Un trabajo decente y saludable

Un trabajo decente y saludable
Foto: lasse bergqvist (unsplash)
Desde hace tiempo venimos pidiendo un trabajo decente. A la precariedad e inseguridad, hoy se añade la sangrante siniestralidad que sufren las personas trabajadoras.

Pero, en realidad, para una persona no hay trabajo decente si no es saludable. El tema de fondo es el derecho al trabajo: en declaraciones y constituciones proclamamos que todas las personas tienen derecho a un trabajo, pero a la hora de la verdad ese derecho no es satisfecho en la organización y funcionamiento sociales. Es verdad que la máquina y el robot exigen ver la forma de salvaguardar ese derecho. Pero el mayor obstáculo es la ideología que a todos nos contagia: sacar el máximo beneficio económico individualistamente a costa de quien sea y de lo que sea. Los valores son tener, poder y dominar.

Decimos que nada humano es ajeno a los cristianos. Pero fácilmente nos quedamos en la acera viendo y lamentado las injusticias y desgracias que sufren los mortales. Como si nosotros estuviéramos en otra galaxia. Somos parte de la familia humana. Responsables, como los demás ciudadanos, de sus logros y fracasos. No es suficiente pedir un trabajo digno y saludable para que otros se responsabilicen de la tarea. Debemos meter las manos en la masa de esta sociedad que es la nuestra, para, en lo posible, ofrecer una práctica de fraternidad: la dignidad y los derechos de toda persona tienen algo de divino. Y esta práctica tiene que ser en el tejido social.

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