Ética y política coherente

Ética y política coherente
En Ensayo sobre la lucidez, el escritor portugués José Saramago alertaba ya en 2004 sobre el valor del voto en blanco como una revolución pacífica liderada por una sociedad cansada, de gobiernos vendidos al poder económico y de un modelo de democracia formal bloqueada.

En aquel momento, el Premio Nobel de Literatura reivindicaba esta opción como castigo a un sistema corrompido en sí mismo, pese a ser candidato al Parlamento Europeo por el Partido Comunista Portugués. Apostaba por derrumbar las estructuras financieras que controlaban el mundo directamente en vez de cambiar a los gobiernos para que todo continúe igual.

Es esta una reflexión plenamente vigente. El desafecto a las estructuras partidarias y quienes las dirigen es cada vez mayor en todos los países occidentales. La percepción generalizada, peligrosa e injusta por otra parte, es que sirven para bien poco y que han dado la espalda a las necesidades reales de la gente.

La ética y la defensa del bien común parecen principios en desuso. Actuaciones como las protagonizadas por el rey emérito en España o los miles de casos de corrupción que se han dado en nuestro país han devaluado no solo la política sino que también han dejado herida la democracia a la que aspiramos. Todas las formaciones y sus núcleos dirigentes deben realizar un análisis profundo para poder afrontar la crisis de credibilidad y de aceptación que padecen. Sería injusto distribuir las mismas responsabilidades a todos por igual.

Quienes abrazan las tesis neoliberales actúan como brazos ejecutores de las decisiones del poder económico y quienes apuestan por políticas de carácter progresista y social se esfuerzan, en circunstancias adversas, por paliar los efectos negativos de actuaciones que lesionan derechos básicos y por defender medidas sociales en favor de la ciudadanía más vulnerable.

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