«Yo soy el buen pastor»

«Yo soy el buen pastor»

Lectura del Evangelio según san Juan (10, 11-18)

Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; no como el jornalero que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. El jornalero cuando ve venir al lobo las abandona y huye. Y el lobo se las arrebata y las dispersa. El jornalero se porta así, porque trabaja únicamente por el sueldo y no tiene interés por las ovejas.

Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí; lo mismo que mi Padre me conoce a mí, yo lo conozco a él y doy mi vida por las ovejas. Pero tengo otras ovejas que no están en este rebaño; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz. Entonces se formará un rebaño único, bajo la guía de un solo pastor.

El Padre me ama, porque yo doy mi vida para recuperarla de nuevo. Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien la doy por mi propia voluntad. Yo tengo poder para darla y para recuperarla de nuevo. Esta es la misión que recibí de mi Padre.

Comentario

Este relato del buen pastor se da en un contexto de conflicto con las autoridades judías después de la curación del ciego de nacimiento. Lo del pastoreo es un recurso fácil de entender en aquel pueblo donde era un oficio común y el modo de vida de muchos palestinos. Los animales no solo eran alimento, era también la ofrenda para el sacrificio en el templo.

Dos elementos nos pueden ayudar de esta bella imagen que nos presenta Juan, y que muchas veces ha quedado denostada por el sentido de borreguismo que puede dar si no se entiende desde el contexto.

Juan coloca la imagen de Jesús desde el «yo soy» que recuerda a la presencia de Dios que se expresa en la zarza ardiendo de Moisés. Aparece, también, la contraposición entre el «buen pastor y el mercenario» y por otra parte aparece la relación de «conocer y dar la vida». Conocer es unión, es compromiso, es implicación, como diríamos nosotros es «sentir con». El summum del «sentir con» es la encamación y dar la vida, la entrega de la vida, ese es el buen pastor.

Una imagen, la del buen pastor, que parece ingenua o puramente bucólica, pero Juan la enmarca en un lenguaje que está lleno de contenido teológico, donde nada es ingenuo y todo es una forma de ser Jesús con la que Dios queda vinculado a la humanidad y la expresión total de amor de Dios a la humanidad.

Por eso Jesús habla de dar la vida, de entregar su vida por el proyecto de Dios, que no es un proyecto dado por un Dios lejano, no, es el proyecto de un Dios comprometido en Jesús y asumido por Jesús, «porque me lo ha encomendado mi Padre».

En un mundo lleno de propuestas fallidas de liderazgo, donde vivimos la constante frustración de ver que lo que se dice, lo que se promete, los valores que se lanzan como causas que enarbolan los proyectos, se rompen ante la incoherencia, de aquellos que las venden o defienden.

Donde la política de «atrapavoto» ha convertido el parlamento en una jaula de grillos en uno de los momentos más difíciles de nuestro país y del mundo. Donde el populismo, la polarización, la posverdad genera desafección a la política, y esto es grave; y más grave aún, pone en peligro la democracia.

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Pero también en nuestros espacios cotidianos, para algunas personas el servir es un comercio «¿Cuánto me van a dar por esto?», «¿y yo con esto que gano?»; o justificar la corrupción porque «a mí la política, o ser presidente de una AAVV… me cuesta dinero», «esto lo hace todo el mundo» «si no lo hago yo lo harán otros». Hay mucha cultura mercenaria en lo que parece «servicio a los demás» también en la vida cotidiana.

Y en este «totum revolutum mercenario» Jesús se nos presenta como propuesta de un estilo de estar en la sociedad, como oferta de sentido global para la historia y para el ser humano. Una forma de hacer política, de ser militante, de ser sindicalista, de comprometernos en la sociedad: «dar la vida», desde el amor desinteresado, desde el «sentir con» las personas y colectivos con los que estamos comprometidos y comprometidas, sin huir, sin abandonar la lucha.

El papa Francisco lo expresa con una claridad rotunda para dirigirse a los curas: «el sacerdote no puede ser un gestor, tiene que salir a la periferia, donde hay sufrimiento, sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones». «Que el nuestro sea un cansancio sano, el de un sacerdote con olor a oveja y sonrisa de padre. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y que miran de lejos y desde arriba», e insiste en que «si Jesús pastorea con nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos, y lo que es peor, pastores aburridos».

«Dar olor a oveja», y eso requiere romper toda distancia, requiere la cercanía total, el abrazo, la acogida, correr la misma suerte, la encarnación. Acertadamente en la XIV Asamblea de la HOAC lo hemos dicho «sentir con el mundo obrero, invitación a la encarnación». Y esto nace de un «sentir» con Cristo que nos invita a la constante conversión.

La clave del buen pastor está en la entrega, en dar la vida. En la carta a la comunidad hebrea se le reconoce a Jesús como sacerdote por su entrega y todas y todos por el bautismo somos sacerdotes al estilo de Jesús. Perder la vida por Jesús es asumir su modo de vivir.

Estamos para estar, pero estamos para estar donde están las ovejas, perdón por la redundancia, estamos para juntos caminar y en esta historia nuestra encontrar claves para anunciar la buena noticia, para ayudarnos a experimentar y comunicar la ternura y misericordia de Dios en estos tiempos difíciles. Y pastores y pastoras –en ese estilo de Jesús– debemos ser todas las personas que nos sentimos responsables de transmitir su mensaje con obras y palabras en cualquier lugar en el que estemos, nosotras y nosotros en el mundo obrero «entregamos la vida».

«Es más, el pastor es tierno, tiene esa ternura de la cercanía, conoce a las ovejas una a una por su nombre y cuida de cada una como si fuera la única» (Homilía del papa Francisco el Domingo 3 de mayo de 2020).

 

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