parte del laicado que quizás no se ha sentido interpelado. Pienso en los y las catequistas, en laicos y laicas de congregaciones religiosas (y la misma vida religiosa) y también en implicar al voluntariado de Cáritas y su dinámica interna. También toda esa pléyade de cristianos y cristianas que tienen un compromiso activo en los ámbitos de la ciencia, de los medios de comunicación, de los barrios, de la economía y de la política. ¡Somos llamados a construir este nuevo Pentecostés!

No podemos ser ilusos: hay inercias y mecanismos que costará mover, pero si queremos creernos la invitación de Francisco a ser «audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores» (EG 33) no queda otra que ahondar en esta sinodalidad que hasta ha dado nombre al próximo Sínodo de los Obispos: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Entender y trabajar desde aquí será básico para acoger a fondo este pontificado y eso que se llama «los signos de los tiempos»:

Es urgente cambiar las formas de organización de la Iglesia, enfocándolas hacia el diálogo con el mundo y el anuncio de la vida digna a la que nos llama el Creador, pero haciéndolo desde un compartir conocimientos y experiencias, y para ello tenemos mucho que aportar todos los bautizados: los pastores, los religiosos y religiosas y, por supuesto, el laicado. El cambio es irreversible. ·

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