Atender las necesidades esenciales de una vida digna

Atender las necesidades esenciales de una vida digna

España es un país de bajos salarios. Los datos oficiales de la Encuesta de Estructura Salarial publicados recientemente constatan esta afirmación.

El salario mayoritario es de 1.100 euros al mes, muy por debajo del salario medio. Esta realidad del mundo del trabajo, que es compartida en muchos lugares del planeta, es debida a las pocas oportunidades de trabajo decente que existen, con un elevado desempleo estructural y una precariedad laboral galopante; al desequilibrio, fruto de cambios legislativos y las medidas economicistas favorecidas por el Gobierno de turno, en las relaciones laborales que le otorgan a la parte empleadora más poder unilateral para extender la vieja receta competitiva de «mano de obra» barata; y por, último, al modelo productivo de baja calidad. Se da la circunstancia que, además, son las mujeres trabajadoras las que sufren una doble discriminación, de desempleo y de precariedad, y de un salario más bajo al de los hombres, en el mismo puesto de trabajo. Los bajos salarios sitúan a millones de personas en el umbral de la pobreza.

El sistema económico actual, que idolatra al «dios del dinero» y desplaza, explota y descarta a los trabajadores y las trabajadoras, sigue siendo incapaz de cubrir las necesidades más esenciales, como es el acceso al trabajo decente y a cuidar la casa común, al cuidado de la creación. En este sentido, la Iglesia universal de la mano del papa Francisco junto con el pueblo de Dios, es rotunda en su rechazo: «No a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata» (Evangelii gaudium, EG 53) para reclamar especialmente el acceso a un trabajo decente: libre, creativo, participativo y solidario, donde «el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común» (EG, 192). En este sentido, el trabajo y el salario digno son imprescindibles para la inclusión social de los pobres. Además, Francisco ha denunciado, en reiteradas ocasiones, que quienes pagan bajos salarios –o lo hacen de forma irregular– cometen una grave injusticia. Más recientemente, en pleno confinamiento global por la pandemia, ha señalado que, cuando falta el trabajo y los ingresos, es esencial «pensar un salario universal» que cubra un mínimo vital. En España es ya una realidad, aunque no exenta de enormes dificultades en el acceso de quienes lo necesitan.

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Como movimiento de Iglesia en el mundo obrero, nuestra propuesta liberadora de recomposición del trabajo pasa necesariamente por la comunión de vida, bienes y acción que se concreta en acompañar la vida de las personas y colaborar con ellas a que se den las condiciones para vivir dignamente. Colaborar a un cambio de mentalidad, una nueva forma de sentir, de pensar y de actuar –la conversión integral que señala Francisco– que favorezca el proyecto de humanización que Dios tiene para todos. Ayudar a un cambio en las instituciones para que estén mucho más al servicio de las necesidades de las personas, en particular de las empobrecidas, con políticas que promuevan su dignidad y el bien común. Ayudar a construir experiencias alternativas en la forma de ser y trabajar que expresen y construyan la nueva mentalidad que necesitamos.

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Artículo publicado en el Boletín INFOR del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos (MMTC)
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