¡Otra vez con los pobres!

¡Otra vez con los pobres!

Todos sabemos que, periódicamente y aproximadamente hacia los meses de octubre y noviembre, la gripe desde hace más de cien años acude puntual a la cita. Por eso, cuando llegan estas fechas se activa el proceso de vacunación con la pretensión de anular, o al menos disminuir, sus efectos sobre la población y de una manera especial sobre aquellos colectivos catalogados como “de riesgo”.

Más de uno y de una se preguntará que a qué cuento viene esta referencia a la gripe cuando de lo que hablamos, según el encabezamiento, es de pobres o, mejor, de empobrecidos.

Pues viene a cuento de que este mes de octubre se cumple un año de que dos personajes de la vida pública española se despacharon a gusto con el tema de los pobres. Refresquemos un poco la memoria.

Por el mes de octubre del pasado año, el Sr. Garamendi, líder de la gran patronal española, se quedaba tan pancho diciendo que convenía “no hablar de pobres ni del Gobierno de la gente” porque eso, según su docto y autorizado entender, “radicaliza a la sociedad”.

Por aquellos mismos días, un poco después, era el entonces flamante líder de la oposición –en la que aún sigue– Sr. Feijóo quien se despachaba diciendo que “es muy antiguo volver a hablar de ricos y pobres”. ¿Por qué será que solo a los ricos les molesta oír hablar de pobres?

Y no es una pregunta ociosa o baladí, porque hace dos o tres días otro líder del PP –ahora en la reserva– como el Sr. Rajoy, en unas jornadas en las que participaba, después de despacharse sobre una cosa que él mismo reconocía que aún no se ha dado –la amnistía a los líderes independentistas catalanes– aprovechaba para, tirando de humor y tras defender cosas muy a tener en consideración como el respeto al empresario y la cultura empresarial, añadir que “no podemos estar con la milonga de los ricos y los pobres otra vez”. Nuevamente, nos hemos de preguntar qué les pasa a esta gente cuando el simple hecho de recordar algo tan evidente como que existen empobrecidos en nuestro mundo, les produce urticaria.

Como antes, al mencionar la gripe que periódicamente nos visita, aludíamos a la necesidad en algunos casos, y recomendación en otros, de vacunarnos, habremos de buscar una vacuna eficaz que nos inmunice, en la medida de lo posible, contra el virus del ataque, o mejor del silenciamiento por ignorarlos, a los pobres.

Y como quiera que dos de los tres personajes públicos que, en el espacio temporal de un año, nos han obsequiado con afirmaciones como que hablar de pobres “radicaliza la sociedad”, “es cosa muy antigua” o “es una milonga”, son militantes de larga y notoria trayectoria en el Partido Popular –ignoramos si el Sr. Garamendi tiene adscripción política alguna– no tenemos más remedio que introducirnos en el ideario político del Partido Popular.

Y en él leemos, entre otras cosas que no vienen al caso, que el Partido Popular se inspira en “los valores de la libertad, la tolerancia y el humanismo cristiano de tradición occidental” –el subrayado es mío–. ¿Mira que si ahora vamos a ser nosotros del Partido Popular? Porque puede que en esa alusión al humanismo cristiano empecemos a vislumbrar por donde podrían los pobres encontrar una vacuna contra su ocultamiento

Pero mucho nos tememos que no van por ahí los tiros, al menos para el señor Rajoy y  algunos de sus compañeros ideológicos. Porque una simple vista a Wikipedia nos indica que “El humanismo cristiano es un término que se refiere a los cristianos que siguen los principios del humanismo. Según los proponentes del término, la palabra engloba principios como la dignidad humana universal y la libertad individual, junto con la primacía de la felicidad humana como algo esencial y acorde con los principios de las enseñanzas de Jesús. Y vemos muy difícil, por no decir imposible, que pedir que se ignore que hay pobres, que se considere hablar de ellos como una antigualla o que eso es una milonga, se pueda considerar algo acorde con los principios que se derivan de las enseñanzas de Jesús.

Pero aún hay más. Si seguimos leyendo en Wikipedia, nos encontramos con que el filósofo francés Jacques Maritain afirmó que el humanismo político tiene como pilares fundamentales la filosofía política y el humanismo integral; este último es muy importante en los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II”. ¡Menos mal que esta página de Wikipedia, colgada en internet mucho antes de que el papa Francisco entrara en escena, hace referencia a Papas nada sospechosos de populismo como Pablo VI y, sobre todo, Juan Pablo II. O sea que, además de Jesús, también chocamos –o chocan– con las enseñanzas de los Papas. Vayamos por partes.

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Si el humanismo cristiano exige la defensa de unos principios acordes con “los principios de las enseñanzas de Jesús”, repetimos que va a resultar muy difícil, por no decir imposible que, con el evangelio en la mano se pueda afirmar que hablar de pobres es anticuado, algo que radicaliza a la sociedad o, como última ocurrencia, una milonga.

Nada más empezar a leer el evangelio de Lucas, nos encontramos con el Canto de María, también conocido como Magnificat. Contrasta este canto, puesto en boca de María, con la imagen meliflua, y a veces ñoña, que de ella se ha presentado en muchas catequesis y predicaciones. Porque, según ese texto, María, tras proclamar su gratitud y alabanza al Señor por haberse fijado en una persona humilde como ella, y profetizar que todas las generaciones la felicitarán a pesar de su pequeñez, se despacha diciendo de Dios que, desplegando el poder de su brazo, “dispersa a los soberbios de corazón, derriba a los potentados de sus tronos, elevando a los oprimidos” y como colofón remata diciendo que Dios “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Ya sabemos que, a veces, resultaría más cómodo para todos poder borrar algunos pasajes evangélicos, pero la realidad es que ahí están. ¡Aunque suenen a milongas!

Y es que, según el evangelio –y algo tendrá que ver este con el humanismo cristiano si se inspira en las enseñanzas de Jesús– en el Reino de Dios no se puede entrar como rico sino como pobre (Marcos 10, 21), pues ese Reino es de los que eligen ser pobres (Mateo 5, 3), algo difícil para todos, pero especialmente para los ricos (Marcos 10, 23-25). Y así podríamos seguir durante mucho tiempo.

Por no hablar de Pablo VI. En su encíclica Populorum progressio (El desarrollo de los pueblos), tras reconocer los beneficios producidos por la industrialización, dirá que “por desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la sociedad ha sido construido un sistema que considera el lucro como motor esencial del progreso económico, la concurrencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes” (PP, 26).

Más adelante dirá que “el combate contra la miseria, urgente y necesario, es insuficiente. Se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza, religión o nacionalidad, puede vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de la parte de los hombres y de una naturaleza insuficientemente dominada; un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico” (PP, 47). ¿Cómo sentar en la mesa del rico a Lázaro si no queremos ni oír hablar de él?

También podemos hablar de Juan Pablo II, quien en su encíclica Centesimus anus dirá que “el amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia” (CA, 58).  ¿Cómo hablar de humanismo cristiano sin tener presente a los pobres? Y si el ideario político de quienes invitan a no hablar de pobres también dice que aspiran “al pleno ejercicio de derechos y libertades en igualdad de condiciones entre hombres y mujeres”, ¿nos pueden explicar cómo lograr esa igualdad si ni siquiera soportan hablar de quienes, por su situación de empobrecidos, no están en igualdad de condiciones?

Igual otro día traemos a colación las enseñanzas, derivadas del evangelio y por tanto integrantes del humanismo cristiano, del papa Francisco. ¡Seguro que algunos alucinarán!

 

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