¿Por qué fracasamos en la lucha contra la trata?

¿Por qué fracasamos en la lucha contra la trata?

Trata, explotación y sistema productivo

La trata de personas es un delito grave relacionado con el crimen organizado y con una dimensión global. Pero la trata es mucho más que eso. En primer lugar, el fenómeno se vincula a gravísimas vulneraciones de derechos humanos y de la idea básica de dignidad humana: las víctimas de trata (los más débiles y vulnerables de la tierra) son privadas de su dignidad, de lo que define nuestra común humanidad, y convertidas en meros engranajes del sistema productivo con el solo propósito de obtener beneficios económicos. En segundo lugar, y en íntima conexión con lo anterior, la trata es un gigantesco negocio a nivel global. Y esta dimensión económica y de negocio –a menudo ignorada– resulta esencial para abordar y comprender el concepto.

Son muchas las circunstancias económicas y sociales en los lugares de origen que explican que la existencia de trata: explosión demográfica, extrema pobreza, vulnerabilidad, discriminación, falta de educación, corrupción, violencia, zonas de conflicto y zonas de guerra, la ausencia de Estado de Derecho…. Por otra parte, existen factores de atracción en los lugares de destino, como lo altos estándares y calidad de vida en ellos, las oportunidades de empleo (que hacen creíbles las falsas promesas de trabajo digno con las que la mayor parte de las víctimas son engañadas), el incremento de la demanda de servicios y bienes baratos debido a la crisis económica y la diáspora de las comunidades a países de destino.

La definición legal de trata, a partir de los instrumentos internacionales (Protocolo de Palermo, art. 3; en términos similares Convenio de Varsovia y Directiva Europea 2011/36/EU) es la de un proceso mediante el cual las víctimas son reclutadas en su comunidad, utilizando engaño y/o alguna otra forma de coerción para persuadirlas y controlarlas, y trasladadas a otro lugar, con la finalidad de ser explotadas. En el caso español, el art. 177 bis del Código penal recoge esos tres elementos (acción de reclutar o trasladar; medios coercitivos y finalidad de explotación) y establece hasta cinco tipos de explotación: la imposición de trabajo o servicios forzados, la esclavitud o prácticas similares a la esclavitud, a la servidumbre o a la mendicidad; la explotación sexual, incluyendo la pornografía; la explotación para realizar actividades delictivas; la extracción de los órganos corporales de la víctima; y la celebración de matrimonios forzados.

La trata es ese proceso, que se conforma con la finalidad de explotación. La explotación misma y la “esclavización” no son elementos del delito de trata, quedan fuera del concepto legal. Y ello pese a que en esa explotación y esclavización reside la única razón de ser del proceso en que la trata consiste. Todos los esfuerzos, nacionales e internacionales, para combatir la trata se centran en el proceso de esclavización y no en la cuestión clave: la esclavización misma, la imposición de trabajo o servicios forzados. Un dato esencial para entender por qué estamos fracasando en la lucha contra la trata.

En efecto, pese a la creciente preocupación por la trata de seres humanos a nivel internacional en los últimos treinta años, no hay indicador alguno de que esté decreciendo, conforme a los datos que manejan todos los informes internacionales. Pese al compromiso de las organizaciones internacionales, de muchos gobiernos, de la sociedad civil y de las organizaciones no gubernamentales; pese a la inversión de millones en concienciación y persecución penal; pese a la ratificación casi universal del Protocolo de Palermo; pese a todo ello, fracasamos en la lucha contra la trata.

¿Cuáles son las razones de este fracaso? Como ya sabemos, el enfoque internacional se ha centrado en la persecución penal del proceso de trata, vinculado a los procesos de migración irregular y de tráfico de migrantes. Y lo que podemos aprender de la experiencia es que abordar la trata sólo desde esa perspectiva de crimen organizado es inadecuado e ineficaz para erradicarla. La cuestión clave no es el proceso de trata en sí mismo (captación-traslado; medios; finalidad de explotación), sino la explotación misma y el beneficio económico que la misma reporta. Por ello convendría incluso replantearse la denominación “trata” y, en todo caso, conviene aclarar que no puede identificarse trata con moderna esclavitud.

El fenómeno que conocemos como trata va mucho más allá de un grupo de criminales y sus víctimas. La trata tiene que ver con la economía, el mundo de los negocios y el beneficio. Tiene que ver con todos nosotros como sociedad demandante de bienes y servicios baratos y superfluos. Es un problema sistémico, de un sistema productivo basado en condiciones de trabajo injustas y en la explotación, en el que todos participamos. Y este es un espejo en el que no nos gusta mirarnos.

El negocio de la trata tiene una doble dimensión: el negocio ilegal (vinculado al delito de trata) y el de los negocios legales vinculados a la trata, en los que se produce la explotación y esclavización. Porque la explotación y el trabajo forzado suceden en el mercado laboral (formal e informal) y ello genera ingentes beneficios; juega un papel clave en nuestras economías, un papel similar al que tuvo la esclavitud clásica en el nacimiento del capitalismo. La economía global se sustenta en la explotación y en el trabajo esclavo de modo muy significativo. La explotación laboral severa (en diversos grados que llegan al trabajo forzado y la esclavitud) existe en múltiples sectores productivos en todo el mundo, especialmente en los menos regulados y donde hay mayor precariedad: servicios sexuales, servicio doméstico, hostelería, agricultura, pesca, sector textil y moda, construcción… Por ello, para abordar con seriedad el problema de la trata, resulta imprescindible hablar de explotación y hablar de ella en el “lenguaje de los negocios”.

En la actualidad, existe un creciente interés en analizar el papel de las empresas en la lucha contra la trata, especialmente respecto de las cadenas de suministro deslocalizadas y la responsabilidad de las sociedades matrices. A tal efecto, se han adoptado algunas medidas a nivel nacional, con amplio eco: auditorías de las cadenas de producción, programas de compliance [cumplimiento normativo], rankings de empresas libres de trata. Pero en la mayoría de los casos se trata de iniciativas voluntarias, que son ineficaces o no se implementan suficientemente. Es más, estas medidas comportan algunos riesgos. En muchos casos consagran estándares meramente formales, que pueden tener un efecto contraproducente: los esfuerzos de las empresas se vuelcan en el cumplimiento de los estándares formales del deber de diligencia (presentar informes, tener programas de compliance [cumplimiento normativo]) y no en los aspectos sustanciales: garantizar condiciones de trabajo dignas en sus cadenas de suministro. Porque hablar de explotación y de condiciones de trabajo decente es clave para erradicar la trata y la moderna esclavitud. Y para asegurar condiciones de trabajo decente resulta esencial el reconocimiento y la protección de los derechos laborales a nivel global.

En definitiva, erradicar la trata, si hablamos en serio, exige crear conciencia social acerca de la auténtica dimensión e implicaciones del fenómeno en nuestra economía. Exige cambios radicales de modelo de negocio y de modelo productivo; cambios radicales en nuestro sistema económico. Exige la adopción de medidas reales a nivel internacional para luchar contra la explotación laboral severa y la esclavización. La protección de los derechos laborales a nivel internacional y la garantía de condiciones de trabajo decente a nivel global (estándares mínimos internaciones). Y de ello apenas se habla cuando hablamos de trata.

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Publicado originalmente en la revista del Departamento de Trata de Personas de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y la Promoción Humana.

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