Tendiendo puentes, derribando muros

Tendiendo puentes, derribando muros
En este momento histórico, la HOAC quiere compartir pistas sobre cómo vivir la fe en un mundo que ha dado la espalda a Dios y cómo construir alternativas y propuestas útiles para los hombres y mujeres del mundo obrero y del trabajo que viven expuestos a la fragilidad y precariedad agudizadas por la pandemia de la COVID-19.*

Con la expansión del virus, en unos instantes, ese aparente mundo maravilloso en el que vivíamos dejó de serlo, poniendo de manifiesto todas las grietas y aspectos deshumanizantes con los que convivíamos sin apenas percibirlo. Nuestra sociedad es una sociedad inhumana porque se sustenta en un sistema capitalista neoliberal, que ha desplazado del centro de la vida social al ser humano y en su lugar ha puesto al dios dinero.

El papa Francisco define dónde reside la raíz de los problemas de nuestro mundo y el camino que debemos realizar: «La adoración del antiguo becerro de oro (Ex 32, 1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo» (Evangelii gaudium, EG, 55).

«La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, (…) Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales» (EG 202).

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Una mirada al mundo con esperanza

Se dice que la COVID-19 ha venido a cambiar el mundo, nuestras vidas, ha cambiado todo aparentemente, pero posiblemente no nos ha cambiado el corazón y, por eso, recuperar la normalidad significa volver a las mismas prácticas, los mismos hábitos, las mismas acciones y los mismos deseos de volver a la mal llamada «normalidad anterior».

Una normalidad plagada de dolor y sufrimiento, de inhumanidad y muerte. Nuestro mundo y el ser humano estaban destrozados y continúan estándolo, porque no se ha eliminado la matriz economicista que todo lo envuelve y genera injusticia, desigualdad y pobreza.

También en este mundo tan alejado de Dios encontramos su presencia y semillas de su Reino en medio de la vida cotidiana. Tanto antes como ahora, ha habido personas y colectivos capaces de mostrar, con sus palabras, vidas y acciones lo mejor del ser humano. Millones de personas y grupos viven volcados en acompañar, acoger, ayudar, cuidar de los otros y de la casa común.

La solidaridad, el destino universal de los bienes y el bien común defendidos por la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) han estado presentes con otras formulaciones en el seno del mundo obrero siempre, aunque hoy nos cueste más descubrirlo porque el sistema también les ha afectado. Son signos de la presencia de Dios que debemos visibilizar y potenciar.

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