Un poscongreso para
un tiempo de crisis

Un poscongreso para un tiempo de crisis
En abril de 2018 se tomaba la decisión por parte de la Conferencia Episcopal Española de organizar en febrero de 2020 un Congreso de Laicos con el objetivo de potenciar la vocación y misión de quienes somos la inmensa mayoría del Pueblo de Dios.

Solo estos dos extremos –fecha y tema– estaban cerrados; todo lo demás dependía del trabajo en diócesis, parroquias, asociaciones y movimientos. Cuando, en junio de ese mismo año, se presentó la iniciativa en un encuentro extraordinario organizado por la entonces denominada Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, ni en nuestras más optimistas ilusiones alcanzamos a vislumbrar la experiencia de comunión que iba a significar el proceso que estábamos empezando a impulsar ni el impacto que, en sentido positivo, iba a tener en la acción pastoral de la Iglesia a nivel nacional y en nuestras respectivas comunidades de referencia. Tampoco podíamos imaginar que, apenas unos días después de la celebración del Congreso, se declararía una pandemia a nivel mundial que ha convulsionado nuestro modo de vida y nos ha mantenido encerrados en nuestras casas, ha traído consigo cientos de miles de muertos, especialmente entre los más vulnerables, y ha provocado una crisis social y económica sin precedentes cuyas consecuencias no pueden preverse aún.

Con este doble contexto, es claro que lo vivido y planteado en el Congreso de Laicos ha de seguir su camino y llevarse a término, en continuidad con lo planificado y construido comunitariamente; pero no lo es menos que ello no puede hacerse obviando la situación actual generada por la COVID-19 y sus efectos sobre todo y todos.

En la primera semana de marzo, la Plenaria de la Conferencia Episcopal aprobaba el documento presentado por la Comisión Ejecutiva del Congreso en el que, recogiendo el sentir de los participantes en el mismo, se contenían, en esencia, tres propuestas: iniciar la fase poscongresual desde la centralidad de los cuatro itinerarios que habían marcado el proceso y mantener las claves de la sinodalidad y el discernimiento que lo habían guiado como ejes de nuestras acciones pastorales; elaborar un nuevo documento sobre el laicado en España; y articular la celebración de un encuentro trienal, a nivel nacional, pero preparado previamente a nivel diocesano y de asociación-movimiento, para profundizar en los retos planteados.

Se había trabajado mucho y muy bien durante los meses previos; el Congreso fue una auténtica experiencia de comunión eclesial y un impulso en la vida de fe para quienes participamos en él. Pero todo ello carecería de sentido si no se concreta en un camino claro que recorrer en los próximos años sobre la base de las aportaciones de los congresistas.

Ese camino está simplemente trazado en sus grandes líneas, pero hay que marcarlo con precisión. Esa es la finalidad del trabajo que se está haciendo en estos momentos, por parte de un equipo creado en el seno de la Comisión para los Laicos, Familia y Vida de la Conferencia Episcopal, de análisis exhaustivo y síntesis de las aportaciones que se formularon en los grupos de reflexión de las distintas líneas temáticas que conformaron los cuatro itinerarios. No podía ser de otro modo, en coherencia con la sinodalidad que ha conducido todo el proceso.

Pero no nos olvidamos de la otra clave: el discernimiento. Por esta razón, junto con la labor de síntesis, se llevará a cabo en las próximas semanas un ejercicio de relectura de esas aportaciones a la luz del momento actual, pues habrán de ser aplicadas en los escenarios que se abren como consecuencia de esta crisis que estamos viviendo. Ciertamente, los nuevos signos de los tiempos obligan a ello.

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La labor de síntesis, acompañada de esta reflexión sobre el momento actual, permitirá elaborar un documento que constituirá la base del poscongreso y que será objeto de valoración por parte de los delegados de Apostolado Seglar y de los presidentes de movimientos y asociaciones en un encuentro previsto para el próximo mes de octubre. A partir de ahí, todo está por hacer, como ocurrió en las fases anteriores. La articulación de iniciativas depende de nosotros. Tenemos como referencia el Instrumentum Laboris, las ponencias del Congreso y las aportaciones de los participantes en el mismo; hemos identificado entre todos actitudes que tenemos que cambiar, procesos que hemos de activar y proyectos que debemos proponer. Pero falta integrar unas y otros en nuestras concretas comunidades de referencia. Y ello requiere la implicación de todos.

Nuestros obispos expresaron unánimemente su firme deseo de continuar este camino, mano a mano con sus fieles; en particular, la Comisión para los Laicos, Familia y Vida ha iniciado su mandato con esta encomienda como tarea principal; los delegados de Apostolado Seglar, en colaboración con otras Delegaciones y Secretariados –porque el proceso abierto con motivo del Congreso de Laicos excede este ámbito competencial y afecta a otros–, junto con los presidentes de movimientos y asociaciones, tenemos la tarea de promover las propuestas planteadas en nuestros concretos ámbitos de acción; los congresistas, en tanto que enviados por sus comunidades de referencia, asumieron el mandato de llevar lo vivido a sus hermanos en la fe. En última instancia, todos, como miembros de la Iglesia, Pueblo de Dios, estamos concernidos por lo que el Espíritu ha promovido y bendecido a través de este proceso.

Se avecinan tiempos convulsos, ciertamente, pero también apasionantes. No puede ser de otro modo para quienes hemos entendido que Dios mismo ha querido que seamos nosotros quienes protagonicemos este concreto momento de la Historia. No podemos fallar, porque es mucho lo que está en juego: a nivel personal, nuestra propia santidad, que no hemos de ver como una llamada reservada a unos cuantos privilegiados, sino como un objetivo de vida de todo bautizado, que se concreta en buscar la voluntad de Dios en todas las facetas de nuestra existencia; a nivel comunitario, nuestro ser Iglesia, una Iglesia al servicio de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que anuncia a Jesucristo y denuncia las injusticias, que alienta y acompaña, que integra y tiende puentes, que imprime su huella en la sociedad para mejorarla.

En definitiva, lo vivido en el Congreso nos ha mostrado el horizonte, que ha de abarcar igualmente este tiempo de crisis. Nos corresponde a nosotros hacerlo realidad.

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