Migraciones: un mundo para todos

Migraciones: un mundo para todos

Nos ha impactado la avalancha migratoria de unos 10.000 marroquíes en Ceuta, impulsada por el Gobierno de Marruecos. Una situación de manipulación y estrategia política por parte de Marruecos para doblegar a España a reconocer sus pretensiones sobre el Sáhara. Un caso claro de cinismo cruel que lanza a los propios marroquíes a nado en el mar, con los graves riesgos que ello supone. No se consideran para nada la seguridad y la vida de las personas, sino otras cosas.

Pero, esta historia se viene repitiendo, aunque parece que no nos afecta si no ocurre en las Canarias o en Ceuta. Es una situación ya cronificada en las costas de Grecia en Lesbos, Malta o Italia.

La solución a la llegada de migrantes adoptada por la Unión Europea en su conjunto es la del rechazo, el cierre de puertas. Pero no para todos, pues, se admiten y se reclaman emigrantes cualificados profesionalmente. Se pide una inmigración selectiva, en función exclusivamente de los intereses económicos y profesionales de los países europeos, sin consideración alguna a las necesidades de las personas. Y se remite la respuesta a la llegada de inmigrantes a los países de entrada (Grecia, Malta, Italia, España), como si en este caso la Unión Europea no existiese o como si los países mediterráneos no fuesen más que la puerta de entrada para acceder a cualquiera de los países europeos. Un egoísmo raquítico prima en los países interiores europeos, contentándose sí con dotar económicamente a países como Turquía, Marruecos o Libia para que cierren la salida a los inmigrantes y con alguna otra acción de control marítimo.

Podría determinarse algún otro tipo de soluciones, como la de distribuir equitativamente cupos de emigrantes por países, demandar incluso trabajadores –cualificados o no– necesarios, establecer acuerdos de colaboración económica y promoción de desarrollo con los países de origen, establecer coordenadas justas a nivel de explotación e industrialización de materias primas muy valiosas en los países africanos y latinoamericanos…, pero ello no parece entrar en los cálculos economicistas y puramente lucrativos de los países y los entes empresariales. Se sabe que cada vez será más necesaria la participación laboral de extranjeros, dada la creciente disminución de personas activas europeas.  Pero, por encima de todo prima la mirada alicorta y avarienta, unida a ideologías de carácter racista y xenófobo, que alientan miedos al extranjero pobre que pide un puesto en la mesa común.

Adela Cortina acuñó una nueva palabra, aporofobia (miedo al pobre), que centra muy bien la cuestión: no es miedo al extranjero que, si tiene medios o es rico, aportará algún tipo de beneficios, sino miedo al pobre, que aparece solamente como persona que simplemente quiere vivir y para ello pide trabajar. La reacción ante esta persona pobre es la de rechazo drástico, de expulsión. Se arguye que hay españoles en paro, con carencias económicas…, pero no se toman en consideración, primero, la mera supervivencia de los migrantes (que habría que salvaguardar incondicionalmente) y, segundo, las posibles soluciones que indicábamos antes de distribuir cupos de emigrantes en todos los países y de propiciar la permanencia de esas personas en sus países favoreciendo su desarrollo económico.

Un porcentaje importante de inmigrantes, especialmente mujeres, se encuentran en España realizando labores que los españoles no quieren realizar, de manera ilegal (o alegal), es decir, no se les permite disponer de contrato laboral, expuestos así a cualquier tipo de extorsión o de condiciones injustas de trabajo. ¿Cómo se podría catalogar esa situación: dejadez, indiferencia, irresponsabilidad, miedo a la ultraderecha…? Además de falta de humanidad, es irracional.

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Alba Carballal, en Diario de León (22/05/21) cita el poema de Warsan  Shire: “Tienes que entender / que nadie pone a sus hijos en un barco / a no ser que el agua sea más segura que la tierra”. Y hace unas afirmaciones contundentes y muy cuestionadoras: “La hipocresía a este lado de las concertinas es tan grande que, si primase la honestidad, tendríamos que reconocer que lo que nos molesta es que los migrantes lleguen vivos. Mucho Lesbos, muchas fotos de niños ahogados y mucho ‘refugeeswelcome’, pero a la hora de la verdad somos los primeros en pagar a Marruecos para que su policía nos haga el trabajo sucio /… repatriamos al instante a seres humanos que, por haber nacido en el lado equivocado de una línea arbitraria, tienen menos derechos que los animales de compañía europeos…”. Se siguen realizando de forma habitual “expulsiones en caliente” –por ejemplo, la mayoría de los ingresados en Ceuta–, es decir, sin verificar la situación concreta de problemática o necesidad de cada persona, lo cual contraviene el espíritu, si no la letra, de la legislación sobre los Derechos Humanos.

De joven estudiante se me quedó grabado un principio moral simple: en caso de grave necesidad todos los bienes son comunes; es decir, no sería robo el sustraer cualquier cosa que fuese totalmente necesaria para comer, vestir… vivir. Simple y claro: la persona humana está por encima de todo, la persona es lo primero… todo lo demás, los demás bienes, sean de quien sean, han de servir al bien necesario de la persona.

Hablamos mucho de derechos humanos (vida, nutrición, trabajo, vivienda, salud, educación…) y los caracterizamos de universales e inviolables, por ser inherentes a la persona, a la vida y dignidad de toda persona. Pero, ¿dónde queda su realización concreta? Derechos que se violan impunemente e hipócritamente en todo el mundo, pero de modo criminal en los países empobrecidos y, a sabiendas de todos, en los miles de ahogados en las costas marítimas y en los expulsados en las fronteras de los países más desarrollados.

Terminamos con algún texto del papa Francisco en Fratelli tutti: “…nadie puede quedar excluido, no importa donde haya nacido… Los límites de las fronteras de los Estados no pueden impedir que esto se cumpla” (n.121). “…cada país es asimismo del extranjero, en cuanto los bienes del territorio no deben ser negados a una persona necesitada que provenga de otro lugar” (n. 124). “Si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o allí o si vive fuera de los límites del propio país” (n. 125).

Pero, al fin, como una florecilla de muy bella esperanza, disfrutamos con la imagen de la enfermera acogiendo el abrazo necesitado y agradecido del joven subsahariano al límite del agotamiento. Esta imagen vale por todo y lo resume todo.

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