Sepultados en basura

Sepultados en basura
La aldea gala de Astérix temía que el cielo cayera sobre sus cabezas. Los vecinos de Zaldíbar (Bizkaia) se vieron sorprendidos el 6 de febrero por una catástrofe más real.

El monte se había derrumbado, sepultando a dos trabajadores. Un «monte» muy peculiar: 50.000 toneladas de basura del vertedero de la empresa Verter Recycling 2002 que acumula ingentes cantidades de desechos desde 2007, incluidos materiales tóxicos que de ninguna manera deberían estar ahí: los equipos de rescate supieron que el vertedero tiene varias toneladas de amianto cuando llevaban horas trabajando sin la protección adecuada.

Cuando escribo estas líneas, más de un mes después, los trabajadores Joaquín Beltrán y Alberto Sololuze continúan sepultados.

Somos la civilización (¡!) de la basura;
podríamos decir que una civilización de mierda.
Lo propio de la sociedad de consumo es desperdiciar.

Más allá de las flagrantes irregularidades que esta tragedia ha sacado a la luz, de la codicia de las empresas y las irresponsabilidades de los políticos, preguntémonos por lo que llena los vertederos. Somos la civilización (¡!) de la basura; podríamos decir que una civilización de mierda. Lo propio de la sociedad de consumo es desperdiciar. Lo que nos sobra –ya no nos apetece, está pasado de moda, nos cansamos, etc.– es tratado como desperdicio (del lat. disperdĕre «arruinar», «derrochar»). No solo son basuras domésticas, también empresas, hoteles, industrias, centros escolares, establecimientos privados y públicos de todo tipo. Son nuestros desperdicios, daños colaterales de los que no nos hacemos responsables. Para lo que no buscamos soluciones viables; es decir, eficientes y que no causen víctimas de ningún tipo. Y resulta que los vertederos no son esa solución.

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Nuestras calles lucen contenedores de varios colores, que tal vez alimentan nuestra autoimagen verde pero, ¿qué pasa luego? Luego no siempre continúa bien la historia. Para nuestra vergüenza, España está en el pelotón de los torpes en este asunto, como titulaba con ingenio descriptivo el portal econoticias.com. Datos de la Unión Europea revelan que más de la mitad de nuestros residuos van a vertederos convencionales, que viene a ser como esconder la porquería bajo la alfombra, repugnante costumbre que compartimos con Hungría, República Checa y Portugal. Incluida porquería tan voluminosa como colchones, muebles y todo tipo de objetos.

Por si lo podíamos empeorar, desechos que deberían ser reciclados acaban siendo exportados a otros países por la poderosa razón de que resulta más barato ir a ensuciar a casa de otros. Según datos de Comtrade, base de datos de la ONU en materia de comercio, en 2016 España exportó 318.926 toneladas de residuos a China, India, Turquía o Malasia. Este último país, harto de ser basurero de ricos, a principios de año informó de que había devuelto 150 contenedores con más de 3.700 toneladas de plástico llegados de 12 países, incluida España.

¿Soluciones? Producir menos desechos, desperdiciar menos, mucho menos, y gestionar mejor, mucho mejor. Ambas cosas están en nuestras manos ciudadanas, tanto con los hábitos cotidianos como con nuestro compromiso político·

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