El insoportable verdor de la energía nuclear y el gas

El insoportable verdor de la energía nuclear y el gas
Foto | Lukáš Lehotský (unsplash)
La invasión y posterior guerra de Ucrania ha puesto de nuevo sobre la mesa informativa las energías, que ya lo estaban con la crisis climática y la imperiosa transición energética. Que parece que obra milagros, como el de teñir de verde el gas y la energía nuclear.

La Comisión Europea (CE) presentó el pasado 2 de febrero su propuesta final para que ambas energías aparezcan en la taxonomía («lista verde» para los amigos), un sistema con el que distingue las tecnologías sostenibles de las que no lo son para orientar las inversiones en la transición ecológica. Lo que viene a significar que la energía nuclear y el gas pasan a ser de color verde, atrayendo miles de millones de euros en inversiones privadas. Cierto es que se incluyen como «energías de transición», que las somete a determinadas condiciones pero, al menos durante un tiempo indeterminado, verdes serán consideradas.

La pregunta pertinente es:
más allá de los papeles,
¿son verdes o las están pintando?

Alianza por el Clima, una plataforma formada por más de 400 organizaciones y colectivos ecologistas, de cooperación al desarrollo, vecinales, de ciencia e investigación, de agricultores y de consumidores, se opone porque «supone, en la práctica, la financiación de combustibles fósiles hasta 2050, y que sectores como el nuclear y el gas puedan obtener la misma etiqueta de sostenibilidad que actividades económicas dirigidas a la construcción de sistemas de paneles solares o turbinas eólicas». Por no hablar de que así se construye «una narrativa que desplaza del debate otras soluciones alternativas encaminadas a impulsar una democratización de la transición energética».

La pregunta pertinente es: más allá de los papeles, ¿son verdes o las están pintando?

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El gas natural es un combustible fósil que se ha formado durante millones de años por la descomposición de restos de organismos muertos enterrados bajo el fondo marino o en lagos. Es decir, primo hermano del petróleo. Por tanto, produce emisiones de efecto invernadero en todo su ciclo de vida y, de hecho, no es renovable, puesto que en el mejor de los casos, se necesitan millones de años para que se produzca.

Los defensores de la energía nuclear aducen que apenas produce emisiones de dióxido de carbono en su generación, pero presenta otro tipo de problemas. Además de la falta de seguridad (Chernóbil, Fukushima…), sobre todo, la producción de residuos altamente peligrosos, que siguen acumulándose sin haber encontrado una solución real, más allá de dejarlos en herencia envenenada a las generaciones futuras. Añadamos el alto coste y el tiempo que tardan en construirse nuevos reactores, lo que la hace inviable respecto a la urgencia de la transición energética. Eloy Sanz, revisor experto del panel de la ONU sobre cambio climático, argumenta en declaraciones a TVE.es que «si el objetivo es eliminar CO2 de la manera más rápida y barata, deberíamos ir a tecnologías que ya han demostrado que pueden hacerlo, y esas son las renovables».

En cuatro meses, ampliables a seis, será aprobado, a no ser que se consiga una mayoría de bloqueo. Toca, pues, movilizarse.

 

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