“Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan”

“Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan”

Esta frase –de un poema de Nicolás Guillén–, parece haber sido concebida para el actual mercado laboral. Cada vez son más las personas trabajadoras que se debaten entre la inanición o la precariedad; entre el drama de enfermar de debilidad o enfermar o morir en el trabajo.

El sino de las mujeres y hombres del trabajo es ser siempre los culpables, si no trabajan son vagos: ¡culpables!, si trabajan y enferman o mueren en el trabajo, son negligentes o gafes: ¡culpables! En España, en 2022, se produjeron cada día 3.278 accidentes laborales, 13 graves y 2 muertes. En Andalucía 282 accidentes diarios, 3 graves y 3 muertes por semana (una de cada 6 personas fallecidas en España es andaluza). ¡Demasiada negligencia y demasiada mala suerte! ¿verdad?

Estos datos sobre la siniestralidad laboral no nos hablan de algo fortuito o esporádico, bien al contrario, ocurre todos los días, afecta a decenas de miles de personas y familias (las que hay detrás de cada frío número) y tiene causas concretas que se pueden y se deben prevenir.

En AVAELA, la Asociación de Víctimas de Accidentes y Enfermedades Laborales de Andalucía, lo experimentamos, cuando nos hacemos presentes en un funeral o visitamos a las víctimas o a sus familiares. Sabemos que no es lo mismo ver la noticia en los medios o mirar las cifras, que ponerle nombre y rostro, escuchar de cerca el lamento desconsolado de su madre o su pareja y sentir con ellas su dolor. Porque solo lo que se vive, deja huella.

Para AVAELA es fundamental el acompañamiento y la ayuda en ese “triple calvario” que sufre la víctima (sanitario, legal, y psicológico), en uno de los momentos más vulnerables de su vida, pero Igual de importante que lo anterior, es seguir preguntándonos por las causas. ¿Por qué mata el trabajo? ¿Por qué no disminuye la siniestralidad laboral? ¿Es inevitable? ¿Por qué no es una prioridad política? ¿Por qué son muertes invisibles?

La respuesta puede ser un tanto obscena: se trata de dinero, de beneficio empresarial puro y duro. La ley es clara: la máxima y última responsable es la empresa (que, en muchos casos, entiende la prevención solo como un coste que hace disminuir las ganancias). Algo similar ocurre en la administración, más inspectores suponen más personal, más recursos y, en definitiva, más dinero.

Es clave que introduzcamos el concepto del cuidado en las relaciones laborales. Cuando una familia envía a un miembro de ella a “ganarse la vida” lo hace en la convicción de que lo deja en un entorno seguro. No lo manda a una guerra, ni a un lugar de conflicto donde corra un alto riesgo de enfermar o perderla. La empresa debe incluir como uno de sus principios esenciales, la custodia de la salud y la vida de la persona trabajadora, su mayor activo.

Por eso, este nunca debe ser un problema particular o privado sino social y político, que necesita de medidas adecuadas y de una organización del trabajo más centrada en la salud de las personas y en sus condiciones laborales.

Solo así podremos hacer posible que el trabajo deje de ser un ámbito de enfermedad y muerte y sirva para lo que fue concebido: la vida y una vida digna.

 

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