Los viejos amigos

Los viejos amigos
Imagen I kazuend (unsplash)
Durante la mayor parte de su existencia, la humanidad ha estado íntimamente relacionada con el mundo natural. Sin embargo, durante las últimas décadas, la gente interactúa cada vez menos con la naturaleza.

Más del 54% de la población mundial vive en ciudades (1) y, en un estudio realizado en EEUU (2), se estima que un ciudadano medio pasa el 87% de su tiempo en interiores, y otro 6% adicional en vehículos. Para mucha gente, las experiencias en la naturaleza al aire libre están siendo reemplazadas por alternativas virtuales, y el creciente número de seres humanos, concentrados en áreas urbanas construidas principalmente con materiales artificiales, nos ha segregado de los sistemas y procesos naturales.

Sin embargo, cuando se acercan períodos vacacionales, corremos a reencontrarnos con ese espacio natural, a recuperar un vínculo del que casi nos habíamos olvidado. Y es que no es casual que pasar tiempo en espacios naturales nos produzca bienestar. El biólogo Edward O. Wilson ya enunció en 1993 su «hipótesis de la biofilia», en la que explica cómo los seres humanos hemos evolucionado con la naturaleza, formamos parte de ella, y seguimos mostrando adaptaciones heredadas de antaño que nos permiten funcionar bien cuando nos exponemos a entornos naturales. Hace millones de años, los homínidos fuimos evolucionando en bosques, y seguimos los ríos o las costas, o nos asentamos cerca de lagos. Por ello, el ser humano obtiene recompensas psicológicas al aproximarse a estos hábitats ideales para cazadores-recolectores. Tenemos una necesidad evolutiva predeterminada de exposición al entorno natural. Nos sentimos bien en estos espacios porque nuestra esencia biológica está ligada a ellos. Esto tiene dos componentes: el psicológico y el inmunológico (que, se cree, trabajan juntos).

Se han realizado innumerables estudios en este sentido (2), y es muy llamativo cómo el bienestar subjetivo y la recuperación psicológica tras visitar un espacio natural está asociado con la percepción de biodiversidad. No es suficiente encontrar calma y un poco vegetación, necesitamos percibir que hay multitud de especies coexistiendo pero, ¿por qué? Está claro que la biodiversidad juega un papel crucial en el bienestar humano, tenemos una necesidad evolutiva de que el sistema inmunitario reciba los aportes de biodiversidad microbiana, de organismos que necesitan ser tolerados y, por lo tanto, han coevolucionado como inductores de inmunorregulación (3). Estos microorganismos con los que hemos coexistido desde que evolucionamos como especie, que son imprescindibles para mantener nuestro sistema inmunológico, son los que el microbiólogo Graham Rook llamaba los «viejos amigos».

Al nacer, el sistema inmune apenas conoce el mundo exterior, la exposición microbiana proporciona esta información y el contacto con una gran biodiversidad construye el reconocimiento de nuevos organismos peligrosos. Componentes microbianos tomados sistemáticamente del intestino mantienen un nivel de activación del sistema inmunitario innato y, además, el sistema desarrolla una red de vías reguladoras que detiene ataques inmunitarios inapropiados. Si la regulación inmunitaria falla, se pueden dar desórdenes alérgicos, enfermedades inflamatorias del intestino, enfermedades autoinmunes… Tan importante es nuestra relación con otros organismos para mantener respuestas inmunitarias adecuadas, que se ha llegado a tratar a pacientes de esclerosis múltiple en fases tempranas con helmintos (parásitos intestinales), por su poder inmunorregulador, logrando así detener el progreso de la enfermedad (3). Del mismo modo, cuando hablamos de organismos microbianos, debemos recordar que es la vegetación la que modula directamente la microbiota del suelo, de la rizosfera y la filosfera, e indirectamente la microbiota de la vida animal coexistente. Esto nos da una idea más profunda de la necesidad que tenemos de interacción con espacios verdes. Relacionarse con el entorno natural no es una cuestión de ocio, sino de necesidad biológica, en la que entran en juego la multitud de especies que integran nuestro ecosistema. Y el sentirnos bien en estos espacios es el modo en el que nuestra mente nos recuerda esta dependencia que tenemos para mantener nuestro cuerpo en equilibrio.

También puedes leer —  Laudato si’ y la agroecología: la cultura del cuidado de la casa común

Pero, ¿cuáles son las vías sensoriales mediante las cuales el ser humano percibe biodiversidad en su interacción con la naturaleza? Normalmente nos guiamos por la vista para explorar el espacio, pero los datos sugieren que la audición es una vía importante mediante la cual el entorno confiere efectos restaurativos (2). Es fácil deducir la presencia de fauna, de agua cercana o de elementos meteorológicos mucho antes por el oído que por la vista, y los sonidos cambian drásticamente dependiendo de la vegetación presente. De hecho, en Ciencias Ambientales se estudian las diferencias de riqueza de especies de un lugar determinado a lo largo del tiempo, a través del el paisaje sonoro.

En base a las razones evolutivas que ya conocemos, es lógico que, incluso descontextualizados, los sonidos de la naturaleza reduzcan el estrés. Se han hecho estudios con bosques de realidad virtual (1), y se han encontrado diferencias en la recuperación fisiológica de pacientes según se incluyeran o no sonidos de la naturaleza. Pájaros, agua, otros animales, viento o lluvia… Los sonidos son esenciales para la experiencia.

Por ello, si este verano vas a un bosque, a la montaña, a la costa… date unos momentos. Somos parte de un entramado de especies que coexisten, codependemos de compartir el espacio y los procesos biológicos. Tocar la tierra o las hojas, la picadura de un mosquito, le dan a nuestro cuerpo la información necesaria para reaccionar ante lo que nos rodea de manera equilibrada, efectiva y segura. Oír el agua, cantos de pájaros, insectos, reptiles… tomar conciencia de su presencia es tomar conciencia de que no solo les estamos visitando en su hogar, sino de que compartir con ellos ese espacio nos brinda una salud mesurable, palpable, objetiva.

Date unos momentos para cerrar los ojos y escuchar, identificar uno a uno los diferentes sonidos que te rodean. Cada uno revela formas de vida que participan de ese intercambio contigo. Date un momento para valorar y agradecer.

Quizás al volver a la ciudad seamos más conscientes de lo que nos hemos alejado. Quizás de esta forma, se impulse el cambio.

Bibliografía complementaria

www.laudatosimovement.org
www.bit.ly/ReconectaTuSalud
www.bit.ly/ConectarconlaNaturaleza

(1) Hedblom M, Knez I, Ode Sang Å, Gunnarsson B. 2017. Evaluation of natural sounds in urban greenery: potential impact for urban nature preservation. R. Soc. open sci. 4: 170037.
(2) Ferraro DM, Miller ZD, Ferguson LA, Taff BD, Barber JR, Newman P, Francis CD. 2020 The phantom chorus: birdsong boosts human well-being in protected areas. Proc. R. Soc. B 287: 20201811.
(3) Graham A. Rook. Regulation of the immune system by biodiversity from the natural environment: An ecosystem service essential to health. PNAS. November 12, 2013. Vol.110 nº46. 

 

¿Necesitas ayuda? ¿Algo que aportar?