Rezar el Padrenuestro

Rezar el Padrenuestro

Padrenuestro, que tu Voluntad se haga, rezamos, oramos
–algunos cada día– con devota pose, con ahínco liturgón.
Tu Voluntad decimos, sin saber lo que decimos…
Decires de misa, decires de rezos, decires, decires.

«Yo soy el Camino. Yo soy la puerta. Yo soy la vid».
Siglos escritas en las Escrituras –los labios de Jesús–,
Resuenan nuevamente en el corazón de algunos.
Unos pocos responden. Se levantan. Caminan.
Franquean la puerta. Se injertan en la vid.

¡Injerto precario! Lento en coger fuerza,
Más lento aún en tener fruto. ¡Puerta estrecha!
¿Quién la franqueará? Solo el despojo
de las bienaventuranzas, no la búsqueda de sus promesas.
¡Duro camino! Nadie te puede guiar,
aunque una inmensidad de testigos lo hayan recorrido.
Es muy difícil caminar por él de dos en dos…

¡Cuántos, oh Dios, cubiertos con el manto del sentido común,
Se han sentado a la vera del camino, simples mirones de la historia.
No han podido superar el peso de su herencia, las circunstancias
De su ordinaria vida, las taras de su educación…

Bajo el peso de la vida, Jesús, del inminente fracaso de mi vida,
De las críticas insinuadas, las sospechas latentes, los desaciertos,
Cuando la generosidad se me escapa igual que la ilusión,
Cuando tantos compañeros dejaron ya el camino…
Rezaré contigo, Jesús, de nuevo el padrenuestro,
a mi ritmo, según mi propia historia,
Con mi experiencia a cuestas, y aprenderé de ti,
Mi verdadero amigo, a mirar con ojos nuevos
mis pasos vacilantes, ardientes
en la historia querida que abrió tu bendita humanidad.

¡Sí, contigo rezaré cada día y siempre el padrenuestro,
Y que sea haga del Padre su santa Voluntad!

 

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