“El buen patrón”: una gran interpretación rodeada de memorables secundarios

“El buen patrón”: una gran interpretación rodeada de memorables secundarios
Quizás lo más logrado de El buen patrón, acaparadora de los premios Goya, no es tanto el retrato mordaz y satírico de un pequeño empresario que cumple con todos los tópicos imaginables, como la convincente interpretación que hace el galardonado Javier Bardem.

Blanco, propietario de una empresa de básculas que opta a un premio autonómico, se nos muestra sin fisuras y sin medias tintas, como el prototípico dueño de una firma familiar. Seguramente en la piel de otro actor no sería tan creíble, ni veraz. Sin embargo, su interpretación, aunque en ocasiones bordea la impostura y la caricatura, logra en general salir bien parada.

Bardem logra mostrarnos a un tipo que se cree el papel que le ha tocado en la pirámide social, que disfruta con ello y se agarra a las ventajas de su posición, sin permitirse dudar de sus decisiones, comportamientos y objetivos vitales.

Esa identificación con la imagen del gerente resolutivo pero paternal, despótico pero cercano acaba por resultar inquietante, ante la sospecha fundada de que, si bien no todos los empresarios son exactamente así, ni mucho menos, resulta relativamente fácil toparse, dentro de una organización tan vertical como suelen ser las empresas, con personas que sí cumplen algunos de sus rasgos o directamente admiran esa autoconciencia inmune a los problemas éticos o sentimientos morales.

Es relativamente fácil levantar pasiones a partir de figuras como las que aquí se reflejan. Basta darse una vuelta por los comentarios furibundos que concita el principal productor de esta película, Jaume Roures, sin ir más lejos, para comprobarlo.

Menos habitual es plantearse las motivaciones profundas de los comportamientos que se cobijan dentro de este tipo de estructuras sociales y mostrar los pequeños grandes dilemas que presenta el mundo laboral, como ocurre a lo largo del metraje de la película.

El ejercicio de interpretación descomunal de Bardem corre el riesgo de restar importancia a los magníficos secundarios y a las no menos relevantes relaciones, conexiones e intrigas que se dan dentro de la empresa, entre los trabajadores, sus familias, los clientes…, donde ya sí aparecen una rica variedad de matices y dobleces que recuerdan, no por casualidad, desde luego, otros títulos del director como Los lunes al sol o Amador.

Si el personaje principal de la película, evidentemente, es el antihéroe, el resto de personajes tienen sus luces y sus sombras, atraviesan circunstancias dramáticas a las que se les añade algo de humor para sobrellevar el drama. Este mundo tan bien reflejado apunta preguntas, cuestionamientos y debates que podrían haber dado mucho más juego en esta obra, que, a la postre, resulta ser una llamada divertida y paradójica a superar visiones y comportamientos trasnochados de nuestros empleadores patrios.

 

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