No quiero volver a esa normalidad tan rara

No quiero volver a esa normalidad tan rara
Durante semanas, el mantra ha sido volver a la normalidad. ¿De verdad? ¿No llevará razón Marta Tafalla cuando declara en Crític que «esta epidemia es consecuencia de aquello que denominamos normalidad». Esta globalización capitalista no inventó el virus, pero facilitó enormemente la pandemia.

Y desde luego, las condiciones en las que nos encuentra y la manera de encararlo es hija natural y predilecta de este sistema que todo lo convierte en mercancía. Si la sanidad hubiera sido un servicio básico y universal, y no un negocio con el que algunos se llenan los bolsillos, la COVID-19 no la habría encontrado tan recortadita. Por ejemplo.

«¿Vale la pena reconstruir el mundo levantado por el neoliberalismo?», se pregunta Bernardo Gutiérrez. «¿Vale la pena reconstruir el mundo que se derrumbó? ¿No será mejor contemplar por un tiempo los escombros para ver si florecen otras formas de vida?». La vida tras esta crisis no pasa por restaurar, sino por demoler y construir. Sobre otros cimientos, claro.

¿Cómo construiremos esa normalidad humana? Los problemas son complejos, pero en todos esos grandes dramas hay papel para nosotros, «la gente pequeña» de Galeano. Ya sabemos cómo se hace; se trata de seguir. Construir la casa común para que sea habitable para todas las personas. A fin de cuentas, somos compañeros de piso.

Este virus que ha roto nuestra normalidad cotidiana, la colectiva y la personal, nos ha puesto en situaciones insólitas, y ahí solemos aprender cosas nuevas. Nos hemos ejercitado en los amores lejanos y con frecuencia «ciegos», organizándonos en redes vecinales con personas cuyas caras no conocíamos. Y han resultado eficientes para quienes han recibido directamente sus acciones, y para quienes las hemos formado. Si hemos sabido «enredarnos» contra las consecuencias del virus, bien podemos continuar tejiendo para otros «virus» que estaban ahí, y ahí siguen, algunos más virulentos: pobreza, injusticia, atropello de derechos, cambio climático, precariedad no solo laboral, etc.

Se ha puesto sobre la mesa qué es esencial para la vida, qué importa realmente, que no es el PIB, sino los cuidados. Hemos sentido que echamos de menos un abrazo, el roce de otra piel humana, más que el 5G. «La pandemia –señala Judith Butler– nos trae eso también. ¿Cómo vivir sin tocar o que nos toquen? ¿Sin la respiración compartida? ¿Eso sería vivible?».

Todos los problemas globales tienen una esquina por donde agarrarlos con una mano –mejor las dos– comprometida con otros, porque, como dice Butler, «parte de lo que hace posible mi propia vida hace también vivible otra. (…) ¿cuándo y cómo se convirtió en algo posible imaginar la propia vida por separado?».

Las restricciones, horarias y espaciales, de movilidad y las propias redes vecinales han dado vidilla a las tiendas de alimentación del barrio, en detrimento de eso tan moderno de ir lejos para atiborrar el coche de alimentos que también tenemos cerca. Frecuentar la tienda de la esquina no solo hace barrio; también toca el mismísimo modelo de producción agrario, en la raíz de tantos males ecológicos y económicos, en el que trabajan en condiciones inhumanas personas migrantes, que este sistema solo quiere para explotarlas.

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Tantas posibilidades de ocio mercantilizado suspendidas nos han obligado a inventarnos opciones más activas, más divertidas, con menor huella ecológica. El 10% más rico del planeta consume 20 veces más energía que el 10% más pobre y genera el 75% de las emisiones de gases invernadero, y en el transporte es donde más diferencia existe. Pues ahí tenemos algo que hacer respecto a la mayor amenaza de la humanidad: el cambio climático.

La situación laboral de muchísimas personas se ha visto precarizada durante este tiempo raro. Las redes vecinales han hecho frente a emergencias; ahora toca organizarse para ir al fondo de la cuestión, que es garantizar unas relaciones laborales justas; en definitiva, garantizar el derecho a un trabajo digno.

La crisis ha puesto a muchas mujeres como la mortadela en el bocata: cuidado de padres y cuidado de hijos. Incluso con ambos progenitores trabajando en casa, ellas han sido quienes se han hecho cargo, también, de las tareas domésticas. Por si fuera poco, están siendo las más afectadas por los ERTE y sus secuelas. Simone de Beauvoir escribió: «No olvidéis nunca que tendrán bastante con una crisis política, económica o religiosa para volver a cuestionar los derechos de las mujeres. Estos derechos nunca se dan por adquiridos». Compromiso doméstico y compromiso político. A fin de cuentas fueron feministas quienes dijeron que lo personal es político.

Para todo lo escrito –que está lejos de ser exhaustivo– hay un primer paso imprescindible. «Si queremos cambiar las cosas, lo primero es saber cómo están las cosas», dice Arcadi Oliveras. «Y lo que pasa es que estamos en mundo muy, muy, muy mal informado, no solo por las noticias falsas, sino por quién está detrás de las grandes cadenas de comunicación, sus propietarios y anunciantes». De cómo nos informamos –que es una actividad– somos responsables cada cual. Por eso ofrezco artículos de medios que no son grandes cadenas, sino que están en manos de periodistas comprometidos profesionalmente. Por si ayuda.

La vida colectiva también es vida personal. Como dijo el machadiano Mairena, «Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros». Las redes sirven para apoyar; también para protestar, para proponer. O nos organizamos para dar pasos decididos hacia una sociedad en la que lo normal es que todas las personas tengamos una buena vida, o nos vuelven a una situación en la que son «normales» la explotación y la injusticia.

Yo, como Pepa Torres, «espero que no volvamos a la normalidad».

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