Propuesta de Acción Conjunta contra el Paro de Sevilla para la fase diocesana del sínodo sobre sinodalidad

Propuesta de Acción Conjunta contra el Paro de Sevilla para la fase diocesana del sínodo sobre sinodalidad
XIV Encuentro Diocesano de Acción Conjunta contra el Paro de la Diócesis de Sevilla.
Propuesta para la fase diocesana del sínodo sobre sinodalidad

Estamos viviendo unos momentos cruciales de la historia de la humanidad. En cada momento de la historia, la Iglesia somos llamados a mostrarnos como la presencia de Jesucristo en el mundo y en nuestras vidas. Jesucristo se presenta como pregunta que nos interpela y respuesta que nos ayuda a ser. La pregunta siempre es la misma: ¿Dónde está tu hermano?, y podemos formularla de múltiples maneras sin que deje de ser la misma: ¿Dónde están las personas que pasan hambre, las que padecen sed de justicia, las oprimidas y humilladas, las que no tienen tierra ni techo ni trabajo, las que ven pisoteada su sagrada dignidad? Toda la Iglesia necesitamos reflexionar, meditar y orar el capítulo primero de la Fratelli tutti, que el Papa denomina “Las sombras de un mundo cerrado” para comprender la magnitud de esta injusticia.

En esta situación, el papa Francisco nos ha convocado a toda la Iglesia y a todas las personas que aman la justicia, a que escuchemos la pregunta y respondamos a ella como personas seguidoras de Jesucristo y como Iglesia.

Esto es el Sínodo: El Pueblo de Dios que quiere hacerse presente en las sinagogas del mundo para responder a esa pregunta de la misma manera que lo hizo Jesucristo, porque la respuesta a la pregunta ¿Dónde está tu hermano?, siempre la misma:

“El Espíritu del Señor nos ha ungido. Nos ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor”. Posibilitar una Iglesia preocupada y ocupada en escuchar esta pregunta y dar esta respuesta es lo que el sínodo pretende.

Con el deseo de participar en el proceso sinodal, la ACCP aportamos lo siguiente:

1. La centralidad del trabajo como principio de vida

El papa Francisco viene insistiendo en la necesidad del trabajo para la vida. Las famosas 3T (Tierra, Techo y Trabajo) que propone a los Movimientos Populares de todo el mundo, quieren decir dos cosas: TRABAJO Y CASA. En una sociedad realmente desarrollada, dice Francisco, “el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”. (FT, 162). Sin trabajo no hay vida, sin trabajo no hay nada. No se trata solo de una cuestión obrera, ya Benedicto XVI nos dijo que la cuestión obrera se había convertido en una cuestión antropológica, en un problema crucial para la existencia humana; se trata de un problema transversal que se manifiesta en todas las dimensiones de la existencia. Por ello es de vital importancia prestar la atención y recursos pastorales que exige el desafío planteado.

2. Revisión profunda de nuestras parroquias para hacerlas misioneras

Desde esta centralidad, es necesaria una revisión profunda de nuestras parroquias. La Iglesia no «puede ni debe quedarse al margen» en la construcción de un mundo mejor ni dejar de «despertar las fuerzas espirituales» que fecunden toda la vida en sociedad. Es verdad que los ministros religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión política de la existencia que implica una constante atención al bien común y la preocupación por el desarrollo humano integral. La Iglesia «tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación» sino que procura «la promoción del hombre y la fraternidad universal». No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como «un hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, abierto […] para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas. La Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre». Y como María, la Madre de Jesús, «queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad […] para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación» (FT, 276).

Esta adecuación debe incluir al menos lo siguiente:

a) Desarrollar la estructura ministerial en nuestras parroquias

La vida de la Iglesia, y de su presencia en los barrios y pueblos, está condicionada por el esquema clérigos – laicos. El clérigo lo es todo, el laico apenas nada, un monaguillo. Este esquema responde a una pastoral administradora de sacramentos y de culto, que espera a los fieles dentro del templo, y demanda de los laicos dedicación a las tareas eclesiales necesarias para mantener este esquema de funcionamiento. Cuando el obispo cambia al párroco, sin consultar a la comunidad, el nuevo párroco lo cambia todo, sin consultar a la comunidad.

Hoy es necesario que la Iglesia se constituya desde el esquema comunidad – ministerios, en el que sigue teniendo un papel importante el ministerio ordenado, pero en el que adquieren un valor fundamental los ministerios laicales, y de una manera especial el de acogida y atención a la familia, y el ministerio de animador del compromiso sociopolítico, porque un excesivo interés para que los laicos asuman tareas y servicios eclesiales ha llevado “a una práctica dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político”. (Christifideles laici, 2)

Si la fidelidad al Evangelio de Jesucristo en el mundo actual nos demanda una pastoral

misionera, ésta no es posible sin un reconocimiento expreso de los ministerios laicales, y éstos no tienen sentido si no existe una pastoral misionera.

b) Superar la identificación entre caridad y asistencialismo

El Papa nos llama a desarrollarnos como un “samaritano colectivo”, para ello necesitamos superar la identificación de la caridad con el asistencialismo. Esto supone reconocer que «el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor». Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en «las macro- relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas» (FT, 181)

Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política. (FT, 186)

Es necesario poner fin al asistencialismo permanente, la ayuda debe ser pasajera y posibilitar la recuperación de la dignidad que da el trabajo. Por ello es vital asumir la defensa de los dos instrumentos que el Papa propone: El reparto del trabajo y el ingreso universal.

c) Incorporar la DSI a la pastoral de la Iglesia

Esto no podrá hacerse sin incorporar la Doctrina Social de la Iglesia a la pastoral de la Iglesia y concretar la relación entre ambas. Si evangelizar consiste en “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación”, (EN,19) ello implica, nos dice el papa Francisco, “considerar que los principios de la DSI son mediaciones concretas para plasmar a nivel social y cultural la Buena Noticia del Evangelio”.

“Un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en «el campo de la más amplia caridad, la caridad política» [165]. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social [166]. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común» (FT, 180)

Esto puede crear problemas en algunos sectores de la Iglesia. Ante ello, debemos afirmar, como hace el Papa, que no podemos dejar de recordar esta doctrina, aunque muchas veces le moleste a la gente, porque lo que está en juego no es el Papa sino el Evangelio”. (Francisco. IV Mensaje a los Movimientos Populares)

d) Reformular los contenidos de los procesos catequéticos y de formación

Para desarrollarnos como “Samaritanos Colectivos” es necesario reformular los contenidos de los procesos catequéticos y de formación para dar cabida a una cosmovisión cristiana actual, a la formación de la dimensión política de la conciencia cristiana y al desarrollo de una profunda espiritualidad. Es muy importante conocer nuestras creencias cristianas, reflexionarlas y orarlas. Pero de poco sirven si no generan una nueva vida en las personas y en nuestras comunidades, si no desembocan en un compromiso por la justicia que los empobrecidos de nuestro pequeño mundo necesitan, porque el amor por el pobre se concreta en la promoción de la justicia.

La dificultad para resolver los problemas políticos, económicos, sociales, culturales… nos exige que nos acerquemos a ellos con la mirada de Dios Padre y Madre, que “hace nuevas todas las cosas” (Ap. 21, 5). La apertura a la trascendencia es fundamental para formar una nueva mentalidad política y económica que ayude a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social. (EG, 205)

Cuando el Papa ruega al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres (EG, 205) nos está pidiendo que seamos nosotros, laicos y laicas, esos políticos y políticas que los pobres y el mundo necesitan. Para ello necesitamos una formación que abarque una cosmovisión cristiana y el cultivo de la dimensión política de nuestra existencia en coherencia con esta cosmovisión.

e) Posibilitar una profunda espiritualidad laical que nazca del encuentro con Jesucristo en los empobrecidos y se alimente de la oración, de la reconciliación y de la eucaristía

De la abundancia del corazón habla la boca. Testimoniar y anunciar a Jesucristo en el mundo, pues esta es la pretensión principal y fundamental, no puede hacerse sin una profunda espiritualidad. Ya podemos tener toda la fe del mundo hasta mover montañas, que si no tenemos amor no somos nada. El Amor es la clave de nuestra fe, y Jesucristo la fuente de ese amor, el manantial de donde brota nuestra capacidad de amar. Podemos amar porque Él nos amó primero. Una vida cristiana misionera, adulta, laical y comprometida no es posible sin el cultivo de la espiritualidad, que consiste en sentir como Jesucristo, pensar como Jesucristo y actuar como Jesucristo. La oración, el diálogo sincero y amistoso con Dios Padre en Jesucristo, que nos perdona, educa y muestra los caminos de conversión que podemos seguir recorriendo, y la Eucaristía, esa manera de ser que de Jesucristo pasa a nosotros y de nosotros a la sociedad y al mundo a través de nuestro compromiso. Todo ello configura la verdad de nuestra existencia: Sin Él no podemos hacer nada.

 

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