¡Que no desaparezca la palabra paz!

¡Que no desaparezca la palabra paz!

Cada vez escuchamos y pronunciamos menos la palabra paz, tal vez porque vivimos en sociedades que no creemos en ella como un proyecto de vida, tanto personal como social, aunque en los centros educativos hablamos de la paz como un valor fundamental y hasta nos deseamos la paz cada vez que comienza un nuevo año como algo fundamental, porque en el fondo de nuestro corazón sabemos que sin paz no hay vida. Aún recuerdo a mi abuela Agustina cuando nos decía a los nietos que lo peor que nos podía pasar era una vivir el horror de una guerra, como lo vivió ella en la Guerra Civil española.

Pero, los poderosos, las grandes fortunas, los grupos económicos,  las multinacionales o los gobiernos, utilizan la guerra como arma de dominio, sometimiento y destrucción, abocando a la humanidad al fracaso. La paz es el gran enemigo de los poderosos y quienes la defienden se convierten en activistas que hay que neutralizar o desanimar. Queremos la paz, pero, fabricamos las guerras y las aplaudimos.

Vemos conflictos en el Congo, en Ucrania, en Mozambique y en muchos lugares del mundo. Ahora también estamos viendo un genocidio sobre la población palestina en Gaza. Lo vemos televisado, los vemos a través de las redes sociales y lo que vemos nos petrifica ante tanta crueldad y barbarie. Miles de niños y niñas asesinados con total impunidad, un día tras otro, sin que nada ni nadie pueda o quiera pararlo. Un genocidio apoyado por las grandes potencias como Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido y Canadá entre otros. Y, junto a esto, el atronador silencio de la inmensa mayoría de la ciudadanía.

Ya no sabemos qué decir, qué pensar, qué sentir ante lo que ocurre en Gaza, donde te dicen desde Médicos Sin Fronteras que la gente, que las criaturas pequeñas, duermen entre la mierda y la sangre y hasta algunos afirman que la suerte que tuvieron los primeros en morir ante las bombas caídas, porque se han ahorrado un inmenso sufrimiento. Sencillamente, terrible.

Paseando por el psiquiátrico, pensaba qué podía hacer ante tanta barbarie y ante tanta indiferencia, sabiendo que lo que pudiera hacer sería algo pequeño y de poca repercusión, pero, no por ello, dejar de hacerlo. Y, lo que es la vida, cuando miré la Iglesia del psiquiátrico y fijándome en la torre, –que mide unos 20 metros–, pensé que no estaría mal hacer un mural contra la guerra y en favor de la paz.

Contacté con un amigo pintor, Pepe Martínez Saorín, y diseñó ese dibujo lleno de ternura y de grito por la paz. Aparece esa persona con el maletín lleno de dinero, que vende armas como ese gran negocio de muerte; el soldado apuntando a ese niño que representante a todos esos niños que quieren la paz y no la guerra y por último, el mensaje: “Por la paz entre los pueblos”.

Desde una torre de una iglesia del psiquiátrico en Murcia expresamos con dolor que queremos aportar un pequeño grano de arena para proclamar en voz alta la palabra paz, para que vuele por toda humanidad. Lo dicho, un pequeño grano de arena, que se une a todos esos pequeños granos de arena en el mundo porque queremos esa paz que se construye día a día, desde nuestros entornos más cercanos y que reivindica unas relaciones internacionales basadas en respeto a la vida y a los pueblos.

 

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