Joaquín Arriola, economista: “Las experiencias de trabajo común y bienes compartidos son avances”

Joaquín Arriola, economista: “Las experiencias de trabajo común y bienes compartidos son avances”
Joaquín Arriola impartirá una ponencia sobre “La economía de Francisco y Clara. Una economía al servicio de la persona y la defensa de la vida. Retos para el trabajo”, en el XVII Encuentro diocesano de la acción conjunta contra el paro de Sevilla, este sábado 10 de febrero, de 10 a 14 horas en la Facultad de Teología San Isidoro.

¿Qué tienen que decir unos frailes sobre la economía?

Si alguien puede tener algo relevante que que decir sobre la economía son las personas que tienen una experiencia comunitaria fuerte, pues la mayor contradicción que presenta la economía actual es el creciente carácter social de la producción y el individualismo exacerbado de la propiedad y el consumo. Solo hay dos formas de resolver esta antinomia: o se regresa a un sistema productivo basado en la producción individual de modo que cada persona sea propietaria de las herramientas con las que trabaja, y el trabajo se ejecute de forma individual — es decir, retrocedemos diez milenios en el proceso de evolución social– o se avanza en nuevas formas de propiedad y de consumo comunitarias.

¿Una modelo que aspira al crecimiento ilimitado y que promete la felicidad en la acumulación material tiene futuro?

El modelo de crecimiento permanente lleva con nosotros más de 250 años, y expresa una ruptura antropológica con toda la historia previa de la humanidad. Pero ya los clásicos de la economía, como David Ricardo o Thomas Malthus, eran conscientes que este crecimiento no podía ser ilimitado, de hecho Ricardo preveía que la plétora de la acumulación se traduciría en algún momento en una economía de estado estacionario, de crecimiento cero. El problema es que el cambio social que implica pasar a una situación como esa implica un ciclo de revoluciones más profundas que las que se vivieron en la época de la revolución industrial y las revoluciones burguesas. Y como entonces, lo beneficiarios del actual desorden de cosas están dispuestos a hacer cualquier cosa para evitar esa transformación social. Y “cualquier cosa” es algo muy grave, porque puede suponer incluso la destrucción de la vida, la muerte del planeta, siempre que para esa minoría de privilegiados exista una salida que ellos crean viable, aquí en la Tierra o en otro lugar del sistema solar.

¿Un trabajo que se mide y se rige por la productividad es un trabajo humano, por qué?

Trabajo humano es el trabajo que genera riqueza para los seres humanos. Que haya procedimientos técnicos que permitan generar más riqueza con menos trabajo –y eso es la productividad–, es algo bueno. El problema es que el trabajo actual no produce riqueza al servicio del bien común, sino mercancías privadas para la apropiación de la mayor parte de la riqueza por unos pocos. El problema no es la productividad, entendía de un modo abstracto o concreto, sino el carácter inhumano de la mayor parte del trabajo actual.

¿Se puede cambiar un modelo económico como el actual que se ha instalado hasta el tuétano de la sociedad y las personas?

El modelo económico actual es una contradicción abierta en el proceso de la vida social. En este modelo quienes trabajan creen que trabajan para ellos mismos (para “ganarse el pan”), que lo que ellos producen no es riqueza social sino cosas que le pertenecen a un sujeto (persona física o jurídica), y cuando consumen su magra ración de la riqueza social tampoco son consientes de que están consumiendo de lo suyo, sino de lo que consideran un intercambio, un quid pro quo, de lo que es suyo (el dinero que han “ganado”) con la propiedad privada de otros sujetos (los vendedores).

“El individualismo es la expresión
ideológica y cultural de este orden social aberrante”

La consecuencia es un sistema de violencia permanente contra la vida, en forma tanto de despilfarro de riqueza (desempleo, agotamiento de recursos naturales) y de saqueo de la riqueza (pobreza humana y crisis ambiental). El individualismo es la expresión ideológica y cultural de este orden social aberrante. Pero siempre en la historia se han dado momentos de transformación profunda de situaciones que la mayoría consideraba hasta ese momento eternas y sólidas, pero que después mostraron su fragilidad intrínseca.

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¿Cómo se puede empujar para que la economía se ponga al servicio de las personas y el trabajo esté al servicio de la dignidad de la persona y el bien común?

Proudhon escribe en su Filosofía de la Miseria que “la sociedad no cambia sus hábitos en virtud de la fe en intuiciones: lo que la hace decidirse es la autoridad de los hechos.” No basta con saber que el cambio es posible, necesario y urgente: hay que practicarlo.

Todas las experiencias orientadas a profundizar en el carácter común del trabajo y de los bienes son avances en ese sentido. La creación de cooperativistas, las redes de solidaridad y apoyo mutuo, la distribución no mercantil de bienes y servicios… esto significa integrar nuestras prácticas cotidianas –de trabajo, de contemplación, de relación social…– en dinámicas y estructuras colaborativas. Promover una diversificación de los bienes públicos, si la tierra es de todos, ¿tiene sentido mantener la propiedad privada sobre la tierra? Si para llevar una vida digna y productiva, todas las personas tienen que tener satisfechas sus necesidades básicas de alimentación, vestido, vivienda, salud, educación… ¿tiene sentido mantener el acceso a alguna de estas cosas en manos de un sistema de producción y distribución que exige entregar dinero para satisfacer esas necesidades básicas? Si entendemos que el trabajo y lo que produce tiene que orientarse para el bien común, ¿por qué no hay procedimientos sociales, abiertos y deliberativos, para debatir como hay que distribuir el trabajo, de que objetos o servicios hay más necesidad social y de cuáles menos, o en qué sentido orientar el cambio tecnológico, qué es lo que necesitamos para reducir el esfuerzo que implica trabajar, y por el contrario estas decisiones se dejan en manos de algunos pocos individuos?

De modo que hay que revisar nuestra participación personal y colectiva en la vida social y analizar cuánto podemos cambiar para socializarla aún más, y establecer los contenidos y las prioridades de los programas políticos para favorecer esta transición del modelo económico que nos permita a todos vivir para el bien común.

 

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