Justicia e igualdad

Justicia e igualdad
Tomando las frases casi siempre literalmente, y los datos originales del último libro de Thomas Piketty1, González-Faus construye un resumen del libro en el que después de sintetizar la evolución de las desigualdades y de las ideologías que las justifican, agrupa sus propuestas para la sociedad realmente equitativa, justa y solidaria del siglo XXI.

Es pronto para afirmar que estamos ante uno de los libros más importantes del siglo XXI, pero podría serlo. Thomas Piketty realiza un estudio de las desigualdades a lo largo de la historia humana, constatando cuándo han crecido y cuándo se han reducido, siempre como fruto de dos factores: el capital (que tiende a crearlas) y la ideología (que busca justificarlas o combatirlas). Para eso recorre las sociedades esclavistas, las llamadas «ternarias» (por la división nobleza-clero-pueblo llano), las coloniales, propietaristas, comunistas y poscomunistas… Todo con infinidad de datos fruto de un inmenso trabajo en equipo (el libro tiene 230 gráficos estadísticos).

Con palabras del autor, se trata de «una historia económica, social, intelectual y política de los regímenes desigualitarios, una historia de los sistemas de justificación y de estructuración de la desigualdad» (1.226). Historia que intenta «mostrar hasta qué punto es fundamental para comprender el mundo actual, volver la mirada atrás, a la larga historia de los regímenes desigualitarios» (1.230). Reconoce, incluso, Piketty que las fuentes históricas le han llevado «a modificar significativamente mis concepciones iniciales que eran más liberales y menos socialistas de lo que han llegado a ser» (1.231). Hasta hacerle proclamar: «Estoy convencido de que es posible superar el capitalismo y la propiedad privada y construir una sociedad justa basada en el socialismo participativo y en el federalismo social» (p. 1.227).

I. Nuestra situación

«Nuestro mundo actual es una de las sociedades más desigualitarias que han existido». Aunque en la primera mitad del siglo XX habíamos asistido a una considerable reducción de las desigualdades, desde 1980 se observa en todo el mundo un aumento de las desigualdades económicas (12). Y además «una opacidad económica y financiera creciente, en lo relativo a la medición y registro de las rentas y los patrimonios» (785).

Esa desigualdad se da dentro de cada país y en las relaciones entre países. Las mayores fortunas mundiales han crecido a un ritmo del 6 o 7% anual entre 1987 y 2017; un crecimiento casi cuatro veces más rápido que el del patrimonio medio, y unas cinco veces más rápido que la renta mundial (819).

El fracaso del comunismo, junto a la contrarrevolución reaganthatcheriana de 1980, figura entre las causas de esa dinámica peligrosa, que está suscitando por todas partes una reacción identitaria, nacionalista, racista y de enfrentamiento entre Estados.

Fracaso del comunismo

El comunismo fue el mayor desafío contra la ideología propietarista que pretende que la protección absoluta de la propiedad privada conduce a la prosperidad (691). Pero no fracasó por eso, sino por falta de preparación de los bolcheviques, como se vio cuando Stalin puso fin a la NEP (Nueva Política Económica) de Lenin (695)2. Si se mantuvo tantos años en el poder fue por comparación con el régimen zarista profundamente desigualitario y particularmente negativo en desarrollo social, sanitario y de educación. Y porque el nivel de vida media que, en 1910, estaba en torno al 40% de Europa, alcanzó el 60% hacia 1950, para estancarse ahí (697-701).

Pero el sistema poscomunista ha significado la entrada en escena de los oligarcas y el saqueo de los activos públicos. Rusia ha pasado de ser el país que más había reducido las desigualdades monetarias, a ser uno de los países más desigualitarios del mundo, propiedad en gran medida de un pequeño grupo de propietarios con grandes fortunas (712-714).

Ambas ideologías (capitalista y comunista) son víctimas de una sacralización: unos de la propiedad personal y los otros de la propiedad estatal (708). Si en China o Rusia, ese aumento alarmante de la propiedad privada se debe a las privatizaciones mal hechas, en EEUU y Europa, un factor importante ha sido la reducción de la progresividad fiscal, junto a una mundialización que solo ha dado importancia al crecimiento, junto a la sacralización de la propiedad privada3.

Fracaso de la izquierda

En estos contextos, brota una crítica expresa a las izquierdas y a la socialdemocracia, por haber creído que ya no era posible reducir las desigualdades y haber aceptado un sistema injusto. Como máximo, estamos pasando de la «socialdemocracia» al «socialnativismo» (=para los nativos). Pero el hecho es que los partidos de izquierda «sin lugar a dudas han cambiado de naturaleza» (1.029). Antes votaba a esos partidos la gente con menos estudios y, en los años 1980-2000, pasó a votarles la gente con mayor nivel de estudios (57). Así se produce cierto aburguesamiento de las izquierdas y que las clases populares se sientan menos representadas por ellas (886). Y eso a pesar del giro a la izquierda del electorado femenino (895).

Las desigualdades crecen siempre en detrimento del 50% más pobre (41). Donde las élites se enriquecen es donde menos prosperan los pobres (43). Esta situación, debida en parte a la revolución industrial y a las desigualdades educativas, pretende justificarse con grandes proclamaciones meritocráticas y apelando a una falsa igualdad de oportunidades que desconoce la realidad a la que se enfrentan las clases más desfavorecidas en términos de acceso a la educación superior.

Por ahí va la pérdida de identidad de la izquierda. La socialdemocracia, pese a sus éxitos, no supo afrontar el aumento de las desigualdades, por falta de reflexión sobre la propiedad, la educación y la regulación de la economía (691). Así la izquierda ha acabado convirtiéndose en lo que Piketty califica como «izquierda brahmánica» (902, 939).

La izquierda brahmánica tiene como objetivo la acumulación de títulos académicos, conocimiento y capital humano. Junto a ella, la «derecha de mercado» busca la acumulación de capital financiero (921). Ambas se desdoblan a su vez en una rama más conservadora (o nacionalista) y otra más abierta. Pero pueden alternarse en el poder o incluso gobernar juntas, dado que comparten un fuerte apego por el sistema económico actual que, en lo esencial, beneficia tanto a las élites intelectuales como a las económicas y financieras (922).

Es posible superar el capitalismo y la propiedad
privada y construir una sociedad justa basada
en el socialismo participativo
y en el federalismo social

Aparición de nacionalismos

Estas frustraciones han alimentado la aparición de brechas identitarias y nacionalistas en casi todo el mundo (1.145). Así, el partido Ley y Justicia (la derecha polaca) ha implantado medidas fiscales y sociales favorables a las rentas más bajas, pero con una ideología nacionalista (1.036-1.037). Y Salvini tuvo la habilidad de denunciar la hipocresía del joven Macron y de las élites europeas (1.047): porque Europa va construyéndose en beneficio de los más ricos, con el riesgo de aparición de un frente antieuropeo cada vez más fuerte, entre las clases medias y populares (952).

Por eso cree Piketty que «el aumento de las desigualdades figura entre los cambios estructurales más inquietantes en el mundo del siglo XXI» (35). Y que «nos encontramos frente a un cambio estructural de gran magnitud cuyo desenlace todavía no hemos presenciado» (44).

Esta situación no es inevitable

Lo prueban la supresión de la esclavitud y el fin de la dominación colonial que, mientras duraron, parecían insuperables. Hoy desconocemos ya la cantidad de beneficio económico que dichos regímenes suponían: tanto que la primera ley de abolición de la esclavitud incluía una indemnización integral a los dueños de esclavos, cosa que era vista como «evidente» (257-259) pero que en EEUU resultó imposible porque equivalía a toda la renta nacional de entonces.

El régimen colonial, mucho más extendido, estaba organizado casi solo a beneficio de los colonos, amparado en una ideología de dominación «civilizadora». Y desapareció también a pesar de aquellos gritos tan poco evidentes («Argelia es Francia»; «Angola y Mozambique no son colonias sino provincias de ultramar»). Pero ambos sistemas nos dejaron una sacralización de la propiedad privada que está en el origen del mundo moderno (252).

Y que esta situación no es inevitable lo prueba también el que las cinco grandes regiones del mundo (EEUU, Europa, India China, Brasil) atravesaron, entre 1950 y 1980, una fase histórica relativamente igualitaria, que no se debió simplemente a las guerras, sino a un serio cuestionamiento de la ideología propietarista (1.041), para volver a un aumento de desigualdades a partir de 1980. Y, curiosamente, el crecimiento económico, en EEUU y Europa, fue más intenso en el período igualitario que durante los años siguientes (39).

Pero no basta con denunciar al régimen vigente, para que sea mejor el que lo sustituya: todo depende del origen de las desigualdades y de su justificación. Y aquí entran en juego las ideologías.

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La ideología

Como afirmaba la teología de la liberación, en contra de Marx, Piketty enseña que la ideología no es una mera superestructura que brota mecánicamente de las estructuras económicas. Es evidente que las desigualdades necesitan ser explicadas y justificadas. Pero eso no significa que esa explicación sea un efecto mecánico de la estructura económica. Puede ser más bien su causa. La ideología, pues, tiene su autonomía, como muestra la aparición de las corrientes identitarias y nacionalistas del momento. Piketty la define como «un conjunto de ideas y discursos a priori plausibles y que tienen la finalidad de describir el modo en que debería estructurarse una sociedad» (14).

La historia humana no es solo historia de la lucha de clases; es también historia de las ideologías y de la lucha por la justicia. La desigualdad, además de económica, es ideológica y política.

Y la ideología neopropietarista actual se apoya, por un lado, en instituciones sólidas y grandes narrativas (como el miedo al comunismo y al vacío que genera la posibilidad de redistribuir la riqueza), más un régimen de libre circulación de capitales sin información compartida y sin fiscalidad común. Pero, por otro lado, podemos hablar de un «cinismo del dinero» común a las formas actuales de ideología propietarista (214). Cinismo fuente de una ideología meritocrática exacerbada, que ensalza a los ganadores y estigmatiza a los perdedores: «La culpabilización de los pobres constituye uno de los principales rasgos distintivos del actual régimen desigualitario» (846). «Las clases altas dejan atrás el ocio e inventan la meritocracia por instinto de supervivencia» (850).

La falta de consistencia de ese relato contemporáneo propietarista, empresarial y meritocrático es evidente (11-12). Basta con ver la realidad que enfrentan las clases más desfavorecidas en términos de acceso a la educación superior, debido a «una violencia mal descrita en el cuento de hadas meritocrático» (12), cuando «lo que permitió el desarrollo económico y el progreso humano fue el combate por la igualdad y la educación, no la sacralización de la propiedad, la estabilidad y las desigualdades» (13). Pero así ha nacido esa doble valoración de los millonarios tercermundistas (despreciables e inmorales que no merecen realmente su fortuna), y los «empresarios» europeos y estadounidenses, de quienes es frecuente oír alabanzas sobre sus infinitas contribuciones al bienestar mundial (45)…

Esto refuerza lo antes dicho sobre el fracaso de las socialdemocracias: a pesar de sus éxitos, los socialdemócratas fueron «incapaces de abordar a escala internacional tanto la problemática de la progresividad fiscal como la noción de propiedad privada temporal» (51), precisamente cuando la reducción de la progresividad fiscal en la década de los 80 estaba contribuyendo al aumento sin precedentes de las desigualdades. La fe en la centralización del estado como única solución para superar el capitalismo llevó a no tomar en serio la cuestión de los tipos de impuestos, o el reparto del poder y voto en las empresas. Dicho gráficamente, los socialdemócratas fueron incapaces de convencer a las clases más desfavorecidas de que se preocupaban por sus hijos y su educación tanto como por los suyos propios (61).

Conclusiones

Para hacer propuestas, conviene destacar algunos principios derivados de este análisis.

  • «La fortísima concentración de la propiedad privada sumada a una gran opacidad financiera es una de las principales características del régimen desigualitario neopropietarista mundial del siglo XXI… La distribución de la propiedad será una cuestión crucial en este siglo» (822).
  • «Según la historia de los últimos siglos, la igualdad y la educación parecen ser factores de desarrollo mucho más determinantes que la sacralización de la desigualdad, la propiedad y la estabilidad» (654).
  • Si no transformamos profundamente el sistema económico actual para convertirlo en uno menos desigual, más equitativo y sostenible, tanto entre países como en el interior de cada país, entonces el «populismo» xenófobo y sus posibles éxitos electorales podrían ser el principio del fin… (13).
  • También conviene avisar del riesgo de una nueva oleada de competencia exacerbada y dumping fiscal4, con un posible endurecimiento del repliegue nacionalista e identitario, visible ya tanto en Europa y EEUU como en India, Brasil o China (1.229).
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II. Algunas propuestas

Estas propuestas buscan:

a) Condiciones para la existencia de una propiedad justa, una educación justa y unas fronteras justas: «federalismo social» (61).

b) Un modelo basado en la participación igualitaria de los ciudadanos, en la definición colectiva del bien público: «socialismo participativo» (855-856).

Agrupo las propuestas de Piketty en cinco capítulos:

Propiedad

Propietarismo es una defensa absoluta de la propiedad privada. Capitalismo es la extensión del propietarismo en la era actual, concentrando el poder económico en manos de quienes poseen el capital (1.150).

Una sociedad justa debe basarse en el acceso universal a los bienes fundamentales: salud, educación, empleo, las relaciones salariales y los salarios «diferidos» (jubilaciones o prestaciones de desempleo) (1.188). Por eso la propiedad privada no debe concentrarse más de lo necesario.

Y la propiedad privada puede superarse de tres formas: propiedad pública del Estado, propiedad social (en la gestión de la empresa) y propiedad temporal (690). Esto último implica un impuesto altamente progresivo sobre los grandes patrimonios, que permita financiar una dotación universal de capital y circulación permanente de la riqueza… Y también un impuesto progresivo sobre sucesiones: cada generación puede acumular activos de manera considerable; pero solo si devuelve buena parte de ellos a la comunidad, al transferirlos a la generación siguiente (1.151).

Otro principio del socialismo participativo es la propiedad social, repartir los derechos de voto en las empresas, con equilibrio entre el voto de los trabajadores y el de los accionistas (711). Si se quiere distribuir la propiedad y que el 50% más pobre posea una parte significativa del capital y participe en la vida económica y social, es necesario generalizar la noción de reforma agraria transformándola en un proceso permanente que concierna a la totalidad del capital privado. Una forma de proceder sería establecer un sistema de dotación de capital a cada joven adulto (por ejemplo a los 25 años de edad), financiado mediante un impuesto progresivo sobre la propiedad privada. Sería como una reforma agraria permanente (672).

La experiencia histórica muestra que los tipos marginales del orden del 70-90% sobre las rentas más altas permiten poner fin a remuneraciones astronómicas e innecesarias, en beneficio de los salarios más bajos y de la eficiencia del conjunto. Y que, sin estos sistemas públicos, los trabajadores han de afrontar importantes pagos a fondos de pensiones y seguros médicos privados, mucho más costosos que los sistemas públicos (1.189).
Pero, este plan necesita cooperación internacional, por ejemplo: un registro financiero público, capaz de permitir a los Estados y administraciones fiscales intercambiar la información necesaria sobre los titulares de los activos financieros emitidos en cada país. Estos registros ya existen pero están casi solo en manos de intermediarios privados (1.174).

Esto nos lleva a la fiscalidad progresiva y al federalismo social.

Fiscalidad progresiva

Los impuestos progresivos sobre las sucesiones y la renta deben seguir desempeñando el papel que desempeñaron en parte del siglo XX (1.156), complementados por un impuesto progresivo sobre el patrimonio.

Se propone: un impuesto anual progresivo sobre la propiedad que financie la dotación de capital propuesta para cada joven de 25 años. Y un impuesto progresivo sobre las herencias y sobre la renta (1.162-1.163). Sin impuestos indirectos (salvo para corregir alguna externalidad). Los impuestos indirectos (como el IVA) son extremadamente regresivos y es preferible que, a largo plazo, sean sustituidos por impuestos progresivos sobre propiedad, herencia y renta (1.164). Pues impiden que la carga fiscal se distribuya en función del nivel de renta o patrimonio (1.186).

Para el impuesto sobre la propiedad, propone Piketty un 0,1% para los patrimonios inferiores a la media; aumentar hasta el 2% en patrimonios que dupliquen el patrimonio medio; hasta el 10% para patrimonios que multipliquen por cien el patrimonio medio, 60% para los que lo multipliquen por mil y el 90% para aquellos patrimonios diez mil veces superiores al patrimonio medio. Eso significaría una reducción fiscal sustancial para el 80 o 90% de la población con menor patrimonio y facilitaría el acceso a la propiedad (1.169-1.170). Pero esos impuestos sobre la propiedad y sucesiones, deben afectar al patrimonio global; es decir a todos los activos inmobiliarios, profesionales y financieros que posea cada individuo (1.171).

La desigualdad extrema no es el precio a pagar por la prosperidad (1.156). Sabemos ya que el ascenso del Estado fiscal no solo no impidió el crecimiento económico, sino que fue un elemento central del proceso de modernización (547).

En 1900, en EEUU, Reino Unido, Japón, Alemania y Francia, los tipos aplicados a las rentas de sucesiones más altas estaban por debajo del 10%; en 1930 oscilaban entre el 30 y 70% para las más altas y entre el 10 y el 40% para las sucesiones. Esos tipos se redujeron ligeramente durante la década de 1920, pero entre 1932 y 1980 el tipo aplicable a las rentas más altas en EEUU subió hasta el 81% (535) para caer al 28 % tras la reforma de Reagan. Y desde entonces la renta nacional per capita solo creció la mitad en las tres décadas posteriores, multiplicándose además las desigualdades: el 80% de la población con menores ingresos no ha experimentado ningún crecimiento desde 1980 (993).

Pero existe la idea de que es imposible someter a contribución a los activos financieros porque tienen capacidad para desaparecer, eludiendo los impuestos como por arte de magia. Así no quedaría más opción que someter a contribución solo los activos inmobiliarios de las clases medias, eximiendo a las grandes carteras financieras (957). Esta explicación es una inconsciencia extremadamente peligrosa: alimenta el repliegue identitario y agita la trampa social-nativista (690 y 960). Resulta molesto oír a la CDU (alemana) hablar de «emprendedores» refiriéndose a empresas que casi no pagan impuestos (1.099), mientras Alejandra Ocasio-Cortez, representante demócrata del estado de Nueva York, apoya un tipo superior al 70% para las rentas más altas (1.100).

Esas nuevas fórmulas de progresividad fiscal y de superar la propiedad privada por la propiedad social y temporal, podrán requerir cambios constitucionales. La Constitución y leyes fundamentales deberían obligar al Estado a publicar anualmente estimaciones de los impuestos pagados por los distintos grupos de renta y riqueza (1180-1.181).

Pero la superación de las sociedades propietaristas y del capitalismo requiere una forma elaborada de superar el estado-nación (579).

Federalismo global

Los estados están obligados hoy a cumplir con la libre circulación de bienes y capitales, pero son totalmente libres para oponerse a la libre circulación de personas (1.214). La libre circulación de bienes y capitales, tal como está organizada, reduce considerablemente la capacidad de los estados a la hora de elegir políticas fiscales y sociales para combatir las estrategias de evasión fiscal (1.211-1.212).

Mientras defendemos que las relaciones entre países deben organizarse sobre la libre circulación de bienes, servicios y capitales, consideramos luego que las opciones de sistemas fiscales, sociales o jurídicos, solo afectan a cada país y deben sujetarse a una soberanía únicamente nacional. Estos presupuestos conducen a contradicciones cuya magnitud no ha cesado de aumentar en las últimas décadas (1.211).

Hay que sustituir los acuerdos comerciales actuales por tratados más ambiciosos, que promuevan un modelo de desarrollo justo y sostenible, con objetivos comunes verificables (1.211). La justicia no es algo nacional sino trasnacional.

Pero el gobierno francés ha decidido que solo los estudiantes de la UE sigan pagando las tasas en vigor (relativamente modestas: 170 euros en grado; 240 euros en máster), mientras que los estudiantes no europeos deberán pagar cantidades muchos más altas (2.800 euros en grado, 3.800 en máster)… Los estudiantes malienses o sudaneses pagarán entre diez y veinte veces más que los estudiantes luxemburgueses o noruegos (1.219).

Justicia educativa

Hoy está clara la importancia de la inversión igualitaria en formación y educación para el crecimiento (653). Pero falta transparencia en la asignación de recursos. En la mayoría de países, los procedimientos que regulan el gasto en educación son opacos y no permiten una apropiación ciudadana (1.200). Las clases sociales más desfavorecidas reciben hoy, en casi todas partes, menos recursos públicos que las clases más favorecidas (65).

La preferencia de los progenitores por determinado tipo de escuelas y centros de formación, se utiliza para justificar formas de desigualdad escolar que permiten a los ricos separar a sus hijos de aquellos cuyos padres no están en la misma disposición. Buena parte de la solución consiste en sacar a la educación del juego del mercado, procurando financiación pública adecuada e igualitaria (711).

Las instituciones privadas contribuyen a un servicio público: el derecho de todos a la educación y al conocimiento. Deben aceptar una regulación común a las instituciones públicas, tanto en lo relativo a recursos disponibles como a procedimientos de admisión (1.203).

Mejorar la democracia

Mejorarla primero en las empresas, ampliando el invento alemán y sueco de la cogestión, que aún dejaba la última palabra a los accionistas. Luego mediante lo que Piketty llama «bonos para la democracia»: financiar la vida política y las elecciones entregando a cada ciudadano un bono anual del mismo valor, que destinaría al partido o movimiento político de su elección. Se busca así una democracia igualitaria y participativa, superando las normas vigentes que son arbitrarias y hasta escandalosas en favor de los contribuyentes muy ricos. Y facilitando que (independientemente de su origen y de sus medios) todos los ciudadanos participen de manera permanente en la renovación de los movimientos y organizaciones políticas.

Piketty realiza además una seria crítica a la forma como está construyéndose la UE, concebida para regular un gran mercado y para alcanzar acuerdos intergubernamentales, no para adoptar políticas fiscales y sociales (1.062). Por eso, el divorcio entre Europa y las clases populares ha alcanzado proporciones considerables (1.067). No queda más espacio, pero quisiera citar cómo «en 2015 la decisión política fue humillar a Grecia que, a los ojos de las autoridades europeas (alemanas y francesas particularmente), era culpable de elegir un gobierno de izquierda radical… Habría sido más sensato desarrollar políticas fiscales más justas en Europa: como gravar mejor a los griegos ricos igual que a los alemanes y franceses ricos (1.077-1.078). Hay que replantear el tratado de Maastricht, buscando un acuerdo sobre impuestos comunes, sobre unos verdaderos presupuestos comunes, una deuda común y un tipo de interés común (842)5.

Conclusión

Parodiado al viejo catecismo diría que estos mandamientos «se encierran en dos»: un socialismo participativo (impuestos comunes y justos, desarrollar un derecho universal a la educación, a la dotación de capital, a la libre circulación y, de hecho, a la abolición casi total de fronteras) (1.221). Y un federalismo mundial por el que todos los estados, tanto en Europa como en el resto del mundo, dejasen de ejercer una nefasta competencia entre ellos y actuasen de manera cooperativa (1.223).

Así formuladas parecen propuestas idílicas. Pero conviene no olvidar ni la gravedad de la situación actual ni que muchas veces en la historia, propuestas que parecían imposibles aparecieron (bien o mal) realizadas. ·

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Notas
1 Thomas Piketty, Capital e Ideología. Traducción: Daniel Fuentes. Ediciones Deusto 2019. Página 1.233.
2 El comunismo fracasó, además, por haber puesto la persecución religiosa por encima de la lucha por la justicia. Así, no solo perdió millones de adeptos, sino que necesitó una enorme dedicación, solo vislumbrada hoy cuando conocemos las increíbles condiciones de clandestinidad y persecución que vivieron los creyentes en aquellos años.
3 Por falta de espacio omito los análisis de China y la Europa del Este. Baste con el ejemplo ruso.
4 O «competencia desleal»: quitar impuestos a todas las empresas extranjeras para que vengan a invertir en mi propio país.
5 No hay espacio para otros problemas más particulares: emisiones de carbono, nacionalismos y lo que el autor califica como «un aviso a los feminismos».
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