Polarización social: causas de fondo

Polarización social: causas de fondo
Foto | Naratrip Boonroung (vecteezy)
Contra las distorsiones que retroalimentan la polarización cabe ampliar la cultura democrática desde abajo y convertir la fraternidad en virtud política. Esa es la propuesta que el autor de este Tema del Mes antepone a la falsa solución autoritaria y excluyente con la que se trata de compensar el miedo a la fragmentación personal.

Nadie pondrá en duda la polarización de la sociedad española. En sede parlamentaria el insulto arrincona el diálogo. En los medios de comunicación prima la «guerra cultural» y la fabricación obsesiva del enemigo. Los ataques verbales en campaña electoral no parecen conocer escrúpulos. Y a pie de calle se orillan los debates espinosos, pues basta un desliz para que se acabe gritando «facha» o «comunista» al hasta entonces simpático compañero de trabajo o senderismo.

Dos signos especialmente expresivos son la virulencia en que ha derivado la escisión del movimiento feminista y la disputa en torno a la llamada «memoria histórica». El uso identitario de las víctimas se ha vuelto moneda corriente. En general, el enconamiento de las posiciones habla mucho más de una frenética defensa de la propia identidad colectiva que de los propios temas en cuestión.

Para explicar la crispación se apunta a las fake news, [noticias falsas] la posverdad, los «hechos alternativos», la «crisis de valores» o la digitalización. La cámara de ecos del algoritmo, opinan algunos, nos deshabitúa al trato civilizado con quienes piensan diferente. La descomposición de la familia, señalan otros, explica el deterioro de la convivencia. La creencia en que la situación sea producto de discursos, ideologías o lobbies [grupos de presión] que difunden su mensaje es más bien, como veremos, una forma de protección frente a una realidad ya inmanejable.

En cualquier caso, se trata de fenómenos de superficie, consecuencias y no causas o, como mucho, factores que refuerzan una atmósfera social con un origen más profundo. Creo que las explicaciones aludidas no tocan el nervio del asunto. Reducir el foco al ámbito nacional –aunque es cierto que el contexto español requiere una atención particular desde el punto de vista histórico– puede perder de vista los elementos decisivos. Estos remiten al auge mundial del populismo autoritario.

Hace apenas cinco años se hablaba todavía de la excepción española. Aquí no prendía la chispa de los partidos ultra. Si bien entonces tenía no poco de espejismo, después del 28 de mayo es evidente que España no recibió la vacuna del trumpismo. La constelación autoritaria pertenece a la unidad de nuestro tiempo. Y no cabe abordar el antagonismo social sin atender las razones estructurales del auge populista, en cuyos hitos debemos contar la llegada de Trump a la Casa Blanca en 2016, el referéndum sobre el brexit del mismo año, el asalto al Capitolio de los EEUU en 2021 y a la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia en 2023, así como la presencia de partidos de ultraderecha en las instituciones e incluso en gobiernos europeos como Hungría e Italia.

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Para descifrar la polarización necesitamos un enfoque cercano a la psicología política. Es un terreno resbaladizo, pues pasar del gran angular de la sociedad al fuero interno requiere mediaciones difíciles y, en general, poco abordadas por la sociología. Se trata de comprender cómo las profundas transformaciones sociales en curso generan un tipo de individuo de muy frágil equilibrio psíquico. Haciéndome cargo del carácter tentativo del enfoque, lo que me gustaría apuntar aquí es que lo que llamamos «polarización» es una forma desesperada y errónea de defensa ante la amenaza de fragmentación personal.

Veamos primero a qué nos referimos con lo de transformaciones sociales en curso. El capitalismo global ha alcanzado un doble límite en su capacidad de crecimiento (Kurz, 2012). Uno externo y otro interno. El externo remite a la incompatibilidad entre crecimiento capitalista y protección de los equilibrios ecológicos, entre el irracional crecimiento infinito y la finitud vulnerable de la naturaleza. Nos hallamos en el «siglo de la gran prueba», como ha escrito Jorge Riechmann, es decir, lo que hagamos esta centuria será decisivo para afrontar el cambio climático y sus devastadoras consecuencias. El «capitalismo verde» es un oxímoron. O cuestionamos el orden económico, que excluye y mata, como dice el papa Francisco en Evangelii gaudium, o no pasaremos la prueba.

El límite interno objetivo obedece a la sustitución de mano de obra por las nuevas tecnologías de la última revolución industrial, la microelectrónica. La reducción del trabajo humano mina progresivamente la base de acumulación del valor (Zamora, 2017). Esta vez la innovación tecnológica no tendrá efectos análogos a las anteriores. El proceso histórico de valorización del capital habría acabado por encontrar un bloqueo interno, producido por su propia dinámica irracional de competitividad, crecimiento y ceguera a las necesidades humanas. No estaríamos ante otra de las crisis capitalistas que conllevan sus procesos cíclicos, sino ante una suerte de «callejón sin salida» (Zamora, 2017; 12-15).

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