«Estamos, para siempre, en la tierna memoria de Dios»

«Estamos, para siempre, en la tierna memoria de Dios»
Foto | Carry Kung (unsplash)
Jesús pone a todo el discipulado a practicar el anuncio de la Buena Noticia, a compartir la experiencia «del encuentro» con el maestro (Evangelii gaudium, 7). Y volvieron contentos, fue una experiencia de éxito, todo fue alegría, una alegría que experimentaban al darse cuenta del poder que tenían cuando actuaban en nombre de Jesús; y Jesús le quita hierro, eso no es lo importante, no es el poder que experimentan, lo importante es que el Padre conoce sus nombres (Lc 10, 1-12; 17-20).

Cuánto encierra el nombre de una persona. No dice que el Padre recuerda lo que has hecho, lo que has dicho, el Padre es memoria de ternura, Dios tiene tu nombre grabado en su corazón.

Pero Jesús nos enreda en una historia de ternura de Dios con un personaje desconcertante por ser diferente, despreciable por ser herético y semipagano, marginado por razones religiosas y políticas, y se convierte en el paradigma de la mirada de misericordia de Dios… una salida clara de la «autorreferencialidad»; un tema apasionante que el papa Francisco nos invita a reflexionar, para una Iglesia que debe ser «hospital de campaña»; y ese samaritano, dando una vuelta más en el paradigma ético (en contraposición al sacerdote y al levita) implica hasta al posadero, posiblemente judío: ¡cuídalo!… (Lc 10, 25-37).

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