Unidos a la vid, para permanecer y dar fruto

Unidos a la vid, para permanecer y dar fruto

Lectura del Evangelio según san Juan (15, 1-8)

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.

El Padre corta todas las ramas unidas a mí que no dan fruto y poda las que dan fruto, para que den más fruto. Ustedes ya están limpios, gracias a las palabras que les he comunicado.

Permanezcan unidos a mí, como yo lo estoy a ustedes. Ninguna rama puede producir fruto por sí misma, sin permanecer unida a la vid, y lo mismo les ocurrirá a ustedes, si no están unidos a mí.

Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto; porque sin mí no pueden hacer nada. El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como las ramas que se secan y luego son amontonadas y arrojadas al fuego para ser quemadas.

Si permanecen unidos a mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo tendrán. Mi Padre recibe gloria cuando producen fruto en abundancia, y se manifiestan como discípulos míos.

Comentario

Tres palabras son claves en este texto: estar «unidos» a la vid, «la permanencia» y el «dar fruto». Estamos en el discurso de la última cena, es como el testamento espiritual de Jesús y justo en medio de ese sermón aparece esta parábola o alegoría de la vid.

No es original del evangelista Juan esta parábola, ya viene de Isaías, es usada también en el salmo 80 y, también, la utiliza Ezequiel. En el contexto del Antiguo Testamento ilustra la relación, siempre difícil y conflictiva, entre el pueblo de Israel y Yahvé.

En Juan es la propuesta que Jesús hace de relación entre el discípulo y el maestro. Jesús invita a una relación vital, intima, profunda entre el creyente y Él y es la condición para dar fruto.
Cinco veces repite la expresión «permanecer en mí». Esta unión con Jesús garantiza la fe, pero también, garantiza la verdadera fe que tiene que dar frutos.

La intensidad de nuestro cristianismo está en vivir la experiencia de unión con Jesús, «sentir con él» hacer la experiencia de encuentro personal, entrar en la mística cristiana. Quizás tengamos un cristianismo intelectual, del conocimiento, un cristianismo de formas, un poco folclórico, estético, sin fondo. Nuestra fe se hace profunda en el encuentro con el Señor.

Dice Rahner que «el cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano» y continuaba «sin la experiencia religiosa interior de Dios, ninguna persona puede permanecer siendo cristiana a la larga bajo la presión del actual ambiente secularizado». Y no deja de tener razón Rahner, ser cristiano hoy exige una experiencia vital de Jesús, un conocimiento de su persona, entusiasmo por su proyecto de reinado de Dios, una conversión a su palabra, vivir como buena noticia lo que nos llega en los evangelios… pero fundamentalmente es una experiencia.

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Conocer más a Jesús es necesario para permanecer en él y para dar frutos. Pero colocarnos a tiro de la experiencia, que es un don, pedir ese regalo al Espíritu es clave. Ese es el reto de los cristianos hoy, Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, nos deja esta rotunda afirmación: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (cfr. EG 7). La fe cristiana surge y se fortalece en la experiencia vital de un encuentro. Un encuentro que nos compromete en hacer un mundo distinto, porque desde Jesús es posible realizar ese mundo nuevo… y ese es el fruto, una persona nueva que realiza con otras un mundo nuevo. «Contemplativos en la acción».

Vivimos en un mundo que nos distrae, que nos llena de estrés por todo lo que hay que hacer, y lo más importante y más decisivo lo olvidamos, la experiencia de encuentro, eso se lo dice Jesús a Marta, la hermana de María.

Hoy la clave es «permanecer en él», «sentir con Cristo» y esto requiere una atención muy especial a la oración nivel personal pero también a cuidarla en nuestras comunidades cristianas. Solo la experiencia de encuentro personal y comunitario con Jesús dará el giro que hoy necesita el cristianismo para dar fruto y un fruto creíble que transforma el mundo y llena de esperanza a los empobrecidos.

El papa Francisco nos dice: «Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso» (EG 3).

Y no olvidemos que la mística, esa experiencia de encuentro con el Señor, en el cristianismo está unida a la acción. Un gran filósofo francés Henri Bermang, que era judío, veía en el cristianismo la verdadera mística por esa unión entre la acción y la contemplación.

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