Un trabajo ignorado y silenciado

Un trabajo ignorado y silenciado
Cuando hablamos de trabajo, habitualmente nos referimos en exclusividad al trabajo remunerado, es decir, a aquel por el que recibimos un pago y hacemos en el marco de una organización para cubrir las necesidades y apetencias de otros.

Sin embargo, este concepto del trabajo es claramente limitado y se olvida de gran parte del trabajo que se realiza en nuestro día a día y, en especial, del efectuado por millones de mujeres en todo el mundo.

Porque, cuando hablamos de trabajo, estamos refiriéndonos a esa actividad que realizamos para lograr cubrir nuestras necesidades y deseos materiales. Esta actividad tiene tres maneras esenciales de llevarse a cabo, con sus peculiaridades propias.

La primera -por nombrar alguna en primer lugar- es el trabajo remunerado, que se desarrolla en una organización que busca producir bienes, servicios y experiencias para otros y que remunera con unos ingresos a quienes pertenecen a ella (una modalidad de dicha actividad sería el trabajo esclavo en el que no se remunera, sino que se les proporciona únicamente el mínimo para poder subsistir y seguir desarrollando esa actividad).

La segunda es el trabajo voluntario, que también se desarrolla en el seno de una organización que produce bienes, servicios y experiencias para otros, pero por el que no se recibe remuneración alguna.

La tercera es el trabajo reproductivo, que son aquellas actividades que desarrollamos para autoabastecernos de lo que precisamos para vivir, lo que incluye, en especial, el trabajo doméstico, los cuidados de las personas y los trabajos de autoabastecimiento.

Durante gran parte de la historia de la humanidad, esta última clase de trabajo ha sido la principal de la población mundial. En estos momentos no solo es la que predomina en muchos países y regiones, sino que hasta en las que son más ricas y tienen más trabajo remunerado sigue existiendo y siendo una de las bases para que la economía siga funcionando.

A pesar de la importancia de esta clase de trabajo para el normal desarrollo de cualquier sociedad, su desempeño no obtiene un reconocimiento adecuado por parte de las personas ni de la sociedad. Con frecuencia no se le considera, siquiera, trabajo. Se considera que las personas que lo desarrollan no están trabajando, como si realizar las labores domésticas, cuidar a personas cercanas, tener unos huertos de autosubsistencia o construirse la propia casa, no fuesen trabajos.

A veces imagino qué sucedería si hubiese una huelga general de esta clase de trabajo. Creo que sus consecuencias serían muchísimo más graves que las de una huelga general de trabajo remunerado. Sin embargo, es un trabajo ignorado y silenciado. Parece que no existe, a pesar de ser el soporte de la sociedad, a pesar de que, sin esta labor callada de tantas personas, sería imposible llevar adelante los trabajos remunerados o los voluntarios.

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Este menosprecio social por esta clase de trabajo que, además, es desarrollado mayoritariamente por mujeres, tiene unas consecuencias negativas sobre ellas. Por un lado, muchas de ellas piensan que no se pueden realizar como personas si se dedican en exclusividad a estas labores.

Se les quita importancia y solo las mujeres que tienen un trabajo remunerado parece que son las verdaderas trabajadoras, mientras que quienes se dedican a los cuidados o a las labores domésticas, son calificadas como inactivas, no solo por el Instituto Nacional de Estadística, sino también por la mayoría de la población.

En segundo lugar, cuando esta clase de trabajos se subcontratan a otras personas, también son menospreciados y se pagan unos salarios que difícilmente van a sacar de la pobreza a las personas que los realizan.

Con frecuencia, el trabajo doméstico es realizado por mujeres que no tienen su situación legal regularizada, que son víctimas de trata o que tienen tantos problemas económicos que están dispuestas a trabajar con unas condiciones que podrían ser calificadas como de semiesclavitud.

Gran parte de ellos son realizados sin establecer un contrato legal y que las personas que los realizan coticen a la seguridad social para garantizarse una pensión en un futuro.

Ante esta situación, precisamos revalorizar el trabajo reproductivo, darle la importancia que merece y que se le debe como el soporte de la vida y del resto de trabajos.

Más que lograr un trabajo remunerado para todos, reconocer la importancia del reproductivo y darle su verdadero valor es la primera cuestión que nos debemos plantear en esta sociedad. Se trata de un reconocimiento a tantas personas –en especial mujeres– que utilizan gran parte de su existencia en dedicarse a los suyos, en esa labor que pocas veces se ve más allá de las paredes del hogar, que tan poca visibilidad pública tiene.

Esta revalorización y reconocimiento social, tendría que incidir también en un incremento en la remuneración de aquellas personas que realizan esta labor por cuenta de otros, así como de un control mayor para evitar las realidades de explotación que se dan en esta actividad económica. Dar importancia al trabajo doméstico y de cuidados, reconocer a las personas que lo hacen durante muchos años sin recibir remuneración alguna, valorar a las mujeres –porque en su mayoría lo son– que son capaces de renunciar a su lado público y social para dedicar su tiempo a quienes más cerca están, es una labor de todos y no solo de las instituciones públicas. Avanzar en ello es construir una sociedad mejor y más justa.

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Publicado originalmente en la revista del Departamento de Trata de Personas de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y la Promoción Humana.

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