Reconocernos jardineros de la creación

Reconocernos jardineros de la creación
Abilio Martínez (i), Maru Megina y Enrique Lluch
“Más que amos del mundo, estamos llamados a ser y actuar como jardineros de la creación, para hacerla fructificar, embellecerla, hacer sostenible y transmitirla a las generaciones futuras”, defendió el profesor Enrique Lluch, en el Aula Rovirosa-Malagón.

Con la participación del obispo de Osma-Soria y responsable de la Pastoral del Trabajo de la Conferencia Episcopal Española, Abilio Martínez; la presidenta de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), Maru Megina; y el profesor del Instituto Superior de Pastoral de la UPSA, Ignacio Mª Fernández, se inauguró este curso el Aula Rovirosa-Malagón.

Este espacio de formación y diálogo fruto del acuerdo de colaboración de la Fundación Guillermo Rovirosa y Tomás Malagón, impulsada por la HOAC, y el Instituto Superior de Pastoral (ISP) de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), acogió la disertación del profesor del profesor Enrique Lluch Frechina, doctor en Ciencias Económicas y colaborador de Noticias Obreras, sobre el Nuevo paradigma en las relaciones sociales del papa Francisco.

Para Lluch, el nuevo paradigma en las relaciones sociales que propone el papa Francisco supone la reconfiguración de los vínculos entre la creación, la persona misma y las demás.

El modelo actual, cuyas consecuencias son de sobra conocidas, se caracteriza por la autorreferencialidad, la explotación, el egoísmo y el interés, que por otra parte resulta sumamente funcional al sistema economicista.

“El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta: «Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre»”, apunta Francisco en Laudato si’.

Egoísmo y competitividad

Efectivamente la obsesión por el crecimiento económico exacerba los intereses y preferencias personales, por encima de otras consideraciones y convierte la competitividad en el principal motor del desarrollo.

Si bien es cierto que estas formas de funcionar logran más entre todos, que no es lo mismo que para todos, puesto que no hay equidad, ni gratuidad, no sirven al bien común, ni ayudan a la vida buena de quienes viven bajo este régimen economicista.

Con el agravante de que “el impacto de los desajustes actuales se manifiesta también en la muerte prematura de muchos pobres, en los conflictos generados por falta de recursos y en tantos otros problemas que no tienen espacio suficiente en las agendas del mundo”.

Por eso, en Laudato si’, Francisco plantea que “un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder”.

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De ahí que, sea necesario “una nueva manera de entender la relación con Dios, quien nos habla a través de la creación, obra suya que debemos proteger”. “Más que amos del mundo, estamos llamados a ser y actuar como jardineros de la creación, para hacerla fructificar, embellecerla, hacer sostenible y transmitirla a las generaciones futuras”, leemos en Laudato si’.

El papa Francisco advierte de que es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2, 15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza”.

Lluch entiende que hace falta un cambio en el modo en que la persona se entiende a sí misma, se trata y se relaciona con su interioridad. Somos personas vocacionadas para el amor, camino de vida plena, lo que nos permite, desde el Espíritu en el amor, llegar más allá de lo que haríamos con nuestras propias fuerzas; abrirnos a procesos; tender hacia el bien de los demás, poner nuestra vida al servicio de los demás. Para ello, hace falta un sustrato firme personal y societario.

Si reconocemos la “íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta”, apunta Francisco, “la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida”.

Conversión de la mirada

La necesaria conversión cambiar la mirada de los demás que amplía el sentido del nosotros, nos permite superar el narcisismo y salir al encuentro del otro. Así, el diferente nos enriquece, todas las personas tienen algo que aportar, reconociendo que somos iguales en dignidad, propiciando el diálogo y hasta el perdón, que implica no solo entablar un diálogo sino reconstruir lo que estaba roto.

El diálogo es el camino hacia la construcción de consensos, de bien común y de aceptación de lo que está más allá y condición para generar un mundo cooperativo, asegura Lluch.

 

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