El viajero retrasado

El viajero retrasado
Imagen I ammentorp (123RF)

Y el de Séforis estaba furioso porque, por culpa del retraso del que le traía el cargamento de dátiles desde Jericó, no había podido vendérselos a un caravanero que se los había encargado para llevárselos a Betsaida. Y, ¿cuál creéis que era la disculpa del otro, que encima era un samaritano? Pues que se había detenido en el camino para atender a un hombre al que habían robado y apaleado unos bandidos.

Ninguno de nosotros prestaba demasiada atención a la narración de Felipe que acababa de llegar del mercado. Estábamos acostumbrados a oírle sin hacer mucho caso a su parloteo intrascendente y a las anécdotas triviales que eran su especialidad.

El único interesado por su historia parecía ser Jesús que le escuchaba en silencio y demostraba una atención que tenía encantado a Felipe. Cuando acabó de contar la discusión entre el comerciante y el tipo que le había estropeado el negocio, Jesús intervino con una decisión sorprendente:

–Felipe, vámonos ahora mismo al mercado, quizá podamos encontrar aún al hombre ese de Samaria que socorrió al herido.

–¡Pero maestro –protestamos–, es ya muy tarde, aún no hemos comido y hace un calor espantoso…! Y además a esta hora ya apenas quedará gente en el mercado…

–Pues a pesar de todo voy a intentarlo, ¿quién se viene conmigo?, insistió él.

Felipe aceptó en seguida y yo me fui también con ellos, aunque a regañadientes.

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